María Leszczynska, la polaca que reinó Francia

Por hola.com

Entre los miembros de la dinastía Borbón, la reina María (1703-1768) de Francia ocupa un lugar privilegiado. Pese a ser de origen polaco, esta leal, discreta y religiosa mujer se convertiría en una de las soberanas más queridas de la historia del país galo, hasta el punto de ser conocida entre los franceses como “la Reina buena” por sus constantes obras de caridad y por su empatía con los más desfavorecidos. Injustamente tratada por su marido, Luis XV (1710-1774), que le sería infiel con la ambiciosa Madame de Pompadour (1721-1764), la reina María se mantuvo leal a su esposo y a su país de acogida, logrando así el respeto y la admiración de todos. Hoy repasamos pues la vida de María Leszcynska.

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María Carolina Sofía Felisa Leszczynska nace el 23 de junio de 1703 en Trzebnica (Polonia), siendo hija de Estanislao Leszczynski (1677-1766) y de Catalina Opalinska (1680-1747). Su padre fue Rey de Polonia en dos breves periodos, entre 1704 y 1709 y 1733 y 1736. Precisamente la primera pérdida del trono polaco de Estanislao I marcaría la infancia de María, dado que en aquel momento tendría que acompañar a sus padres y a su hermana Ana (1699-1717), quien moriría prematuramente con apenas 18 años de edad, al exilio sueco. Allí viviría hasta 1718, cuando los Leszczynska se trasladarían a vivir a la localidad francesa de Wissenbourg.

María, pese a vivir una convulsa infancia a causa de los devaneos políticos de su padre, comenzó pronto a destacar por sus dotes intelectuales – es conocido que la pequeña aprendió a hablar sueco al poco de instalarse en el país escandinavo, originando la admiración de propios y extraños – que habían sido potenciadas por su padre, un hombre de una cultura notable. La Leszczynska llegaría a la juventud hablando cinco idiomas y con un dominio absoluto de la etiqueta y el protocolo. Sin embargo, el poco boyante estatus de su padre – su familia llevaba un más que modesto tren de vida en su destierro y sus tierras en Polonia habían sido confiscadas – la convertía en poco atractiva para posibles pretendientes al matrimonio. Varios intentos de casarla con figuras prominentes de la sociedad gala, Luis Enrique, Duque de Borbón (1692-1740) es el caso más notorio, acabaron en fracaso precisamente por la falta de poderío económico de la novia.

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El golpe de fortuna de la joven polaca llegaría precisamente con el nombramiento del Duque de Borbón como Regente de Francia, una vez que Luis XV era aún menor de edad. En el Duque recayó la responsabilidad de encontrar esposa al Rey de forma urgente, ya que su muerte prematura – la salud del Luis XV era en aquel entonces quebradiza – y sin descendencia habría supuesto un enorme varapalo para los intereses de la Monarquía francesa. Luis XV, no obstante, estaba prometido en 1721 de forma oficial con la infanta Mariana Victoria de España (1718-1781), hija de Felipe V (1683-1746). Sin embargo, la exigua edad de la Infanta impedía que se pudiera celebrar el matrimonio de forma inmediata. Finalmente, el Duque mandó a la Infanta – quien en el futuro terminaría siendo Reina de Portugal gracias a su matrimonio con José I (1714-1777) - de vuelta a Madrid y comenzó a buscar candidata a casar con el Rey. No fueron pocos los nombres que rondaron la cabeza del Duque, - se habla de un total de 99 posibles novias - entre ellas una hija del rey inglés Jorge I (1660-1727), la futura Isabel I de Rusia (1709-1762), la princesa Ana Carlota de Lorena (1714-1773) o su propia hermana Enriqueta Luisa (1703-1772). Todas ellas fueron descartadas por presentar inconvenientes desde un punto de vista político o estratégico.

El perfil de María era, por el contrario, ideal. Pese a no ser especialmente bella ni tener un patrimonio llamativo, la joven polaca estaba completamente al margen de los contubernios de las casas reales europeas. Era, en palabras del Duque, tan solo “una muchacha polaca”. Finalmente, el 31 de marzo de 1725 el Consejo de Estado francés aprobaría el compromiso del Rey con la semidesconocida María Leszczynska. La Corte no recibió la noticia con especial algarabía e incluso se dispersaron de forma interesada rumores de que la joven polaca era físicamente monstruosa o incluso que no podía tener hijos. La ceremonia por poderes se celebró el 15 de agosto de 1725 en la Catedral de Estrasburgo. Los jóvenes – él 15 años de edad y ella 22 – no se conocerían en persona hasta la víspera del enlace oficial, que se llevó a cabo en el Palacio de Fontainebleau el 5 de septiembre de ese mismo año. Según las crónicas, el flechazo entre ambos fue instantáneo.

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Todo apunta a que los primeros años del matrimonio entre los Reyes fueron extraordinariamente felices. Prueba de ello es que la mayor parte de sus hijos fueron procreados en estos años, las gemelas Luisa Isabel (1727-1759) y Ana Enriqueta (1727-1752), María Luisa (1728-1733), el Delfín, Luis Fernando (1729-1765), Felipe (1730-1733), María Luisa (1733-1799), Sofía (1734-1782), María Teresa (1736-1744) y Luisa María 1737-1787). Sin embargo, ya desde 1733 el Rey comenzó a serle infiel con diferentes cortesanas, desde Luisa Julia de Mailly (1710-1751) a la más importante, Madame de Pompadour, quien sería presentada a la Corte de forma cuasi oficial y que comenzaría a actuar como si de una segunda reina se tratara.

Pese a lo humillante de la posición de la reina María, poco menos que ninguneada por su marido, con el que, no obstante, desde hacía ya años no compartía dormitorio ni vida en común, ésta nunca dejó de cumplir sus obligaciones institucionales e incluso intentó mantener una relación cordial con la de Pompadour, mujer ambiciosa y de naturaleza conspiradora. Cada vez más aislada en Palacio, la Reina apenas se relaciona con una camarilla de damas de compañía con las que comparte su pasión por la música – ella sería la responsable de hecho de que el mítico cantante castrato italiano Farinelli (1705-1782) viajara a tierras galas -. Es en estos años en los que la Reina se vuelca asimismo con los más desfavorecidos y comienza a rechazar la vida de lujos y frivolidades propias de Versalles. Es sabido que la Soberana renegó de las ropas lujosas aludiendo que “mientras mi pueblo no se pueda permitir comprar una camisa, yo no necesitaré esos vestidos”.

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Siempre fiel al Rey, la reina María desaparece progresivamente de la primera línea de la vida institucional francesa. Sus apariciones públicas cada vez son más escasas y su contacto con su marido es prácticamente nulo. Sin embargo, su muerte, acontecida el 24 de junio de 1768, cuando contaba con 65 años de edad, supone un gran menoscabo para la institución monárquica, que perdía a uno de sus miembros más cercanos al pueblo. Sus restos descansan en la cripta de la Basílica de Saint-Denis, con la excepción del corazón, que se conserva en la Catedral de Notre Dame de Bonsecours, en la ciudad de Nancy. Su marido no volvería a casarse y moriría en 1774 a causa de la viruela.