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Las calas más bellas del Cabo de Gata, uno de los escasos rincones vírgenes que quedan en el Mediterráneo, se alcanzan a pie. Pero tampoco hay que temer, porque no lleva más de una hora (en el peor de los casos) y por el camino se ven fósiles, volcanes, castillos… pero lo importante es lo que no se ve: gente. Tampoco vamos a decir que no haya nadie, y menos en temporada alta, pero habrá mucha menos gente que en las famosas y despampanantes playas de este cabo y a estas no les falta un ápice de esa belleza.

Del medio centenar de calas que salpican la costa de este parque natural solo unas pocas carecen de acceso rodado y se libran de coches y multitudes. Recorremos de norte a sur este paraíso almeriense deteniéndonos en las más recónditas y bellas, las mejores para bañarse y para bucear al pie de los viejos volcanes.

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CALAS ESCONDIDAS EN NÍJAR

Comenzamos por el norte del parque natural, donde se encuentra Agua Amarga. Cerca de esta pedanía de Níjar, existe una cala deslumbrante, la de Enmedio, con acantilados y repisas de roca blanca como la nieve y aguas de los colores más deseables del pantone marino: turquesa, esmeralda, verde botella...

Para llegar a ella, se ha de caminar media hora desde Agua Amarga, subiendo por la calle del Depósito y luego por el cerro del Cuartel, que en primavera es un jardín colorido y bienoliente de lirios, siemprevivas, aulagas y tomillos. La recompensa: una playa arenosa de 130 metros flanqueada por acantilados cóncavos y extensas plataformas rocosas. En verano hay que madrugar para aliviar el calor del camino y llevar unas gafas para bucear en estas aguas de fantasía, además de algo para comer y beber.

 

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PIRATAS Y CASTILLOS EN LAS CALAS APARTADAS DE LAS NEGRAS

San Pedro, en Las Negras, es otra de esas calas apartadas por descubrir. Tampoco aquí hay carreteras, solo se puede acceder en barco o andando una hora desde esta pedanía almeriense por un camino litoral. La fuente que brota en ella era un potente imán para los piratas berberiscos, que hacían aquí su aprovisionamiento de agua antes de saquear la comarca. Para evitar estos pillajes se construyó a finales del siglo XVI el castillo de San Pedro, cuyas ruinas cobijan hoy a algunos de los pocos vecinos que viven cultivando sus huertos en la blanca roca de estos acantilados.

 

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UN PARAÍSO SOLITARIO EN RODALQUILAR

Paseando desde el aparcamiento del Playazo por la costa, en dirección a Las Negras, enseguida se hace presente el castillo de San Ramón, del siglo XVIII. Y nada más rebasar este, se descubren unos llamativos acantilados de roca amarilla cubiertos de fósiles, con una rampa natural que permite bajar hasta una cala de aguas color menta. Son los magníficos acantilados de La Molata donde se dan cita unos pocos bañistas solitarios.

Con unas gafas de buceo pasaremos una jornada de felicidad total en ellos, culebreando entre picachos semisumergidos, cuevas llenas de erizos y grandes bancos de peces que indican la riqueza de este litoral.

 

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Continuando el viaje hacia el sur, camino de La Isleta del Moro, 750 metros después de rebasar el mirador de la Amatista encontramos un ensanchamiento en la carretera donde debemos aparcar el coche para descender paseando, en un cuarto de hora, a la cala de los Toros. Justo antes de desembocar en la playa se descubre un sorprendente bosque de palmeras y pinos carrascos -una arboleda, en esta esquina árida del mapa, es algo sumamente extraño- bajando por el barranco del Negro.

También parece salida de un sueño esta cala de arenas negras, como recién escupidas por los volcanes que formaron el Cabo de Gata hace diez millones de años. De arenas negras y ricos fondos marinos, poblados por enormes meros y praderas de posidonias.

 

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CALAS SOLITARIAS CERCA DE SAN JOSÉ

Para ir en busca de la última cala nos arcercamos a San José, la población más meridional del parque natural. Entre esta y el faro del cabo de Gata se suceden las playas más lindas del parque. Caminando desde el aparcamiento de la playa de los Genoveses, por el sendero que bordea los acantilados, se llega en tres cuartos de hora a la cala Grande del Barronal. No hay carteles que la anuncien, pero es inconfundible por las columnas de basalto que afloran en mitad de la arena, como un órgano de viento petrificado. En ningún otro sitio es tan evidente el pasado volcánico de esta costa, la huella de las erupciones y los ríos de lava. Es como andar y bañarse dentro de un cráter.

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