Muy personal

Confesiones de un veterinario: de las primeras vacunas al último sedante

A lo largo de más de 30 años como veterinario Juan Fernández nos explica aquello que a veces resulta difícil reconocer en consulta.

Por David Navarro

Todas las profesiones tienen justificación, pero no todas admiten sentir una honda vocación. Sin embargo, cuando nos referimos a los veterinarios sin duda existe un componente de amor por los animales, sean perros, gatos, pájaros o vacas, que supera incluso podría superar al que puedan sentir los médicos por sus congéneres. 

Los animales te dan la certeza total de que la vida que tienes en tu mano es la de un ser inocente. ”Por descontado que un médico jamás debe entrar a valorar o juzgar si la vida de su paciente es más o menos justa, faltaría más, pero muchas veces pienso que cuidar la salud de las mascotas es inequívocamente ponerse al servicio de seres sintientes que jamás han hecho y jamás harán daño voluntariamente, que nunca esconden otras intenciones y que son, sin saberlo, la alegría de sus casas”, nos explica Juan Fernández, veterinario desde hace más de 30 años.

Cuando empiezas a ejercer ves de todo y si de verdad quieres a los animales tienes que prepararse anímicamente. Un médico de familia, lo que sería un médico de medicina general, examina al paciente, extiende recetas y deriva al especialista. Sin embargo, los veterinarios lo hacen todo. “Pasamos por todo el proceso de vida y muerte de un ser vivo. Aplicamos sus primeras vacunas, y aplicamos el último sedante. Vemos a ancianos muy desechos traernos a sus mascotas igual de viejecitas, y a jóvenes que discuten en recepción por cambiar la titularidad del perro ahora que ellos se separan”, recuerda Juan.

El dinero, un problema a veces

Los tratamientos de los animales resultan caros. Las vacunas, las revisiones, las intervenciones quirúrgicas. Aunque nuestras mascotas son unos convivientes igual de importantes que el resto de la familia, muy a menudo el coste del veterinarias nos enerva.

“Lo que la gente no se para a pensar es que una intervención quirúrgica debe tener las mismas garantías, materiales y preparación, sea un perro o un humano, por tanto el coste sigue siendo considerable aunque el paciente mida 30 centímetros”. Sin embargo, en el caso de los humanos los costes médicos pueden ser sufragados por la Seguridad Social, y así el auténtico valor económico de la salud queda oculto para nosotros, pero cuando es la mascota la que enferma el precio apela directamente a nuestros bolsillos.

“Muchas veces ocurre que las personas que traen a sus animales no tienen el dinero que requiere la intervención, y es muy complicado de gestionar. En ocasiones tú puedes aconsejar cierto tratamiento, pero no puedes obligar a realizarlo, y mucho menos a hacerlo contigo. A veces sabes que cuando te dicen que van a probar con otra opinión o presupuesto, lo que pasará es que no podrán costearlo”. 

En situaciones así, según Juan, se intenta arrimar el hombro en lo posible. “No estamos obligados como profesionales, pero si sabes que este gato no va a tener su tratamiento o no se le va a realizar la intervención, a veces te comes el beneficio que podrías tener y vas adelante con el precio base, no debería de ser así, pero hay situaciones que no te dan elección, aunque no juzgo en absoluto a compañeros que se mantengan sus tarifas inamovibles”.

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Pacientes mudos

Algo que diferencia también a los médicos de los veterinarios es que los pacientes de estos últimos son mudos. “No sabría decirte si es mejor que el paciente hable o que no. En todo caso, los dueños sí que hablan, pero no te pueden decir claramente qué se siente el animal, sino de los indicios que creen haber identificado”. Los animales tienen diversos mecanismos de protección, a veces para ocultar su dolor, para no ser vulnerables, y a veces para pedir ayuda.

“Cuando un dueño cree ser veterinario, porque conoce muy bien a su perro o gato, y nos inunda de información, hipótesis y conjeturas, me dan ganas de decir: ¿puedes esperar fuera? Generalmente me parece adecuado que los dueños estén presentes, sobre todo para que su mascota esté más tranquila, pero si vas al veterinario debes ponerte en sus manos, nosotros sabemos buscar los síntomas y te haremos las preguntas necesarias”, explica Juan.

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El difícil nivel exacto de empatía

Para ejercer como veterinario se requiere un nivel doble de empatía, primero con el animal (por lo evidente), pero también con los dueños, que llegan tan preocupados que parecen ellos mismos los necesitados de ayuda médica.

Sin embargo, el trabajo en la consulta es veloz, como en una consulta de medicina general, puedes ver a un paciente cada media hora si el día va rápido. “Los animales no tienen una psique compleja, son transparentes. Por eso, y aunque suene algo frío decir esto: a veces tienes un deja vu constante de estar tratando siempre al mismo paciente. El Cocker de ahora se parece mucho al Cocker que viste ayer, y al que verás mañana, aunque sean tres animales distintos”, explica Juan.

Lo que a veces resulta más doloroso es el nivel de desidia de algunos dueños. “No dudo que todos, o casi todos, quieren a sus mascotas, pero a veces se omite tratar dignamente a los animales, y hacen la vista gorda con cuestiones de salud o higiene que no son dignas para ellos. Me refiero a animales sucios, con el pelo excesivamente largo o mal cuidado, o con problemas dentales que evidentemente llevan años gestándose sin que nadie haga nada”. Juan apela a la responsabilidad de los dueños. “Podemos querer mucho a nuestro perro o gato, pero si no le cuidamos de verdad, no sirven de nada los cariñitos, y los veterinarios lo vemos todos los días en consulta”.

De entre todos los descuidos, errores o negligencia de los humanos, el peor según Juan son los estados de obesidad. “Especialmente se ve en perros, porque tienen un nivel ínfimo de saciedad. Si tú no te cansas de darle de comer a tu perro, él comerá hasta vomitar y luego seguirá comiendo, sobre todo cuando son jóvenes. ¿Cómo es que no te has dado cuenta de que tu perro está obeso? Esto no ocurre de la noche a la mañana”. La principal causa por la que desciende la esperanza de vida de un perro es el poco ejercicio unido a una alimentación excesiva, según la experiencia de Juan.

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