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Es fácil enamorarse de Chicago: ya te lo decimos nosotros. Es sencillo quedarse embobado viendo cómo el famoso loop, el tranvía elevado que lleva desde finales del siglo XIX moviéndose entre los rascacielos del distrito financiero, avanza por los desvencijados raíles con su chirrido habitual.

 

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Es también probable que nos atrape el vaivén de las olas frente al lago Michigan, que más que un lago, parece un océano infinito. O que nos contagiemos del ambiente previo a cualquier partido de los Chicago Cubs. Que nos emocionemos con un concierto de música clásica en el espectacular Millenium Park; que nos conquisten tantísimo sus altos rascacielos que queramos subir a todos ellos para admirar las vistas de la ciudad.

Por todo esto y por mucho más, arrancan aquí 48 horas repletas de atractivos planes en una de las ciudades más increíbles del mundo.

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PRIMER DÍA EN CHICAGO: MAÑANA

Amanece en Chicago y el cuerpo nos pide marcha. Bien, pues démosela. Y para ello, nos vamos directamente a su distrito financiero, donde la vida fluye a ritmo frenético en sus aceras. Entre ejecutivos enchaquetados que corren de un lado a otro café en mano, nosotros nos plantamos. Es hora, amigo, de parar y alzar la vista.

Resulta que fue Chicago la ciudad en la que se levantó el primer rascacielos: corría 1885 y el edificio fue el Home Insurance Building, que contaba con nueve plantas. Hoy, pasear por el Chicago River Walk relajadamente supone toparse con inmensas construcciones que resultan todo un atractivo para los amantes de la arquitectura. Una de las claves para entender esta abundancia se halla en el horrible incendio que sufrió la ciudad en 1871 y que arrasó con gran parte: comenzaron entonces a levantarse nuevos edificios que hoy siguen configurando el skyline de Chicago.

 

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Nos encontramos así con el Marina City, unas torres gemelas con forma de mazorca alzadas junto a su puerto deportivo privado. También nos gusta el Wrigley Building, inspirado —¡y no es broma!— en la Giralda de Sevilla. El Tribune Tower, construido en 1925, es sede del diario Chicago Tribune y luce un estilo neogótico den cuya fachada hay incrustadas azulejos y piedras de grandes edificios del mundo. Pedacitos del Taj Mahal, de la catedral de Notre Dame, de Santa Sofía, e incluso de una de las pirámides de Giza, lucen en ella a la vista de todo el mundo.

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No muy lejos alcanzamos la Willis Tower, el rascacielos más alto de Chicago. Bien, ¡subamos! Solo 60 segundos tarda el ascensor en alcanzar los 413 metros de altura donde se halla el Skydeck Observatory, el mirador de la planta 103 cuya panorámica nos deja sin palabras. Desde el cielo todo nos parece diminuto: el lago Michigan, Chicago, e incluso las llanuras de los estados vecinos de Illinois o Wisconsin.

 

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Y bajamos del cielo, pero no de las nubes, porque precisamente así, Cloud, es como se conoce popularmente a The Bean, nuestra siguiente parada. Una escultura inmensa del artista indo-británico Anish Kapoor que es parada obligada en toda incursión al Millenum Park, el parque por antonomasia de Chicago. Contemplar nuestro reflejo en ella y fotografiarnos hasta la saciedad forma parte del ritual. A solo unos pasos, la Crown Fountain es la obra interactiva del artista catalán Jaume Plensa. Una superficie negra de granito siempre cubierta de agua y con dos torres enfrentadas donde aparecen proyectados vídeos con rostros de ciudadanos de Chicago. Muy divertido, sobre todo para los más pequeños.

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En un extensa zona ajardinada, frente al espectacular proyecto arquitectónico de Frank Gehry, el pabellón de conciertos Jay Pritzker, escogemos un hueco y nos tumbamos dispuestos a hacer lo que hacen los locales, ¡un pícnic! Si por casualidad las gélidas temperaturas del invierno nos lo impiden, caminamos hasta Atwood (atwoodrestaurant.com), un restaurante de cocina tradicional americana —sí, es lo que piensas, costillas a la barbacoa, aros de cebolla y hamburguesas—, con servicio estiloso y un ambiente de lo más cool.

 

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PRIMER DÍA: TARDE

Como en la mañana lo hemos dado todo, ¿qué tal si la tarde nos lo tomamos con algo más de calma? Así que contratamos una excursión en segway por la ribera del lago que nos permita disfrutar de una perspectiva diferente de la ciudad.

Dos horas de ruta que nos llevan a atravesar Grant Park en dirección al sur, donde visitamos la impresionante Fuente de Buckinham. Este esplendoroso monumento, diseñado por Edward H. Bennet, representa el lago Michigan y para diseñarla se inspiró en los jardines del Versalles de Luis XIV. Cada una de las cuatro fuentes simboliza uno de los estados que lindan con el lago, Wisconsin, Illinios, Indiana y Michigan.

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Siguiendo el Lakefront Trail alcanzamos el Planetario Adler, situado en el Museum Campus, y es entonces cuando Chicago nos conquista. La apodada Wind City por los fuertes vientos que a menudo la azotan, se muestra en todo su esplendor en la distancia, como si de una pequeña maqueta se tratase. A nuestro alrededor, tentaciones a modo de cultura: el Field Museum of Natural History y el Shedd Aquarium son siempre buena opción. Los atardeceres desde este punto, con la ciudad a un lado, y el lago Michigan al otro, suelen ser de los de no olvidar.

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Aunque para no olvidar, el espectáculo que vivir en la noche. Chicago, cuna del blues, cuenta con innumerables clubs donde deleitarnos con la mejor música en directo cada noche mientras picoteamos algo de comer y, por qué no, maridamos con un cóctel. Uno de ellos es el Buddy Guy´s Legends (buddyguy.com), regentado por uno de los grandes de la música. Si preferimos apostar por el jazz, no hay duda: en el famoso Green Mill, garito preferido del mafioso Al Capone, la programación es de lo más interesante.

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SEGUNDO DÍA EN CHICAGO: MAÑANA

Desayunamos bien temprano en uno de los coquetos cafés de la cadena Coner´s Bakery (cornerbakerycafe.com), especializados en calóricas delicias como cruasanes rellenos, huevos benedictinos, torres de tortitas o huevos revueltos. ¡Que estamos de vacaciones! Escogemos el que se halla en 56 de W. Randolph Street por una simple razón: frente a él se encuentra el Richard J. Daley Center, un centro cívico dedicado a la cultura que cuenta además con una amplia plaza abierta al público. Allí mismo, junto a la fachada del ayuntamiento, una enorme y peculiar escultura de Picasso sin título decora el espacio urbano.

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Alzamos la vista una vez más —¿cómo no hacerlo en esta ciudad?— para contemplar, no sin asombro, una iglesia en lo más alto de uno de los rascacielos. Se trata de la First United Methodist Church of Chicago, que ocupa la parte baja y la zona más alta —a 173 metros— del Temple Building. Solo un agradable paseo después alcanzamos The Art Institute of Chicago (artic.edu), una visita ogligada para los amantes del impresionismo: aquí Monet y Van Gogh son los grandes protagonistas.

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Aunque, si lo que nos apetece es algo más movido, hay un plan que no falla: el Navy Pier (navypier.org) nos espera. Este parque de atracciones ubicado a lo largo de todo un muelle junto al lago es el lugar más visitado de toda la ciudad. Un enclave donde disfrutar, en familia o con amigos, de decenas de divertidas atracciones, restaurantes y tiendas. Las horas se nos irán volando.

 

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SEGUNDO DÍA: TARDE

Y ya va siendo hora de mimetizarnos con el entorno. De compartir una experiencia de esas en las que los estadounidenses vuelcan su vida. ¿Hace un partido de béisbol? ¿O mejor de baloncesto? Pues estamos de suerte, porque Chicago cuenta con grandes equipos en ambos deportes.

Así que primero podremos acercarnos hasta el United Center, el estadio de los Chicago Bulls, hogar durante muchos años del mítico Michael Jordan. Encajar un partido de la NBA en nuestro viaje será toda una hazaña. Y si no es así, al menos tendremos la oportunidad de hacernos una foto saltando junto a la magnífica escultura de Jordan.

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Pero, si somos más de béisbol, el estadio de los Chicago Cubs es nuestro destino. Y quien dice estadio, dice la azotea de cualquiera de los edificios de viviendas contiguos. Cada día de partido, las barras, barbacoas e incluso gradas conquistan sus patios superiores, en los que se organizan fiestas privadas con vistas al estadio. Es decir: en vez de pagar para sentarnos durante horas y horas frente al campo de juego, optamos por seguirlo desde un lugar repleto de buen ambiente, música y barra libre de cervezas y hamburguesas/perritos calientes. Y todo sin perdernos un segundo de las jugadas.

Para poner el final más musical a nuestro viaje, un concierto en el aclamado Chicago Theatre (msg.com/the-chicago-theatre), con su histórica portada y cartel de neón, su estilo barroco francés y sus 100 años de historia, será siempre un maravilloso recuerdo: fue, no en vano, el primer 'palacio del cine' construido en la ciudad. Hoy, las más grandes voces del panorama musical internacional pisan su escenario, así que nada como echar un vistazo a su programación para regalarnos el homenaje como despedida.

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