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A hora y media de Génova, una estrecha y zigzagueante carretera al borde del mar enlaza, antes de llegar a Pisa, cinco pueblos pintorescos con sus casitas de colores posadas sobre los acantilados y rodeados de viñedos, olivares y bosques. El recorrido, ya sea en coche o desde la ventanilla del tren que une el conjunto de Le Cinque Terre, las cinco tierras, como se les conoce, es un suculento aperitivo antes de llegar a estos pueblos de la Riviera italiana envueltos por la naturaleza del parque nacional que los escolta, y que la Unesco ha declarado Patrimonio de la Humanidad.

 

MONTEROSSO
El primero de los pueblos que asoma viniendo de Génova, es el que tiene mejores playas y, en consecuencia, es también al que más le han crecido edificios de última hornada como alojamiento. Tras pararse a aspirar los aromas del mar de Liguria en alguno de sus cafés de primera línea y darse una caminata por su cogollo medieval, mejor no demorarse demasiado y continuar pronto hacia los otros, con todavía mucho más encanto. 

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VERNAZZA
Pocos kilómetros al sur de Monterosso está Vernazza. Con una ensenada natural que sirve de refugio a los barcos, este pueblo italiano fue antaño el más próspero. Como quien tuvo retuvo, las empinadas callejuelas de su casco histórico se adornan de loggias y soportales, de mansiones y torreones y, en un extremo, del castillo de los Doria que defendía a sus gentes del peligro sarraceno. 

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CORNIGLIA
Es el más pequeño de los pueblos de Le Cinque Terre y el único que no toca el mar, quizá por ello también sea el más rural y tranquilo de todos. A cambio, los viejos caserones que se arraciman a lo largo de la vía Fieschi, de su encantadora iglesia de San Pietro o de su arruinado peñón del siglo XVI se aúpan con gracia sobre un promontorio rocoso sin dejar de vigilar a los otros cuatro desde lo alto del acantilado

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MARANOLA
Desde Corniglia puede seguirse a pie hasta Maranola; porque caminar de uno a otro o adentrarse por sus muchas rutas senderistas es un aliciente tan apetecible como los pueblos en sí. También se podrá optar por la cómoda opción del tren que une a todos ellos o, si no, tocará deshacer en coche parte de lo andado para, entre viñas y limoneros, ajustarse a las infinitas curvas de la minúscula carretera que desemboca en el también encandilador Maranola. Encerrado entre dos moles rocosas, esta auténtica postal italiana se adorna de pintorescas callejuelas y casas-torre que protegían a sus habitantes, con su plaza y su iglesita y sus mil y una esquinas sublimes en las que aguardar a esos atardeceres gloriosos de los que son testigos cada uno de los pueblos de Le Cinque Terre.

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RIOMAGGIORE
También caminando casi al borde de los precipicios por la vía dell’amore puede continuarse desde Maranola a Riomaggiore. Una de las caminatas más fáciles y espectaculares de la infinidad de senderos que discurren por esta zona entre el mar y la montaña. Este último burgo, protegido a su vez por su viejo castello, se aprieta desde la parte alta, con su iglesia del siglo XIV. En su vía Colombo se hacen un hueco cafés y heladerías, envueltas en el ambiente medio irreal de estos pueblitos en los que sus gentes no solo supieron dar con la fórmula de ganarle terreno a tan abrupta naturaleza, sino que además la mejoraron con una arquitectura que, gracias su acceso tan tortuoso, ha cambiado muy poco a lo largo de los siglos.

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