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No son, ciertamente, buenos tiempos para idear aventuras desenfrenadas. Pero sí para entornar la mirada y soñar con las pequeñas cosas. Una imagen que sobrecoge, una sensación de locura, un sabor que nos retrotrae a un momento de felicidad. He aquí unos cuantos placeres, asequibles y cercanos, que nos esperan muy pronto. Porque, como dijo Dylan Thomas: «La vida siempre te ofrece una segunda oportunidad: se llama mañana». 

 

CONTEMPLAR LA ALHAMBRA DESDE EL SACROMONTE

Y dejar que los ojos se empapen con la silueta de esta joya amurallada bajo el marco blanco de Sierra Nevada, con la maraña de callejuelas del Albaicín, con el sube y baja de los patios perfumados, con el perfil moruno de Granada. Pocas panorámicas pueden resultar más reconfortantes que la que alcanza a La Alhambra en todo su esplendor, no desde el clásico mirador de San Nicolás (con demasiada gente) sino desde el Sacromonte, el barrio de las cuevas y el flamenco, la esencia gitana de la ciudad.

 

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COMER UNA PAELLA EN LA ALBUFERA

También contentando al paladar se experimenta un gozo único. Y mucho más si se hace con nuestro plato más universal y precisamente en el lugar donde se cree que nació. La Albufera de Valencia, el inmenso humedal que se despliega a diez kilómetros de la ciudad del Turia, se jacta de que aquí tomó forma la paella, allá por el siglo XV, al calor de unas aldeas arroceras pobladas por campesinos y pastores. Lo que hoy queda son unos cuantos restaurantes donde la sirven exquisita, como Restaurant Mateu (restaurantemateu.com) o Nou Racó (nouraco.com). Eso, y un bonito paisaje dibujado con dunas salvajes, bosques y un enorme lago, el más grande de España, con un alto valor ecológico. 

 

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PERDERNOS EN EL BOSQUE DE FRAGAS DEL EUME

Tan sencillo como perderse en la espesura de un bosque, aspirando todos sus aromas. Sobre todo, si se trata del bosque atlántico de ribera mejor conservado de Europa. Así es este parque natural de A Coruña: una explosión de robles, chopos, fresnos, castaños, abedules… que brinda paseos a pie difíciles de olvidar. Quienes se aventuren a explorar sus entrañas, encontrarán el mágico monasterio de Caaveiro, con más de diez siglos de historia. Y, justo aquí, reconocerán la famosa imagen que cautivó al mismísimo Lord Byron, enamorado de estos paisajes.

 

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NAVEGAR EN VELERO POR LA COSTA BRAVA

Las velas desplegadas, empujadas por el viento de la Tramontana, el mar azotado, las gotas de sal empapando la piel. Nada como navegar por la Costa Brava para experimentar la más completa sensación de libertad, de que ya nada ni nadie puede volver a encerrarnos. Descubrir, a bordo de un velero, este prodigio de la ribera catalana es otro de los pequeños placeres que nos aguarda muy pronto. Una estupenda manera de bordear el litoral dentado, acercarse a calas inaccesibles, recorrer altos acantilados y dejarse invadir, al fin, por la vitamina del sol. La empresa Tela Marinera (telemarinera.es) añade a sus bonitas travesías una degustación a bordo de gambas de Palamós. ¿Puede haber un plan mejor? 

 

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TAPEAR POR EL BARRIO DE LA VIÑA DE CÁDIZ

¡Ay de cuando recuperemos la alegría de la calle! ¡Ay de cuando regresemos a Cádiz! El tapeo volverá a ser nuestro deporte estrella. Especialmente en este barrio, el más popular y pintoresco de la «tacita de plata». El que fuera el antiguo hogar de los pescadores y (cuando se podía) el epicentro de la fiesta. La Viña, trazado con calles estrechas, casas mordidas por el salitre y tascas para todos los gustos, es la más pura expresión del gaditano, el lugar donde contagiarse de su desparpajo y donde «jartarse» a atún de almadraba, guisos marineros, mariscos frescos y las famosas tortillitas de camarones.

 

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DARNOS UN CHAPUZÓN EN FORMENTERA

Claro, porque en la menor de las Pitiusas el mar es el más tentador objeto de deseo. Un mar que concentra todas las gradaciones del azul al abrigo de una arena blanca y fina, que se muestra, durante todo el año, cálido y en calma. Hay que sumergirse en el Mediterráneo que baña Formentera porque no es exagerado decir que esta isla atesora las aguas más cristalinas del país, por obra y gracia de la posidonia. Por algo sus playas, ya se sabe, se cuelan a menudo en el ranking de las más valoradas del mundo.

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GASTAR LAS SUELAS EN ORDESA Y MONTE PERDIDO

Es una perita en dulce para los amantes del senderismo, ya que en este centenario parque nacional, emplazado en el Pirineo de Huesca, se encuentra todo lo que uno le pide a la naturaleza: dos cañones, una garganta, dos valles glaciares, hermosas masas forestales, impresionantes murallas de calizas y una cumbre majestuosa, la del Monte Perdido (3355 metros), eje vertebrador de este territorio aragonés. En definitiva, una biodiversidad única que se puede admirar en sus 380 kilómetros de senderos señalizados. Un lugar para volver a respirar aire puro.

 

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