Todo diseñado por RCR en pos de la eficiencia y el ahorro energético y también de la confortabilidad. Porque, pese a estar bajo tierra, la amplitud de todos los espacios de la bodega evita la sensación de claustrofobia. Y el revestimiento de los muros, en tonos terrosos, recuerda más a los interiores de un gran templo, incluso un gran templo egipcio, que al de las modernas construcciones a base de hormigón, metal y cristal.
Pese a la enormidad de la sala de barricas, la distribución de éstas en hileras perfectamente trazadas, la suave iluminación del espacio, el propio olor de la madera de roble en su contacto con el vino y el silencio imperante provocan en el visitante una cierta sensación espiritual. Sensación similar a la de la zona de tinajas de barro. Ésta, de dimensiones más reducidas, está situada junto a un pasillo curvo y abierto en su parte superior, que supone un auténtico juego arquitectónico en un lugar donde las líneas rectas prevalecen. Esta zona alberga una pequeña zona de barricas en las que Delfí Sanahuja experimenta en los nuevos vinos con que Perelada sorprenderá en próximos años.