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Más allá de las celebraciones alrededor de una mesa con la familia y los amigos, las vacaciones invernales también dan para desconectar de todo ello, salir de casa, ver un poco de arte, respirar aire puro e incluso improvisar alguna caminata por la naturaleza cercana. En estos pueblos de Barcelona (barcelonaesmuchomas.com) podrás hacer todo ello y más, porque tienen encanto para rato.

 

BAGÀ

También medieval es el pueblo de Bagà, capital histórica del Berguedà, en el que no faltan los rincones para perderse y encontrar la paz que uno necesita en estos días de algarabía navideña. Si un gusto es pasear por sus calles y plazas empedradas, especialmente la de Galceran de Pinós, mientras se observan los restos de la antigua muralla que lo protegían, no lo es menos descubrir su entorno como puerta del parque natural del Cadí-Moixeró, el segundo más grande de Cataluña y cuya visita debe empezar por el centro de interpretación ubicado en el pueblo / Foto: S.Ed.Georama.

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CALAF

Encanto también le sobra al pueblo barcelonés de Calaf. Con un casco antiguo lleno de rincones para descubrir casas señoriales, un castillo del siglo XI, la iglesia de Sant Jaume con un altísimo campanario, la plaza Grande, el afamado mercado tradicional y otros tesoros escondidos que invitan a degustar con calma esta localidad que, en época navideña, es la capital de los Pastorcillos, cuando tiene lugar la representación de Els Patorets, una obra con una temática tan universal e intermporal como la lucha entre el bien y el mal en la que participan los vecinos de la localidad / Foto: OhDigital.

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CARDONA

Las angostas callejas, vetustos soportales y casas nobiliarias del núcleo antiguo de Cardona son la prueba de la riqueza que la explotación de su valle salino, un fenómeno único en el mundo, reportó a la localidad. Tras la visita al Parque Cultural de la Montaña de Sal, en la que enfundarse el casco de minero para adentrarse en el interior de la vieja Mina Nieves, toca descubrir los mejores rincones de la localidad, que tiene la calle Escassany como eje vertebrador: la capilla de Santa Eulalia mártir, los pórticos d’en Soler, la colegiata de Sant Vicenç, joya del románico catalán, y, sobre todo, la plaza de la Fira, que acoge cada domingo su bullicioso mercado y reúne en torno a ella edificios tan ilustres como el ayuntamiento, los soportales de la Curia y el conjunto parroquial de Sant Miquel. Así de entretenidos se llega al cerro donde se levanta el castillo, la que fuera residencia entre los siglos XI y XV de los Duques de Cardona / Foto: OhDigital.

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COLLBATÓ

Una parada que bien merece detener los pasos en el camino al monasterio de Montserrat es Collbató, que posee un casco medieval interesante, con castillo, espacios como la plaza de la Iglesia, el arco de en Bros y una antigua almazara que da testimonio del pasado agrícola de la villa, pero, sobre todo, esconde en su interior un mundo subterráneo casi desconocido: un conjunto de simas y cuevas que esconde la compacta montaña sagrada, entre las que destaca la Cueva del Salitre, que tanta admiración ha causado a artistas como Santiago Rusiñol o Gaudí. La acción del agua durante miles de años ha dejado como legado un paisaje kárstico que deja con la boca abierta. Para quedarse también así, el taller artesanal Blancafort, donde se fabrican órganos de sonoridad y calidad apreciados en todo el mundo / Foto: Albert Miró-Diputación de Barcelona.

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MURA

Esta pequeña villa del Bages de apenas doscientos habitantes tiene todos los ingredientes de pueblo medieval perfecto. Y es que caminar por su decena de calles es todo un placer mientras se van descubriendo sus numerosos rincones: pasajes cubiertos por bóvedas de piedra, la iglesia románica de Sant Martí, el castillo, el paseo de Camil Antonietti, los molinos de harina, las fuentes, la ermita de Sant Antoni, la masía del Puig de la Balma… Y después, perderse en el parque natural de Sant Llorenç del Munt i Serra de l’Obac / Foto: Albert Miró-Diputación de Barcelona.

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RUPIT

En el valle de Sau y la meseta de Collsacabra, Rupit es un pueblo bonito a rabiar, de esos que parecen haber sido creados para ser admirados. Y es que entrar en él es trasladarse al medievo: con sus calles empedradas y peatonales que invitan al paseo, sus numerosas casas centenarias y un monumental puente sobre el río que abre el paso hacia la plaza del Cavallers y también hacia la iglesia barroca de Sant Miquel, con un esbelto campanario. Ya en las afueras, en un enclave privilegiado, se ubica la capilla de Santa Magdalena. La costumbre de mirar al vacío no debe evitarse en los alrededores de Rupit, será la única manera de no perderse la espectacular cascada de Sallent, que precipita sus aguas en una caída de casi 80 metros. Un poco más allá, la iglesia románica de Sant Joan de Fàbregues es una sorpresa más al borde del precipicio / Foto: iStock

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