Las fascinantes y azarosas vidas de las legendarias hermanas Mitford escandalizaron a la alta sociedad británica durante décadas… y siguen atrapando, todavía, a todo aquel que se adentra en su historia.
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Escandalosas, la serie de la BBC que llegaba este verano a la pequeña pantalla -haciéndose un hueco entre las tendencias de la plataforma de Movistar+- trajo de vuelta a estas seis atípicas aristócratas, hijas del segundo barón de Redesdale y su esposa, Sydney Bowles, una pareja de excéntricos aristócratas, que crecieron en los Costwolds. No era costumbre que las niñas fueran al colegio -por ello, el único fue su hermano Tom, que estudió en Eton y falleció en combate en 1945-. Se educaron con institutrices y, aunque todo hacía presagiar que tendrían una vida despreocupada, acorde a sus tiempos, no fue en absoluto así.
Desde la controvertida vida sentimental de la bellísima Diana -quien, tras su divorcio de Bryan Guinness, se casó con Oswald Mosley, líder de la Unión Británica de Fascistas-, la ‘afilada’ pluma de Nancy -una prolífica escritora- o la ‘sosegada’ Pamela, hasta la ‘oveja roja’ de la familia -Jessica, que lo dejó todo para unirse a las fuerzas republicanas durante la Guerra Civil española- y Unity -conocida por su simpatía hacia Hitler, con quien mantuvo una relación sobre la que aún hoy se sigue especulando si era algo más que una simple amistad-.
La más pequeña del clan, Deborah, falleció hace más de una década, y, con ella, el Reino Unido despidió a la ‘última’ Mitford… aunque más bien fue un ‘hasta luego’. Porque nunca se han ido -ni lo harán-.
Nancy, pasión por las letras
La mayor de las hermanas y, probablemente, la más conocida por el gran público. Nancy se adentró en el mundo de la literatura de la mano del escritor Evelyn Waugh; y en 1931 publicó su primera novela -Highland Fling-, aunque sería con A la caza del amor -en 1945- con la que saborearía las mieles del éxito.
A principios de los años treinta, se casó con el aristócrata Peter Rodd, con el que viviría un turbulento matrimonio marcado por las infidelidades, que llegaría a su fin en 1957.
Al ver, de cerca, los horrores de la cruenta guerra que asolaba al mundo, se distanció de su hermana Diana y la ‘traicionó’, llegando a declarar en su contra ante los servicios de inteligencia británicos -si bien, finalizada la contienda, aparcaron sus diferencias-.
Murió en Francia, donde se mudó una vez acabó la Segunda Guerra Mundial para estar cerca del que fuera su último amor, el político y coronel francés de origen judío, Gaston Palewski.
Diana, el ‘cisne’ de la familia
Su belleza, decían, “recorría la habitación como un repique de campanas” -como escribió Evely Waugh en su libro Cuerpos viles-, y cautivó a uno de los grandes herederos de su época, Bryan Guinness, con quien tuvo dos hijos, Jonathan y Desmond. Pero no hubo final de cuento.
En 1934, su divorcio hizo correr ríos de tinta, pese a que todavía estaba por llegar el gran escándalo que marcaría su destino para siempre: su boda con Oswald Mosley, fundador del Partido Fascista Británico.
Se dieron el ‘sí, quiero’ dos años más tarde, en una íntima ceremonia celebrada en la casa de Joseph Goebbels, y, entre los invitados, se encontraba Adolf Hitler.
Diana renunció a todo por amor e incluso se distanció de su familia -en especial de su hermana Jessica-, y, al principio de la Segunda Guerra Mundial, fue arrestada junto a su marido.
Después de más de tres años en la prisión de Holloway, quedaron bajo arresto domiciliario, hasta que la contienda llegó a su fin, instalándose, finalmente, en Francia, donde vivieron cerca de los duques de Windsor -de hecho, Diana llegó a escribir una biografía de Wallis Simpson-.
Unity, amistades controvertidas
En un polarizado mundo -dividido entre fascismo y comunismo-, ‘Bobo’ -como la llamaban, cariñosamente- tomó partido, para gran disgusto de sus padres. Se mudó a Alemania para estar más cerca de Adolf Hitler, al que admiraba, y logró pertenecer al círculo más íntimo del Führer -cuya relación ha sido objeto de muchos comentarios-.
Tras escribir una controvertida carta antisemita, que paralizó al Reino Unido, quedó en el punto de mira del servicio de inteligencia británico, pendiente de sus simpatías políticas.
Cuando se declaró la guerra con Gran Bretaña, llegó la tragedia: se disparó en la cabeza con una pistola que le regaló Hitler. Sobrevivió, pero las secuelas fueron letales, y terminó falleciendo en 1948 a consecuencia de una inflamación cerebral.
Jessica, la 'revolucionaria'
Las ideas de ‘Decca’ eran totalmente opuestas a las de Unity. Tenía una gran conciencia social y su sueño era cambiar el mundo. Se enamoró de su primo Esmond Romilly -sobrino político de Winston Churchill- y se fugó con él a España para ayudar al bando republicano durante la Guerra Civil.
Haciendo oídos sordos a su familia, se casaron en secreto, pero su historia de amor también estaría marcada por la tragedia.
En 1941, Esmond desapareció -tras combatir contra los nazis-, y Jessica quedó devastada. Rehízo su vida junto al abogado estadounidense Robert Treuhaft, dejando el Reino Unido para trasladarse a California, y convirtiéndose en miembro del Partido Comunista.
Al igual que sus hermanas, también se entregó a las letras. Trabajó como periodista y escribió un libro -entre muchos otros- Muerte a la americana, que se convirtió en un bestseller.
Pamela y su pasión por la naturaleza
Hay quien decía que era la más 'sosegada' de las Mitford, quizá, porque no se posicionó políticamente de forma tan clara como sus hermanas. Se casó con el millonario científico Derek Jackson, si bien su relación tampoco estuvo exenta de comentarios -se aseguraba que la suya fue una unión por conveniencia-.
Alejada del 'glamour' y los focos, Pamela prefería la tranquilidad del campo. Le encantaba estar en su huerta y cuidar a los animales, aunque también destacó por su espíritu aventurero -fue una de las primeras mujeres en volar en un avión transatlántico comercial-.
Deborah, la duquesa que amaba a las gallinas
La más pequeña de las Mitford prefirió alejarse de los debates políticos. Al cumplir la mayoría de edad, se cruzó en su camino Lord Andrew Cavendish, hijo del décimo duque de Devonshire, y tras unos años de noviazgo, se casaron en abril de 1941.
No estaba llamada a convertirse en duquesa. Sin embargo, tras la muerte del hermano mayor de Lord Andrew en un accidente aéreo, su marido acabó heredando el ducado y un patrimonio con siglos de historia.
Desde 1959, residieron en el castillo de Chatsworth, una residencia “triste, oscura, fría y sucia” que Deborah transformaría en una de las casas más bonitas y visitadas de Inglaterra. Fue de las primeras aristócratas que decidió abrir las puertas de la mansión y la convirtió en un atractivo turístico.
Tras el fallecimiento de su marido, en 2004, se retiró a una pequeña casa dentro de la propiedad, donde se dedicó a la cría de gallinas y perros. También a la literatura -publicó más de diez libros-.
Diez años después, Reino Unido decía adiós a una de sus aristócratas más queridas en un funeral al que no faltó el rey Carlos III -entonces príncipe de Gales-: “Poseía una personalidad única, con una maravillosamente original concepción de la vida”.