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El Príncipe Guillermo calificó de maravillosa su experiencia en Chile, aunque "las condiciones de vida no son exactamente iguales a las que yo estoy acostumbrado"
"Habíamos comido en cuencos de latón durante semanas y cuando llegamos a este pueblo y vimos una mesa con mantel y platos de verdad tuvimos que recordar nuestros buenos modales", dijo Guillermo de Inglaterra en un momento de la entrevista
Guillermo de Inglaterra, como un voluntario más de la expedición, tuvo que lavar su ropa y fregar retretes
Durante semanas durmieron en tiendas bajo el cielo. En Tortel, al Sur de Chile, compartió espacio con quince compañeros. Dormir bajo el tejado de una guardería, una estancia con un baño y una pequeña cocina, fue calificado por el Príncipe como un auténtico lujo. "De hecho, hemos bautizado este rincón como el Hotel de Tortel"

El príncipe Guillermo, el más popular de la familia real inglesa
Guillermo de Inglaterra trabaja muy duro en la Patagonia

11 DICIEMBRE 2000
El príncipe Guillermo de Inglaterra, días antes de dar por finalizada la primera fase de su año sabático en un pequeño pueblo de Chile, comentó a los medios de comunicación de su país, sus sensaciones y vivencias, la gran experiencia de haber participado en una expedición por la Patagonia durante diez semanas. En este reportaje, reproducimos las palabras de un futuro Rey que han sido publicadas en la prensa inglesa con todo lujo de detalles.
“No quería sentarme y conseguir un trabajo en Londres. Mi ilusión era salir de Inglaterra, descubrir algún trocito de mundo y, al mismo tiempo, ayudar a gente necesitada. Por eso pensé que Raleigh Internacional era el camino que yo estaba buscando. Entre todos los destinos que se ofrecían, elegí Chile porque nunca había estado en Suramérica y porque, entre un clima frío o caluroso, prefería el primero. Además, mis amigos hablaban maravillas de esta tierra y de sus gentes. Así que pensé, ¿por qué no?”

Clases y entrenamiento para vivir en un camping
Insistió, desde el primer momento, en ser considerado uno más y en que le llamaran William. Sus compañeros se lo tomaron a pecho, le acortaron el nombre, Will, y se apoyaron en él como en un voluntario más del proyecto. Como todos los demás, Guillermo recibió, en la primera semana de estancia, clases en las que le enseñaron trucos que le permitieran defenderse en cualquier situación adversa. “Las reglas básicas para vivir en un campamento: cómo montar una tienda, hacer nudos, usar una radio, primeros auxilios, etcétera”.

“Soy una persona extremadamente reservada”
Las aventuras de William en la lejana Patagonia discurren por los fiordos del Océno Pacífico, siguiendo la pista de animales en peligro de extinción, enseñando a los nativos inglés, canciones y juegos típicos de Gran Bretaña y de viaje por fabulosos lugares y pueblos remotos, desconocidos para la mayoría de los viajeros.
“Más que la integración con la naturaleza y la aventura, lo que elijo de toda esta experiencia es la fase de trabajo para la Comunidad, mi favorita. El trabajo que uno puede hacer por los demás. El pensar que estás contribuyendo a que la vida de las personas sea diferente y mejor es lo que más me ha compensado de todo lo que he vivido en esta expedición”.

”Bailamos salsa todos juntos un sábado por la noche”
Ahora, cuando su estancia en Chile toca a su fin, los lugareños de la pequeña localidad de Tortel se han convertido en lo que él considera viejos amigos. “Desde que llegamos a este minúsculo pueblo no han dejado de invitarnos a sus casas. Un sábado por la noche, incluso acabamos bailando salsa todos juntos. En el único café del pueblo –contrataron a un grupo para tocar en directo– bailé con los nativos y fue divertidísimo”.
William dijo que tanto los lugareños como los voluntarios se lo estaban pasando tan bien que, cuando a media noche, desconectaron la corriente, continuaron la fiesta en la oscuridad hasta las dos de la mañana. Los músicos para poder ver sus instrumentos tuvieron que encender velas y mecheros. “Fue genial. No queríamos parar. Realmente, los lugareños con su amabilidad consiguen que se establezcan magníficas relaciones y, aunque existe la frontera del idioma, he podido comprobar que, a veces, no se necesitan palabras.

”Un único baño y una pequeña cocina es todo lo que se necesita”
Durante su estancia en Tortel, William compartió el área de dormir con quince personas. Todos apiñados como en una lata de sardinas en una antigua escuela de la aldea. La clase podía estar sucia y ser incómoda y, sin embargo, para Guillermo y sus compañeros, que llegaron a considerar la vieja guardería como su casa, el nuevo refugio era un sueño. “Las condiciones de vida aquí no son las mismas a las que yo estoy acostumbrado, pero sí mejores que las que tuvimos al principio de nuestro viaje –todos dormían en tiendas a la intemperie– durante las pasadas seis semanas… La antigua guardería tiene una alfombra en el suelo y un tejado sobre nuestras cabezas, que es mucho más de lo que hemos imaginado… Un único baño y una pequeña cocina con estufa para cocinar que es, realmente, todo lo que se necesita. Esto es puro lujo si lo comparamos con lo que hemos tenido. De hecho, hemos bautizado este rincón como el Hotel de Tortel”.

”Tuvimos que recordar nuestros buenos modales
“Habíamos estado comiendo en latas durante siete semanas… Llegar aquí y ser invitado a una casa con calefacción, sillas y una mesa cubierta por un mantel fue un lujo. Tuvimos que hacer memoria para recordar nuestros buenos modales. En apenas unas semanas, nos habíamos olvidado de nuestra buena educación. Por eso, aunque la comida era realmente buena, lo que de verdad tenía importancia en ese momento es que estábamos comiendo en verdaderos platos. Uno de nosotros tiró la mitad de su comida sobre el regazo. Nuestro compañero se había olvidado de que los platos no tienen bordes. Comimos durante semanas en cuencos de hojalata. Los típicos de rancho. Usábamos, también, cucharas de madera que se colgaban de unos ganchos de la pared y todo esto se lavaba, en barreños de plástico, llenos de agua helada”.
Pero es el maravilloso escenario de la Patagonia lo que ha cautivado a William. “La ausencia de coches –no he visto un automóvil desde que he llegado– y aviones. Sólo pasa uno a la semana y ni siquiera se escucha. Aquí, todos los viajes se hacen en barco. No existe contaminación, el aire está limpio… Estar tan cerca del mar con este paisaje y esta gente... Hay tantas cosas maravillosas en Chile. Es un lugar sorprendente”.

Dibujando pingüinos
En este pueblo donde pasa los últimos días, Guillermo de Inglaterra descubrió, dando clases en la escuela local, que es muy natural con los niños. Les enseñó canciones, juegos y cómo se escribe su nombre. El primer día, de hecho, el príncipe Guillermo se metió en un pequeño problema al tratar de explicar la ‘W’ de su nombre. Utilizó, por error una palabra y escribió: “ Soy Willian. Soy un Wombat (oso australiano). Situado junto a la pizarra, en una clase de niños con edades comprendidas entre los diez y los once años, se dio cuenta, cuando ya era demasiado tarde, de que había puesto como ejemplo a un animal desconocido para ellos. Y, entonces, preguntó: “¿Cómo se dibuja un Wombat?” Los niños se miraron pero fueron incapaces de ayudarle. Y él dijo, “podría haber elegido otro animal”.
Guillermo de Inglaterra acabó dibujando, a su manera, un ‘Wombat’ y, también, un montón de pingüinos. Los niños, mientras, le rodeaban imitando los movimientos y los sonidos de estos peculiares animales.

“Sí, jefe”
Según el jefe de la expedición, Malcolm Sutherland, William ha conseguido una aproximación muy personal a la vida… “Ha sido muy feliz participando en todo lo que sus compañeros hacían, y es un fuerte líder dentro del grupo. Esta situación la ha conseguido a pulso. Con su esfuerzo y su trabajo y no haciendo uso de su posición y de su estatus. De hecho, en ningún momento salió a relucir que, en el futuro, él será Rey de Inglaterra ”.
Un día, Guillermo, durante la realización de una tarea doméstica, se quejó de que aquel trabajo era aburrido y pesado, y uno de sus compañeros, Shaggy, de 19 años, le dijo: “Pues te aguantas y sigues”. Entonces, Guillermo riéndose y sujetando el cepillo de fregar en posición de firmes, contestó: “Sí, jefe”.


 
 

 

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