El Grand Prix de la Haute Joaillerie celebró en Mónaco su primera edición con una promesa clara: reconocer la alta joyería como arte y situarla en el calendario cultural del lujo. El evento, cofundado por la Monte-Carlo Société des Bains de Mer y Jean-Philippe Braud, reunió a las principales casas internacionales, coleccionistas y productores de gemas en la Salle des Étoiles, el escenario más emblemático del Principado. Allí, entre premiados, jurado y una escenografía cuidada al milímetro, Kitty Spencer, la sobrina de Lady Di, fue una de las invitadas más destacadas.
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La velada estrenó un formato que aspira a hacerse imprescindible en el calendario del lujo. Más que una alfombra, fue una muestra de cómo —en palabras de sus organizadores— la joyería puede y debe tratarse como arte: con jurado especializado, trofeos y una voluntad explícita de poner sobre la mesa la trazabilidad y la responsabilidad del sector.
Un vestido de cuento
Kitty Spencer eligió para la noche un vestido midi de Dolce & Gabbana Alta Moda que parecía sacado de un sueño lúcido. Es un diseño palabra de honor, en dorado monárquico, elaborado en un tejido con brillo. Los bordados florales, trabajados con minucia, recorren la pieza como una filigrana y la espectacular falda —con un volumen que recupera las formas de los vestidos princesa— se mueve con gracia al caminar. Los zapatos escogidos, dorados y con pequeños detalles florales, lo complementan a la perfección.
Las joyas: el collar de diamantes
Si el vestido narraba una fábula dorada, las joyas de Dolce Gabbana Alta Gioielleria la situaron en el terreno de lo divino. La sobrina de Diana de Gales —figura habitual en los actos de mecenazgo y embajadora de varias firmas de lujo— lució un espectacular collar de diamantes coronado por una piedra aguamarina que, por su tono, dejó un contrapunto marino sobre el dorado; los pendientes florales en diamantes completaron el look
La nota perfecta
El recogido clásico con raya lateral que eligió Kitty sigue siendo uno de los códigos de la temporada: elegante, limpio, capaz de enmarcar el rostro sin competir con el collar. El maquillaje acompañó esa contención —piel trabajada, labios nude en rosa pálido— y la manicura replicó la misma modestia con un rosa claro natural. En conjunto, el look funcionó por contraste: vestido escultórico y joyas contundentes, frente a un estilismo personal que dejó respirar las piezas.
El momento de Kitty
El momento de Kitty llegó cuando subió al escenario para entregar uno de los galardones, reafirmando su papel como rostro visible entre la aristocracia y la industria del lujo. Desde hace años, la modelo y embajadora de firmas internacionales ha consolidado una posición singular: la de representar una elegancia británica con proyección global, apoyada tanto en la herencia familiar como en su propia carrera.
Una noche mágica
El certamen otorgó ocho galardones a piezas y creadores que destacaron por su innovación y maestría. “La alta joyería merecía su propio gran premio”, señaló Jean-Philippe Braud. El proyecto aspira a convertirse en una cita fija para las casas de joyería y los coleccionistas, pero también en un punto de encuentro donde hablar de trazabilidad, sostenibilidad y transmisión de oficio.
En su conjunto, la velada fue un retrato de cómo Montecarlo sigue sabiendo mezclar tradición y espectáculo, herencia y marketing.
De evento en evento
El momento llegaba apenas una semana después de otro capítulo brillante en su agenda: el British Museum Ball de Londres. El evento —el primero en la historia del museo— transformó la solemne escalinata neoclásica en una pasarela teñida de rosa para recaudar fondos y celebrar la exposición Ancient India: Living Traditions. Entre los 800 invitados —de Naomi Campbell a Mick Jagger— destacaron tres presencias familiares: Kitty, Amelia y Eliza Spencer, las tres sobrinas de Diana, vestidas en distintas gamas del mismo color. No era coincidencia. El “pink dress code” se convirtió en un guiño perfectamente calculado: un retrato coral de la nueva generación aristocrática británica, cómoda tanto en los bailes filantrópicos londinenses como en los salones del lujo europeo.
