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La Caldeira Velha, ideal para sofocar los calores del verano.
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Otro cráter inundado que sobrecoge es Lagoa do Fogo. Impresiona, sobre todo, la soledad y el silencio que envuelven el paraje, una paz sólo rota por el chillido de gaviotas y otras aves que allí nidifican. Más hacia Oriente se encuentra otro conjunto lacustre muy curioso; en total, hay en la isla una treintena de «lagoas» grandes y «lagoeiros » chicos. Se trata de las Furnas (hornos), cuyo nombre se debe a los géiseres y fumarolas que brotan de la tierra, en las márgenes del mayor de los lagos insulares. Estas fumarolas son atracción que entusiasma a las cámaras de los turistas. Pero sirven además para algo práctico: los lugareños cavan un hoyo en el suelo caliente y humeante, meten allí dentro un puchero con los ingredientes del típico Cozido azorano,y a las cinco horas lo desentierran y lo llevan a la mesa de algún restaurante del pueblo. Un pueblo, por cierto,que cuenta con el primer hotel que se abrió en las Açores, el Terra Nostra, auténtico pionero aislado espléndidamente en un frondoso parque diseñado en el siglo XVIII por un comerciante de Boston llamado Thomas Hicking. Rincones y secretos como estos son cosa frecuente en la isla de São Miguel.
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