El escritor Javier Sierra© Javier Ocaña

Café con letras

Javier Sierra nos presenta 'El Plan Maestro': "Los cuadros deben ser entendidos como libros y los museos como bibliotecas"

El célebre autor turolense regresa con una envolvente historia sobre el arte y sus misterios


4 de julio de 2025 - 6:23 CEST

Javier Sierra (Teruel, 1971) es uno de los grandes autores de nuestro país, un investigador del misterio, un buscador de respuestas a grandes enigmas sobre los que le apasiona investigar. Excelente divulgador, este periodista precoz que fundó la revista Año Cero en 1990 junto a Enrique de Vicente, sigue colaborando en prensa, radio y televisión, al mismo tiempo que convierte en bestseller cada novela que escribe. Títulos como La Dama Azul, La Cena Secreta, La Pirámide Inmortal, El Maestro del Prado o El Fuego Invisible -Premio Planeta en 2017- son sólo algunos de sus muchos éxitos literarios. Con Javier hablamos sobre su última obra, El Plan Maestro (Ed. Planeta, 2025), un recorrido apasionante por el arte y sus misterios, un libro que quiere dar respuesta a una experiencia personal que le marcó y nos contó en El Maestro del Prado.  

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El escritor Javier Sierra© Javier Ocaña

- En El Plan Maestro nos propones un viaje a través del arte y los misterios que éste encierra desde la Prehistoria ¿Una de tus grandes pasiones?

Mi gran pasión ha sido siempre descubrir los porqués de las cosas y, obviamente, al arte también le cabe esa pregunta desde sus primeras manifestaciones. ¿Por qué el ser humano en el Paleolítico tuvo la necesidad de pintar imágenes en los rincones más oscuros de las cavernas, lugares en ocasiones muy peligrosos y de difícil acceso? 

En esa búsqueda, cuando haces las preguntas adecuadas, corres el riesgo de empezar a encontrar respuestas y las que yo empecé a recibir tenían mucho que ver con la magia, con el uso ritual de las pinturas en el mundo antiguo, con el nacimiento de las religiones… 

Todo eso me intrigó e hizo que me preguntara cuánto quedaría de esos usos mágicos y rituales de las pinturas del Paleolítico en la pintura histórica más reciente. Ese fue un poco el motor de búsqueda inicial, encontrar esa respuesta. Luego, obviamente, lo integré en el ropaje de la ficción para tener mucha libertad a la hora de establecer, por ejemplo, relaciones entre elementos gráficos muy distantes en el tiempo, algo que seguramente un historiador del arte no se atrevería a hacer.

- En buena medida, eres protagonista de la trama junto a tu propia familia, ¿ha sido este uno de tus libros más personales?

Tenía el gran reto de dotar de verosimilitud al relato y, lógicamente, al ponerme como protagonista en la ficción estaba dando un gran paso en ese sentido, porque además cuento cosas que son ciertas y que el lector puede identificar. Entonces, digamos que formaba parte del juego de seducción para arrastrar al lector hacia el interior de la historia.

Más allá de eso, estaba cerrando algo que yo experimenté hace doce años y que conté en una novela anterior, en El Maestro del Prado. En dicha novela compartí una historia real que me sucedió, un encuentro que tuve con un señor en el Museo del Prado, un hombre que me enseñó a leer en el arte, dándome un curso acelerado de cuarenta minutos que yo no pedí. A raíz de aquello, acabé convirtiendo a esa persona en personaje porque quise saber quién era, de dónde venía y por qué me abordó siendo yo un adolescente con cara de despistado en el Museo del Prado. Ese relato lo escribí en primera persona y lo dejé sin resolver. Como ahora necesitaba resolverlo, esta novela plantea el cierre de ese relato y, por eso, también, tenía que seguir con el mismo estilo 

Utilizo la literatura para jugar con el lector, hay un esfuerzo por mi parte por romper la cuarta pared, ese espacio en el cine donde se ubica todo lo que el espectador jamás ve, luces, cámaras, director, regidor, etc. En este caso, es donde se coloca el autor y su vida, y he querido que el lector sí lo vislumbre. Me parecía un juego muy interesante el de mezclar la vida con la literatura, algo que no se da muchas veces en el mundo literario.

© Javier Ocaña

"El ser humano busca la eternidad como sea y su manera de conseguirla a veces es hacerse un selfie delante de La Gioconda, ya que cree que algo de esa eternidad se le va a contagiar"

- En El Plan Maestro, hay una pugna entre los que quieren transmitir luz y las claves ocultas en el arte desde tiempos remotos y los que tratan de evitarlo. ¿Es una especie de guerra entre el bien y el mal?

Es una metáfora de nuestros tiempos, entre la mirada curiosa y la mirada conformista, entre la visión trascendente del arte y la puramente materialista. En toda novela tiene que haber un conflicto, si no hay algo pendiente que resolver o una lucha en la que haya un ganador y un vencido, no tienes realmente un relato potente.

En este caso he querido enfrentar arquetipos, el arquetipo de lo material con el de lo espiritual. Esa lucha está y ha estado siempre en el arte, pero también en la propia vida y esa es la energía que yo he canalizado a través de estos personajes.

- Antes se trataba de atraer gente a los museos y ahora están abarrotados con legiones de turistas en busca del mejor selfie. ¿No sabemos mirar o admirar la belleza? ¿Nos falta esa segunda visión que aparece en tu novela?

Lo que ha ocurrido en las últimas décadas es que hemos convertido los museos en un producto de consumo más, olvidando un poco su función cultural, de debate y de diálogo que tú puedas establecer con la obra de arte. Lo hemos convertido en una mera exposición de imágenes y, por eso, imagen llama a imagen y surge la pasión de integrarte con una obra eterna. El ser humano busca la eternidad como sea y su manera de conseguirla consiste a veces en hacerse un selfie delante de La Gioconda, ya que cree que algo de esa eternidad se le va a contagiar al quedar representada en ese frame, en ese fotograma que se lleva en su móvil.

Es también mero postureo, pero esa necesidad de pegarte a lo eterno está en nuestro instinto más profundo. De ahí nuestra fascinación por lo clásico y lo antiguo. Por desgracia, ahora cuando visitamos un museo hacemos lo mismo que cuando pasamos las imágenes en scroll en Instagram, no le dedicamos más allá de 30-45 segundos a un cuadro y pasamos al siguiente. Tenemos esa necesidad de comernos todo el museo en una sola visita, de ver el Louvre en tres horas. Lo que yo propongo es dar un paso atrás, los cuadros deben ser entendidos como libros y los museos como bibliotecas. Esos libros no tienen palabras, son libros mudos que cuando los acompañas de palabras adquieren su tridimensionalidad, palabras que pueden venir de un buen guía, de un buen libro e incluso de una sesión imaginativa en la que tú dialogas con la pintura. En realidad, lo que propongo es recuperar la magia con la que nuestros ancestros, en el Paleolítico, miraban sus pinturas.

- El Museo del Prado te ha marcado desde joven por tu amor al arte y de hecho es protagonista en varias de tus obras, también en El Plan Maestro. ¿Cómo es tu relación con este lugar tan especial?

El Prado forma parte de mi paisaje cotidiano, encima vivo cerca y eso supone para mí todo un sueño hecho realidad desde que viene a estudiar a Madrid. Lo he visitado en multitud de ocasiones, es como ese jardín en el que encuentro amigos con los que citarme. 

Siempre voy con una intención, sigo teniendo esa alma de cazador prehistórico, necesito saber donde está la presa para enfocarla. Voy a ver obras maestras, otras veces me interesan obras menores, esculturas e incluso en ocasiones me atrae el propio edificio, que también tiene una historia y sus secretos. Es uno de mis micro universos favoritos. 

El Plan Maestro va filtrando obras del museo hasta llegar a La Apoteosis de la Monarquía Española. Llego a ella porque durante muchos años he ido a la biblioteca del Casón del Buen Retiro a estudiar y he tenido esa obra gravitando sobre mi cabeza. Cuando me he familiarizado con ella es cuando me han surgido las preguntas. ¿Por qué?, ¿por qué se encargó a Luca Giordano una obra tan excelsa en este lugar y en aquel tiempo? Encontré la respuesta en la astrología y eso es lo que más me divierte del proceso de construir una novela como esta, poder mezclar disciplinas que aparentemente no tienen conexión, pero que al final sí la tienen. El cerebro humano es una gran batidora donde se mezclan muchos estímulos e intereses. 

"Estoy educando al lector para que mire con sus ojos más instintivos, más primitivos, más pasionales. A partir de ahí, creo que es donde se encuentra mejor la conexión con el arte"

© Javier Ocaña

- Los niños -tus propios hijos en la novela- ven cosas que los adultos no apreciamos. ¿Son ellos los más idóneos para contribuir a desvelar ciertos enigmas del arte?

En esa búsqueda de sentido al arte, trato de encontrar la mirada original de los humanos respecto a su creación. Esa mirada hoy está muy contaminada por siglos de historia, de adoctrinamiento, de usos políticos, religiosos, propagandísticos, militares… Me interesaba el origen del arte, el arte rupestre y cómo lo miraban nuestros ancestros, no cómo lo vemos hoy. Muy probablemente lo verían como lo ven los niños, sin su mirada contaminada por la cultura y la educación. Eso es lo que me podía dar un acercamiento más puro, por eso la novela arranca con esa visión de los niños, porque entiendo que es la que más se asemeja a la que tuvimos en algún momento de la prehistoria. 

Esa mirada tiene mucho de instinto y de animista, es la que encuentra caras en las nubes o reconoce un monstruo en la sombra del armario, ya que es una visión que siempre está hiperalerta, muy desarrollada por su sentido de la supervivencia. Estoy educando al lector para que mire con sus ojos más instintivos, más primitivos, más pasionales. A partir de ahí, creo que es donde se encuentra mejor la conexión con el arte.

- Nos interesa conocer el proceso de creación de los autores. En este sentido, ¿cómo escribe Javier Sierra? 

Tengo un defecto de fábrica que viene de mi pasado como periodista, ya que termino preguntando demasiado y con un exceso de documentación. Lo que me lleva más trabajo es la poda de esa documentación para que encaje en un relato.

Sí que soy muy metódico y, en ese sentido, me cuesta mucho arrancar una novela. Decidir en qué momento dejo yo de aprender para ponerme a enseñar, ese puente me cuesta mucho cruzarlo porque nunca me parece que he aprendido lo suficiente. Lo que realmente me emociona es aprender, conectar cosas entre sí, elementos, personajes, circunstancias históricas, etc. Cuando encajan, surge ya la chispa de la novela, al encontrar algo que nadie había visto. 

- ¿Podrías recomendarnos uno de los últimos libros que hayas disfrutado?

Mi modo de relajarme con la lectura tiene también mucho que ver con aprender y descubrir cosas nuevas. En ese sentido, Las huellas de los dioses, de Graham Hancock, es una investigación muy bien narrada sobre los grandes enigmas no resueltos de las civilizaciones antiguas. En realidad, es un libro de viaje que arranca en Egipto y da la vuelta al mundo, conectándote con todas esas cosas que a mí me hacen soñar.

Esa sería una buena recomendación de lectura para este verano.  

- Por último, ¿por qué debería nuestra audiencia leer El Plan Maestro?

Este libro es como ponerse unas gafas que están ajustadas a una forma de ver el arte que estaba completamente olvidada y que va a resultar muy novedosa para el lector contemporáneo.

Esto es muy curioso, pero pasa en la moda, en la política, en la literatura y en tantas ramas del saber: olvidamos cosas que cuando las recuperamos nos parecen deslumbrantes y novedosas. Esta es una de ellas, esa mirada animista y mágica respecto al arte.

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