Ella Fontanals-Cisneros tiene una vida que parece una novela. Considerada una de las mayores coleccionistas del mundo, nació en La Habana, en 1944, pero huyó con su familia a Venezuela cuando estalló la Revolución Cubana.
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En su país de acogida conocería a su marido, el magnate petrolero y de telecomunicaciones Owaldo Cisneros, con quien tuvo tres hijas. A lo largo de sus 81 años recién cumplidos, Ella se ha codeado con todo tipo de personalidades: de Fidel Castro a los Reyes de España, pasando por Andy Warhol o Donald Trump, de quien fue vecina. "He tenido una vida muy movida", reconoce a ¡HOLA!
—¿Cómo fue su infancia?
—Superfeliz. Hasta los trece años, crecí en La Habana, que era muy alegre. Nos fuimos cuando vino la revolución. Éramos cuatro hermanos, pero de dos generaciones distintas. Uno, 20 años mayor ,y la siguiente, 14. Luego, la menor es 14 meses más chica. Mis padres eran como mis abuelos y mis hermanos, como mi papá. Fuimos las niñas más mimadas.
—¿Cómo recuerda el estallido de la Revolución Cubana?
—Con doce años, me parecía una novela. Aunque mis papás siempre intentaban que no oyéramos cosas trágicas, nos enterábamos de que mataban a gente y los tiraban en una esquina… Cuando venía Fidel Castro, nos parecía una fiesta: la gente iba vestida de militar y cantando himnos…
—Pero era un desfile militar.
—Un día, las monjas de mi colegio, que eran americanas, llamaron a mi papá para decirles que dejaban el país en ese momento, que les estaba esperando un avión. Al estar tomados los periódicos y las televisiones, nadie sabía nada. Pero, al salirse los americanos tan rápido, mi papá entendió que pasaba algo y organizó su viaje para Venezuela. Allí vio que era una cuestión comunista y que iba a crecer. Nos sacó inmediatamente. Mis papás pensaban que sería cosa de un año y volveríamos después…
—Su padre falleció poco después.
—Casi al año de llegar a Venezuela. Le dio un ACV (accidente cerebrovascular). Fue horrible.
—¿Cómo conoció a su marido?
—Oswaldo me vio en una comida de Pepsi-Cola International. Después, salí en una revista y le pidió a un amigo mío que me llamara, que quería una cita conmigo. Yo no quería, pero empezó a llamarme todos los días. Finalmente, salimos una noche, pero le quise hacer la vida imposible para que no me llamara más.
—Pero fue el hombre de su vida.
—Y yo fui la mujer de su vida, hasta el día que se fue. Aunque nos separamos en el 2002, se refería a mí como "mi esposa". Nos queríamos mucho, pero él solo trabajaba, trabajaba… Yo soy aventurera, de viajes y cosas nuevas… Tras tantos años, nos empezamos a distanciar y otras personas encontraron hueco para meterse entre los dos.
—Se refiere a que alguien se acercó a su marido —Oswaldo Cisneros volvió a casarse—.
—Pero nunca nos peleamos. Ni cuando nos divorciamos. Yo tenía mi negocio, pero fue supergeneroso y se lo agradecí.
Por amor al arte
—¿Cuántas obras tiene?
—¿Sabes qué pasa? Llega un momento en el que uno pierde la cuenta… Están repartidas en mis casas, en el almacén…. Pero entre 2.800 o 3.000 obras.
—¿Cómo empezó en el arte?
—Desde chiquita, siempre había artistas en casa y yo quería ser pintora… Pero nos fuimos a Venezuela y cambió todo. Con 20 años, un amigo me propuso montar una galería de arte.
—¿Cuál es la obra que más le ha costado?
—¿De conseguir? Una de Gego, una artista alemana, hecha de alambrito. La conseguí en un "auction" en los 80, aunque subió y subió el precio. Pagué 400.000 dólares, que era mucho dinero para esa época. Después, me dijeron que estuve pujando contra el MoMA (ríe). Hoy, vale cinco millones.
—¿Por cuál ha pagado más?
—He comprado obras de dos, tres o cuatro millones, pero las necesitaba para la colección.
—¿Puedo preguntarle el nombre o es una indiscreción?
—¡Es una indiscreción! (Ríe). Hace poco, compré una de Rashid Johnson y otra de Thomas Schütte.
—¿Dónde guarda sus obras?
—En Miami, donde está la fundación.
"Studio 54 era como estar en una película. Pasaban cosas tan extrañas… No todo el mundo estaba haciendo drogas ahí (en medio), pero tú lo sentías"
—El arte le ha hecho conocer a gente fascinante. Como a los reyes de España, en ARCO.
—Sí, el año que me dieron un premio. Llegué tarde, pero el Rey se salió de la caminata para hablar conmigo. Es un caballero. Eso fue cuando teníamos firmado un acuerdo con el Gobierno de España para llevar la colección a La Tabacalera, pero se dio al traste porque, desgraciadamente, los políticos nunca piensan en el bien general.
—¿Allí conoció al Rey?
—La primera vez fue hace siete años, en un concierto de Shakira, en Madrid (ríe). Estaba con la Reina. Luego, le he visto más veces. Es especial, un señor.
—¿Cómo conoció a Warhol?
—En el 78. Era la época del Studio 54 y de la locura de Nueva York con Bianca y Mick Jagger, Andy Warhol, Basquiat, Rubell, Halston… No era mi pandilla, pero coincidimos en los mismos sitios. La mayoría estaban en las drogas y yo no estaba en nada de eso.
—¿Cómo era desde fuera?
—Studio 54 era como estar en una película. Pasaban cosas tan extrañas… De pronto, aparecía un caballo entre el humo.
—Sí, el mítico momento de Bianca Jagger entrando allí a caballo.
—De pronto, había uno disfrazado…. Otros con "poppers". No todo el mundo estaba haciendo drogas ahí, pero tú lo sentías.
—¿Qué le pareció Andy Warhol?
—Muy interesante. Íbamos al mismo terapista en Nueva York, que hacía acupuntura y otros tratamientos. Warhol se sentaba frente a mí y no me levantaba la vista. Casi ni me hablaba. Era muy retraído, pero, luego, no sé si por drogas o qué, le veía animado en las fiestas
—¿Le compró alguna obra?
—Sí. Su pareja de entonces insistía para que me hiciera un retrato, pero esas caras me parecían tan extrañas que le decía que me lo iba a pensar. Un día, me llevó al estudio y sentí que tenía que comprar algo. Al final, me llevé Sunrise Sunset, que son cuatro etapas del sol. Me costó 20.000 dólares, que era mucho dinero en esa época. Pero un retrato costaba mucho más, como 50.000… Hoy valdría 29 millones… Ha sido el mayor arrepentimiento de mi vida… Qué tonta.
"A Andy Warhol le compré una obra. Su pareja me insistía en que me hiciera un retrato, pero esas caras me parecían tan extrañas… Ha sido el mayor arrepentimiento de mi vida"
De Fidel Castro a Trump
Mientras repasa su vida, Ella recuerda más y más anécdotas con personalidades históricos. Por ejemplo, fue bendecida por la Madre Teresa de Calcuta en Nueva York: "Nos cruzamos en medio de una pista de aterrizaje, yo iba para mi avión. Le dije que la admiraba y me contestó: 'Dios te bendice'".
O cuando llevó en su jet privado al presidente polaco Lech Wałesa a Caracas. "Estuve en Downing Street con Tony Blair siendo primer ministro. Estaban sus hijos adolescentes. Uno era punk, con cresta, y la otra, igualita, tatuada", nos relata. "Blair me dijo: “¿Qué hace uno cuando su hijo de trece años no se quiere bañar?”. Le contesté que podía cogerlo por la oreja y meterlo en la ducha a la fuerza", recuerda entre risas.
—Con Fidel Castro comió.
—En el 89 o 90. Fue a través de mi amiga Leyla Umar, que era una presentadora muy conocida de Turquía y le entrevistó. Nos peleábamos mucho, porque ella estaba fascinada. Un día, Leyla me llamó para invitarme a una comida con Fidel. Yo no quería, pero mi marido me dijo: "Es interesante ver el otro lado del mundo opuesto al tuyo y ver cómo la gente piensa". Al final, acepté… Llegué tarde al encuentro, porque el avión se retrasó. Fidel me dijo: "Nunca he esperado por nadie más de 15 minutos y por ti llevo 40. Pero valió la pena".
—¿Qué le pareció Fidel?
—Tenía carisma y podía convencerte hasta de comprar un zapato roto. Tenía ese control de las masas y de la gente. Era como una serpiente Luego, pensé: "¿Qué hago aquí sentada, delante de este hombre que ha hecho tanto mal a tanta gente que yo quiero y a mi familia?".
—¿Cómo conoció a Trump?
—Sería el año 89. Éramos vecinos en la Trump Tower. Yo tenía un dúplex, en los pisos 62 y 63 y él vivía encima, en el 64. Ivana era muy simpática y muy extravertida. Tenía un acento fortísimo, porque era checa. Ahora le oigo hablar a él de los inmigrantes… ¡Si se ha casado con dos inmigrantes! ¡Qué va a hablar!
—Tiene casas en Caracas, Miami, Madrid, Nueva York, La Habana…
—Tengo en República Dominicana, en Punta Cana, que es mi casa casa. También tengo en Caracas, Miami y Madrid. En Caracas vivo en un penthouse. Tengo otra casa allí, pero es enorme. ¿Quince mil metros de terreno para mi pareja y para mí? La de Nueva York la vendí después de la pandemia porque casi no iba. Y la de La Habana la cerré hace como diez años. Era muy bonita y era lugar de reunión de artistas, pero eso me trajo consecuencias en 2017 o 2018. Empezó toda esta revolución de los artistas en Cuba, los disidentes, y las autoridades pensaron que yo les estaba ayudando. Como se puso la cosa muy tensa, decidí irme.
Su incidente con Lomana
—¿Viene mucho a España?
—Paso como cuatro meses al año.
—En Madrid, vivía en la casa que perteneció a la familia March.
—Sí, en la calle Fortuny. Tuve un problema con mi vecina, que ya sabe quién es… (Carmen Lomana). No la resistía. Me esperaba todos los días en la puerta porque quería que yo la invitara a mi casa. ¿Estamos locos? ¡Con todo lo que me hizo!
—¿Después de las obras en su casa, que inundaron la de ella?
—Se rompió una cañería y el agua llegó a su casa, pero no hubo tal inundación. Ella no estaba en ese momento, pero mi constructor entró a la casa y tomó fotografías de todo. Pudieron haberse mojado algunas carteras, pero que estaba todo flotando… Era todo mentira para sacar dinero. Le sacaron 250.000 a mi constructor. Como hicimos un arreglo de la decoración sin permiso, se aprovechó. Empezaron a llamarme de todos los medios.
Un día, me esperó en la escalera y me dijo que le pidiera perdón. ¡Ya se lo había pedido y enviado flores! ¿Qué más quería? Empezó a llamar al Ayuntamiento para que hicieran revisiones… Me cansé y me cambié de casa. Quería una con una terraza y me compré un piso en la calle Alcalá, que es el que estoy remodelando ahora. Tengo otra en Velázquez.
—Cristina Macaya fue gran amiga suya, además de consuegra.
—Nos conocimos a través Plácido Arango, expareja de Cristina, porque él era coleccionista. Después, mi hija se casó con un hijo suyo, Javier Macaya. Los dos se reencontraron en Venezuela cuando mi marido estaba vendiendo la compañía Pepsi-Cola. Javier trabajaba en el banco que hacía de mediador.
—Antes me hablaba de su pareja.
—Sí, se llama Ramón Calderíos. Es cubano. Nos conocimos por su sobrina, la esposa de Marcos Castillo, que es una gran amiga mía. Él es médico y me ayudó muchísimo cuando alguien que yo quería mucho enfermó y se murió. Poco a poco, empezamos a vernos.
—¿Cuándo surgió la relación?
—Va a hacer ocho años. Vivimos juntos en República Dominicana. Soy muy independiente, pero compartir la vida con alguien que tú quieres, que te quiere y que, además, es persona buena, de buen corazón… Eso es maravilloso. Además, todo lo que haces, luego, sale mejor.
—Una última pregunta: ¿el dinero da la felicidad?
—Para nada. El dinero no es la felicidad. La manera de ver la vida, que es algo interno, es lo que te hace feliz o no. No depende de lo exterior, del dinero o de alguien…
—El dinero no dará la felicidad, pero ¿no ayuda a acercarse a ella?
—Eso sí es verdad. Pero también es la manera en la que te posicionas. Hay gente muy feliz con muy poco.