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LAVAL, GUSTO NAIF

Para tomar la mejor imagen de Laval hay que situarse en la ribera del río Mayenne y fotografiar el puente que lo cruza y el castillo con su circular torre del homenaje reflejándose en él. Dentro de esa imponente construcción del siglo XI que domina la colina sobre la que se asienta la ciudad se esconde un museo que alberga la mejor colección de arte naif en Europa. A partir de aquí lo que toca es caminar, de día y de noche, por su red de encantadoras callejuelas medievales para ir descubriendo su rico patrimonio de los siglos XIII y XV hasta alcanzar la imponente Puerta Beucheresse, pasando por la Maison du Grand Veneur en la Grande Rue y el Lactopole (Museo de la Leche). Más reposada, la opción de pasear por los jardines de La Perrine y después subirse a uno de esos barcos que navegan por el río Mayenne.

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CLISSON, ENCANTO ITALIANO

Por el interminable paisaje de viñedos de su entorno y su casco antiguo –con callejuelas con casas con tejados de teja roja, iglesias, jardines y coquetas tiendas– bien podría pasar por un encantador pueblo de la Toscana. Todo porque, a finales del siglo XVIII, los hermanos Cacault, artistas de Nantes, se asentaron en Clisson después de una estancia en Italia y junto a su amigo y mecenas François -Frédéric Lemot comenzaron a reconstruir la ciudad inspirados en la arquitectura de esta región italiana. Pero Clisson también presume de su poderoso castillo medieval construido sobre un promontorio junto al Sèvre, el río a cuyas orillas se extiende el parque de la Garenne-Lemot, y el que, junto al Maine, da carácter al famoso vino Muscadet, que nunca falta en las mesas de los restaurantes locales.

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ANGERS, PATRIMONIO DE LA HUMANIDAD

Solo por ver el Tapiz del Apocalipsis en el castillo ya merecería la pena una parada en la antigua capital del Anjou, pero es que además es un museo al aire libre lleno de vida. De los tiempos en los que fue una ciudad real guarda la impresionante fortaleza asomada al Maine, el río que, unos kilómetros más abajo, une sus aguas a las del Loira. Al otro lado del puente levadizo arranca un paseo por su encantador casco antiguo que va descubriendo entre animadas plazuelas, calles peatonales, casas con entramado de madera, tiendas y anticuarios, la extraordinaria catedral de Saint-Maurice, la galería David d’Angers, la Maison d’Adam, el museo de tapices Jean Lurçat, el de Bellas Artes, un gran parque y hasta un lago. Al acabar la tarde, la plaza del Ralliement es el mejor lugar para sentarse a palpar la vida de una ciudad que se ha ganado ser Patrimonio de la Humanidad.

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GUÉRANDE, LA TIERRA DE LA SAL

Al amanecer o al ponerse el sol, el paisaje de salinas de Guérande dibuja un inmenso y colorido mosaico donde caben todos los matices. Así es desde la época de los romanos hasta hoy, donde una nueva generación de salineros perpetúa de manera artesanal el oficio que tanta prosperidad ha dado a esta villa francesa. El poder de seducción de Guérande también se siente a los pies de su imponente muralla, 1400 metros de cinturón de piedra. Una vez cruzada va descubriéndose a cada paso los encantos de esta ciudad medieval: calles tortuosas llenas de talleres artesanos y tiendecitas, casas de entramado de madera, otras solariegas, la colegiata de Saint-Aubin...

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NANTES, UNA CIUDAD EN EVOLUCIÓN

A la ciudad en la que nació Julio Verne no le quedaba otra que ser una ciudad innovadora y moderna, y aunque es dueña de una rica historia marítima y fluvial y un enorme patrimonio, con una catedral que superaba a la de Notre-Dame en la altura de sus bóvedas, el castillo de los Duques de Bretaña, el Museo de Bellas Artes, su espectacular galería Pommeraye y sus barrios medievales de la Judería y de Bouffay, Nantes siempre soñó con ser una ciudad joven. Por sus nuevas arquitecturas firmadas por Dominique Perrault o Jean Nouvel; por sus centros e instalaciones de arte contemporáneo, como la exposición al aire libre que, a lo largo de más de 50 kilómetros, entre Nantes y Saint-Nazaire, se distribuye por el estuario del Loira; por sus festivales o las Máquinas de la Isla lo es.
 

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LE MANS, UN DECORADO DE CINE

Es fácil llegar a Le Mans y encontrarse con el rodaje en directo de alguna película o serie de televisión histórica. Y es fácil porque la ciudad antigua, cuna de la dinastía Plantagenet, es un auténtico decorado de cine –aquí se rodó, por ejemplo, Cyrano de Bergerac. Por este mismo casco antiguo, encerrado dentro de una impresionante muralla romana asomada al río Sarthe, hoy es una delicia pasear, incluso con adoquines y escaleras, porque guarda placitas con encanto, calles empedradas, casas señoriales, la catedral de Saint-Julien, el palacio real que hoy es el actual ayuntamiento, jardines... Una ciudad para gourmets, paseantes y para locos del volante.

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SAINT-SUZANE, EN EL TOP DE LOS MÁS BONITAS DE FRANCIA

La única fortaleza que Guillermo el Conquistador nunca fue capaz de tomar domina este triángulo medieval aupado sobre un promontorio rocoso que domina el valle del Erve. Un fabuloso castillo convertido hoy en un dinámico centro de interpretación de la arquitectura y del patrimonio. Por él, por sus pintorescas callejuelas repletas de casas antiguas o el agradable paseo de la Poterne, que recorre las murallas y regala unas bonitas vistas del apacible paisaje arbolado circundante, Sainte-Suzanne figura entre los pueblos más bonitos de Francia.

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SAINT-NAZAIRE, LA CIUDAD PORTUARIA

Cuando el capitán Haddock, el viejo lobo de mar que acompaña a Tintín en sus aventuras, vio desde lejos Saint-Nazaire resumió de un vistazo todo lo que define a esta ciudad portuaria atlántica. Siluetas de grandes buques, puentes con tirantes, grúas de formas extrañas, barcas de pesca… Saint-Nazaire es ante todo un puerto, el mismo en el que el famoso reportero, su perro Milú y sus acólitos buscaban al profesor Tornasol en Las siete bolas de cristal, y también sus astilleros, donde se han construido centenares de navíos y trasatlánticos legendarios. Como símbolo de la nueva Saint-Nazaire está Escal'Atlantique, su gran base de submarinos reconvertida hoy en una atracción turística que rinde homenaje al mundo de los transatlánticos. Frente a ella, en otra base, el submarino francés Espadon, y más allá, un litoral con veinte kilómetros de playas de arena fina, acantilados y grutas hilvanados por un sendero costero, el de los aduaneros.
 

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