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Marruecos es un destino de viaje de lo más exótico cerca de casa. Solo los 14 kilómetros del estrecho de Gibraltar nos separan de nuestro vecino africano, un país de contrastes y tradiciones, montañoso y desértico a la vez, con escenarios perfectos para la aventura, una rica y abundante gastronomía y una gran hospitalidad donde nunca falta un té acompañado de unos dulces para dar la bienvenida al visitante.

Hemos seleccionado unos cuantos imprescindibles de este país para empezar a decidir próximas escapadas. Una vez elegido hay varias opciones para llegar allí, bien en coche desde Algeciras o Tarifa o en avión a diferentes ciudades, con las que existen conexiones, las más habituales son Marrakech, Fez, Tánger o Rabat. También se puede llegar en ferri desde varias ciudades españolas con Balearia (balearia.com/es/ferry-espana-marruecos) o Transmediterránea (trasmediterranea.es). Para elegir alojamiento en cualquiera de estos destinos puedes encontrar aquí. 

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MARRAKECH

La primera foto de Marrakech tiene que ser en la plaza Jamaa el Fna, que es Patrimonio de la Humanidad y un espectáculo de músicos, vendedores, tatuadoras de henna y hasta encantadores de serpientes. En torno a ella gira esta mágica ciudad roja y sus imprescindibles: la mezquita Koutoubia, con el minarete más alto de la ciudad; sus murallas del siglo XII; los riads o la medina, con sus laberínticas calles, sus zocos y mercados, las tumbas de la dinastía Saadí o el palacio de la Bahía, construido con la intención de ser el más grande de todos los tiempos. Más allá están los jardines Majorelle, el exótico paraíso vegetal de Yves Saint Laurent.

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AÏT BEN HADDOU

En el camino entre Marrakech y Ouarzazate, puerta de entrada al desierto, se encuentran algunas de las ciudadelas (kasbahs) y pueblos fortificados (ksour) más monumentales del sur de Marruecos, esas arquitecturas de adobe de origen bereber que son testimonio de aquellos días en los que las caravanas transitaban por aquí. De todas ellas, Aït Ben Addou es la más fotografiada y fascinante, un laberinto de barro que resiste prácticamente deshabitado al paso del tiempo y ha sido elegido una y otra vez como decorado de cine, desde Gladiator a Juego de Tronos. La Unesco la ha declarado Patrimonio de la Humanidad.

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CASCADAS DE OUZOUD

A 3 horas de Marrakech, en el pequeño pueblo de Tanaghmeilt, de la provincia de Azilal, se descubren las cascadas más altas del país y del norte de África, con 110 metros de altura, además de una de las bellas. Su nombre, en bereber, hace referencia a los olivos que sombrean el camino que lleva hasta sus pies. En la cima se pueden contemplar pequeños molinos aún en uso, en su paisaje rocoso y verde, macacos de Berbería y los más atrevidos se bañan en las aguas frías del río. Todo un espectáculo natural tanto para la vista y el oído.

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DORMIR BAJO LAS ESTRELLAS EN EL SAHARA

En ese paisaje bucólico y cambiante de grandes montañas de arena teñido de rojo al atardecer que es el desierto del Sahara, una de las experiencias más especiales e inolvidables que se puede vivir es la de pasar una noche durmiendo en una jaima en un campamento nómada, tras una cena bereber animada con música alrededor de una hoguera. Entre los mejores lugares para disfrutar de ella, Erg Chebbi, el desierto de Merzouga, con dunas que pueden llegar a los 150 metros de altura, donde se encuentra Sahara Majestic Luxury Camp.

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FEZ

La más antigua de las ciudades marroquíes es también la capital cultural, religiosa y artesanal del reino alauita. Por su tortuosa medina, designada Patrimonio de la Humanidad, bulle su trajín cotidiano. Sembrada de talleres gremiales, de latoneros y ebanistas, de especieros y ancianos de aspecto bíblico, es, sin duda, la más fascinante de todo el Magreb. En este laberinto infinito también encontramos refinados caserones que esconden delicados patios con fuentes, zocos, medersas (escuelas del Corán), hamman, mezquitas y antiguas curtidurías, donde se produce una de las pieles de mayor calidad del mundo. Pero hay que salir de las murallas que lo delimitan para descubrir también Fez el Jedid, el Nuevo, aunque sea del siglo XIV, y contemplar el inmenso palacio del rey de Marruecos.

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CHAOUEN, EL PUEBLO AZUL

A los pies de las montañas del Rif, el pueblo más fotogénico del norte de Marruecos tiene aire de pueblo andaluz, con sus paredes, puertas, ventanas e infinitos rincones con todas las tonalidades del azul. Un abigarrado entramado de casas cúbicas encajadas en un laberinto de callejones, escalinatas y cuestas que no puede tener más encanto y ha servido inspiración para muchos pintores como Eugéne Delacroix y Henri Matisse. La plaza Uta el Hamman, con su alminar de la gran mezquita, es el lugar donde desembocan las calles de la medina, y sus lavaderos y manantiales de Ras el Mass el que ofrece una de las estampas más tradicionales del lugar.

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ESSAOUIRA

A esta antigua ciudad corsaria del Atlántico marroquí llegan los surfistas atraídos por sus vientos alisios y sus olas, otros por su playa descomunal y su microclima o muchos por conocer todo aquello que la ha hecho merecedora de pertenecer al Patrimonio de la Humanidad, empezando por su espectacular medina de callejas encaladas y abrazada por murallas en las que abren sus puertas pequeños riads, restaurantes, cafés y galerías de arte o uno se entrega al regateo en sus zocos.

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RABAT

Es la capital de Marruecos, pero también una gran desconocida, que ofrece el perfil de una ciudad moderna, con elegantes calles de inspiración francesa y algunos hitos para descubrir como el mausoleo de Mohamed V, la torre de Hassan –hermana de la Giralda de Sevilla y de la mezquita de Koutoubia de Marrakech–, la necrópolis de Chellah, el Palacio Real. También se impone callejear por su medina y por Mellah, el barrio judío, antes de desconectar del bullicio de la ciudad en la kasbah de los Oudaias.

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ASILAH

El litoral marroquí no solo merece la pena por sus exquisitos pueblos en azul y blanco sino también, y sobre todo, por sus playas, ideales para la práctica del surf. Es este aire marinero el que otorga un encanto especial a Asilah, un delicioso pueblo bohemio a 45 minutos de Tánger que formó parte del Protectorado español en Marruecos. Su pequeña medina rodeada por una muralla que construyeron los portugueses, sus murales y tiendas de artesanía y sus festivales culturales convierten a esta ciudad en una de las más artísticas del país.

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TETUÁN

La «paloma blanca» llamaban los poetas árabes a esta preciosa ciudad que fue capital del Protectorado español en el norte de Marruecos. Caminando por la avenida Mohamed V desde la plaza Moulay El Mehdi y hasta la de Hassan II, donde se levanta el Palacio Real, o sus aledañas, uno tiene la impresión de estar paseando por un barrio andaluz, con sus fachadas de color verde y blanco. Pero hay que cruzar alguna de las 6 puertas que dan acceso a su medina para conocer el mejor barrio colonial del norte de África, amén de Patrimonio de la Humanidad.

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MONTAÑAS DEL ATLAS

La cordillera más alta del norte de África atraviesa Marruecos en diagonal y tiene su techo en el Toubkal, con más de 4000 metros de altura. Es el rostro más desconocido del país y, sin embargo, uno de los más fascinantes. Encajado entre el mar y la arena, este territorio despliega un impresionante paisaje de color rojo con picos escarpados, hondos cañones y valles verdes que son verdaderos oasis. Es también el hogar de los bereberes que viven como en el principio de los tiempos en pequeños poblados de adobe. No hay que perderse las gargantas que rodean el Irhil M’Goun; el Valle del Dadés, apodado «de las mil kasbash» por su profusión de fortalezas mimetizadas con la tierra; y el espectacular Desfiladero del Todra.

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