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Pablo y Marie Chantal de Grecia, Carolina de Mónaco y sus hijos, las multimillonarias familias Agnelli y Niarchos, George Clooney, Claudia Schiffer, la editora y comisaria de arte Lady Elena Ochoa... St. Moritz lleva más de medio siglo siendo uno de los destinos de nieve más elitistas del mundo. Antes que ellos, en esta exclusiva estación de los Alpes suizos, era habitual ver a Constantino de Grecia disfrutando del après ski en el restaurante de montaña Alpina Hütte junto al príncipe Víctor Manuel de Saboya, el recientemente fallecido hijo del último rey de Italia. Pero la historia de St Moritz se remonta mucho más atrás, concretamente a 1864, cuando el empresario y restaurador Johannes Badrutt, fundador del lujoso hotel Kulm, el primero que abrió en la localidad, tomó una decisión que cambió para siempre su destino.

 

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Hasta ese momento, St. Moritz era un lugar que atraía a la burguesía europea gracias al buen clima y a sus manantiales de aguas termales, descubiertas hace 3000 años. Pero el hotelero hizo una arriesgada apuesta con un grupo de aristócratas ingleses, invitándoles a descubrir el valle de Engandina en pleno invierno y prometiéndoles sol. Badrutt ganó y este enclave a casi 2000 metros de altitud y rodeado por los Alpes se convertiría en cuna de las vacaciones invernales alpinas.

 

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Es precisamente el clima uno de los principales reclamos de St. Moritz, al que llaman clima champán porque es dorado, fresco y seco, como la bebida espumosa, pues su orientación le permite disfrutar de 322 días de sol y eso, en un país como Suiza, es un auténtico lujo.

 

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A St. Moritz se va hoy a esquiar en la estación de esquí más famosa y con más tradición del mundo. Su dominio esquiable, llamado Alta Engandina, se sitúa a 1.856 metros de altura, cubre 350 kilómetros de pistas y 60 modernos remontes en varias zonas que la han convertido en lugar de peregrinaje para esquiadores internacional. Ha sido sede de dos ediciones de los Juegos Olímpicos de Invierno, de Mundiales de Esquí Alpino y también de un Campeonato Mundial de Polo.

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Los que buscan emociones más fuertes se salen de las rutas establecidas y apuestan por trepidantes descensos entre bosques y glaciares. Si en la montaña Corviglia se encuentra la pendiente de salida más inclinada de Suiza, en el Cresta Run se lanzan en trineo al canal de hielo a 85 kilómetros por hora. Más relajadas y sin necesidad de utilizar los esquís son otras alternativas, como asistir a las carreras de caballos sobre el lago helado –las famosas White Turf, que celebran desde 1907–, a competiciones de polo y críquet, pasear en trineo o hacer senderismo por alguna de las numerosas rutas que permiten, a lo largo de 150 kilómetros, apreciar el magnífico paisaje y el privilegiado entorno de este elitista lugar de vacaciones.

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Otros disfrutan en St. Moritz subiendo al mirador situado en la cima de la montaña del Piz Nair, a 3.056 metros de altura–, a la que se asciende cómodamente en teleférico, tomando un chocolate con dulces suizos en la pastelería Hanselmann's, de estilo belle époque, o admirando su Torre Inclinada del siglo XII, que tiene 33 metros de altura y no tiene nada que envidiar a la de Pisa.

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Pero a St. Moritz también se va a ver y a dejarse ver tras una larga jornada en la montaña, ya sea en las boutiques de la Via Serlas, una de las calles más caras del mundo, en el Museo Segantino, en sus galerías de arte, entre las más prestigiosas del continente, en sus restaurantes más populares –La Baracca o la pizzería Chesa Veglia– o en los más exquisitos Krone (en la imagen), Cà d’Oro, Talvo by Dalsass, Ecco St. Mortiz y Da Vittorio, tocados por la estrella Michelin.

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Las noches acaban para las celebs en el King’s Social House del Badrutt’s Palace o en el Dracula's Ghost Riders Club son dos de los sitios más elitistas para las copas y el baile. Una despedida del día antes de retirarse a alojamientos de lujo tan exquisitos como el Carlton Hotel –en lo alto del lago-, Badrutt's Palace –famoso por su après ski y sus restaurantes–, Kronenhof o Kulm, el que fundara el visionario Johannes Badrutt. Porque no todos cuentan con casa propia, como Norman y Elena Foster –Chesa Futura, un edificio construido por el propio arquitecto británico– o el malogrado Maurizio Gucci, que poseía cuatro chalets en St. Moritz. La película sobre su vida, House of Gucci, tuvo como escenario natural estas mismas montañas nevadas, no podía ser de otro modo.

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CÓMO LLEGAR A ST. MORITZ

Muchos de los famosos que llegan a St. Moritz lo hacen en avión privado, los menos privilegiados viajan al aeropuerto más cercano, el de Milan Bergamo, que está a 93 kilómetros de distancia, y continúan en tren. Primero hasta Tirano y luego en el panorámico Bernina Express, que conecta el norte y el sur de Europa en una de las travesías alpinas más espectaculares del continente. Atravesando túneles, salvando puentes y ascendiendo colinas avanza el ferrocarril rético por unos paisajes Patrimonio de la Humanidad. Un trayecto que, por sí mismo, ya justifica el viaje.

 

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