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Dos veranos pasó Alfonso XIII en este palacio a orillas del río Tinto, un pequeño afluente del Sar, que es el último gran pazo rural que cruza el Camino de Santiago portugués antes de llegar a la capital compostelana, de la que queda a solo 10 kilómetros. Gonzalo Rivero de Aguilar, es su propietario, y nos cuenta que la estancia de tan ilustre huésped le hizo ser conocido como el ‘Balmoral del Sar’. Un año antes de que el rey se alojará en él, el monarca viajó a Galicia para conocer la cercana isla de Cortegada, expropiada por iniciativa de un empresario local con la intención de construir una residencia veraniega y ofrecerla como regalo a la familia real. Finalmente, el lugar elegido sería el Palacio de la Magdalena de Santander.

 

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Recalar en este pazo escondido entre bosques fluviales y rodeado de jardines es experimentar el sosiego y la magia gallega. Faramello resulta mágico por su entorno natural, pero también por el aire italiano de su construcción de piedra, sus molinos, su exquisita decoración y su historia. Como el de Sargadelos, es uno de los pocos conjuntos palaciegos de origen industrial de la región, fue la primera fábrica de papel de Galicia, en funcionamiento desde 1714 a 1895. El entorno enamoró al marqués de Piombino, cuando llegó a este lugar en el siglo XVIII. Era de origen genovés y de él desciende su actual propietario, que reside en el pazo y se encarga de guiar las visitas por el impresionante conjunto de estilo barroco compostelano.

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A resguardo de frondosos bosques, su aire irreal se siente nada más cruzar el muro de su entrada y situarse en el hermoso y salvaje jardín decimonónico de agua y piedra que rodea la construcción. “El Vesalles gallego”, le dicen también. Pasear y embelesarse es todo uno. Se ven estanques, cascadas, piscinas –como la que se proyecto para el rey Alfonso XIII en un jardin belle époque–, fuentes, palomares, cruceiros, hórreos, terrazas abalaustradas entre cientos de especies vegetales...

 

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Muchas de las especies de este “jardín metido en un bosque” son japonesas: camelias, ciruelos, arces, hortensias, azaleas... Nos cuenta Gonzalo Rivero de Aguilar que “gracias a una competición en el siglo XIX para ver qué pazo tenía las más raras, mis antepasados se dieron cuenta que, debido al clima, todo lo japonés crece muy bien en Galicia. En febrero, cuando florecen los ciruelos, el shakura (así se conoce la floración en el país nipón) resulta espectacular. Es un jardín botánico muy zen”.

 

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También crecen en los jardines del pazo árboles históricos, flores de todos los colores y plantas autóctonas, por eso, dice “a ratos recuerda a Italia, otros a Japón, también a Francia y todo el tiempo a Galicia”. La visita, de una hora y veinte minutos, la ameniza el sonido del agua, la que corre por el río, que en otro tiempo movía el molino de la fábrica de papel y de la que beben nutrias, garzas reales o ejemplares de martín pescador.

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Extasiados por una naturaleza tan abrumadora como sin orden, se accede al interior del pazo, que también tiene su historia, más allá de la del abuelo el rey Felipe VI, pues, además de servir como escenario de rodaje, por él han pasado otros grandes ilustres visitantes, como el infante Luis de Baviera y Borbón, nieto del monarca, a mediados del siglo XX, o tres de los grandes escritores gallegos: Rosalía de Castro, Emilia Pardo Bazán y Camilo José Cela, cuyo pueblo natal, Iria Flavia, queda a pocos kilómetros de Faramello.

 

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Los salones del pazo coruñés están llenos de joyas artísticas: muebles isabelinos, tapices flamencos, lámparas de araña de cristal de Murano, un interesante retablo del maestro José Gambino en la capilla –nacido en el pazo–, una Virgen de Bernini y hasta la curiosa vestimenta del caballo real con el que el marqués de Faramello podría entrar a la catedral de Santiago gracias a un privilegio real que nunca ha ejercido, nos cuenta Gonzalo.

 

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La visita guiada (todos los días excepto los lunes a las 12 y a las 15 horas, 12 €, pazofaramello.com) también descubre maquinaria de la antigua fábrica de papel, con los antiguos molinos industriales, y las antiguas caballerizas antes de finalizar en la antigua bodega, convertida en sala de exposiciones, donde se degusta un vino gallego.

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