Andrea Cabeza de Vaca, la musa española de Andy Warhol entra en el olimpo del arte

El Instituo de Arte de Chicago dedica una retrospectiva al padre del arte pop e incluye en ella a la hija del Marqués de Portago

por Martín Bianchi
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"En el futuro todo el mundo tendrá sus quince minutos de fama", decía Andy Warhol. Durante casi veinte años, el padre del arte pop se encargó personalmente de regalar ese cuarto de hora de estrellato a cientos de aspirantes a famoso a través de las páginas de “Interview”, la revista que fundó en 1969 junto al periodista británico John Wilcock. Todo el mundo que era alguien -o que quería ser alguien- sabía que tenía que posar para Interview si quería revalidar -o ganarse- el título de celebrity.

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En junio de 1977 le llegó el turno a Andrea Cabeza de Vaca. Aquel caluroso verano, esta enigmática aristócrata española de 26 años se convirtió en la chica del momento en Nueva York. Ninca Ricci la eligió para protagonizar la campaña del perfume Farouche. Para la maison francesa, encarnaba la esencia del perfume -Farouche en francés significa 'feroz' y 'tímida'- y de la mujer moderna: "Una nueva raza urbana e internacional, que esquía en Gstaad, baila en Régine’s -la discoteca del momento en Manhattan-, y que le encanta trabajar". Warhol no podía estar más de acuerdo y no tardó en elegirla como una de sus musas. El artista, un esnob confeso, cayó rendido a las maneras aristocráticas de la it girl.

Ahora, esa mítica portada forma parte de la exposición Andy Warhol. From A to B and Back Again, que se ha inaugurado en el prestigioso Instituto de Arte de Chicago y que es la primera retrospectiva del artista americano que se realiza en Estados Unidos en treinta años. En las cinco décadas de historia de “Interview”, fueron pocos los españoles que agraciaron las páginas de la legendaria publicación: Salvador Dalí, Paloma Picasso, Miguel Bosé, Penélope Cruz… y Andrea Cabeza de Vaca.

La musa española de Andy era hija de Alfonso Cabeza de Vaca, marqués de Portago y uno de los pilotos de carreras más famosos del mundo, y de la modelo americana Carroll MacDaniel. “Mi padre me llevaba a pasear en su Ferrari por las calles de París y nunca se detenía en los semáforos”, recordaría Andrea en una entrevista en 1977. Cuando ella tenía seis años, el marqués se mató trágicamente en su Ferrari, mientras competía en una carrera en Italia.

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Andrea tuvo una niñez triste y errante, pero acomodada. Largas estancias en el hotel Carlyle de Nueva York; clases de danza con George Balanchine y de actuación en el estudio de Stella Adler; educación en los mejores internados; vacaciones de verano en casa de su abuela, la millonaria Olga Martin-Montis, en Biarritz; almuerzos y cenas en La Grenouille y La Côte Basque; y noches de fiesta en Studio 54.

Fue precisamente en la mítica discoteca neoyorquina donde conoció a Warhol. “Va a ser una gran estrella”, vaticinó el artista. Y acertó. De la noche a la mañana, Andrea se transformó en la mujer más deseada de Manhattan. Los diseñadores más famosos del momento -Halston, Cassini- querían vestirla y los hombres más atractivos y populares -Warren Beatty, Paul Simon, Bob Neuwirth – la cortejaban.
No tengo novio, al menos no esta semana", bromeó ella en una entrevista a la revista People en los años setenta. "Cuando pienso en algunas de las personas con las que me podría haber casado, me alegro mucho de no haberlo hecho. Los estadounidenses se toman el matrimonio demasiado en serio ”, decía entonces.

En el invierno de 1978 se casó con el multimillonario alemán Mick Flick, heredero del imperio automotriz Mercedez-Benz. Parecía que la fiesta iba a dudar para siempre, pero no fue así. En 1980, Studio 54 tuvo que cerrar sus puertas -“El final de la Gomorra moderna”, anunció la prensa americana-; a mediados de esa década Andrea se divorció de Flick y unos años después falleció Warhol. Entonces, la aristócrata española se cansó de los flashes y se retiró de la vida pública.

Hace décadas que no se deja ver en público. Ni siquiera se la pudo fotografiar en el funeral de su madre, Carroll Petrie, en 2015. Antes de morir, la anciana, de noventa años, estipuló que gran parte de su fortuna fuera donada a obras de caridad. A veces, el dinero se esfuma. Pero los quince minutos de fama de los que hablaba Warhol no tienen precio… y pueden durar toda la vida.

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