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Pastos que tapizan las laderas, acantilados escarpados, aroma a salitre. Toda la esencia de la cornisa cantábrica desfila por el Camino de Santiago del Norte, al que la Unesco declaró por su belleza Patrimonio de la Humanidad. Una ruta encajada entre el mar y la montaña que trazó el enlace del norte cristiano con el resto de Europa y se convirtió en la más frecuentada por los reyes de la Edad Media.

A lo largo de 824 kilómetros que dan comienzo en Irún, el trayecto se extiende por el País Vasco, Cantabria y Asturias hasta llegar a las tierras gallegas, donde el itinerario vira al suroeste para culminar en Compostela. En el camino, además de risas, encuentros y vivencias, los ojos se llevarán el recuerdo imborrable de estas paradas.

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SAN SEBASTIÁN

La primera ciudad que asoma en la ruta nos recibe con la inmensidad de una de las bahías más bellas de nuestra geografía: la que da abrigo a la playa de La Concha y su pintoresco paseo. Admirarla desde el monte Ulía es un privilegio, como también lo es perderse por el casco histórico para agasajar al paladar con un interminable repertorio de pintxos o, los más sibaritas, con un homenaje de categoría Michelin en la metrópoli con más estrellas por habitante. Tiempo habrá también para descubrir los lugares de siempre (el puerto pesquero, el museo San Telmo, el Peine del Viento…) y la efervescencia creativa de Eguía, el nuevo barrio de moda.

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BILBAO

Hace tiempo que dejó de ser aquella ciudad gris e industrial de los años 80 para convertirse en el entramado urbano más cosmopolita del norte, eso sí, sin perder su regusto tradicional. Así es la capital vizcaína, una delicia para pasear por la ría o deambular sin rumbo por las callejuelas de la parte vieja, al paso de joyas como el teatro Arriaga, la catedral de Santiago, la fuente del Perro, la iglesia de San Antón... Eso y, claro, el icónico Guggenheim, que se lleva toda la atención. Otros planes estupendos son subir al funicular de Artxanda, visitar el Museo de Bellas Artes, curiosear por el Mercado de la Ribera, descubrir el Azkuna Zentroa o visitar el estadio de San Mamés.

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CASTRO URDIALES

Esta villa cántabra conserva el encanto de un pueblecito marinero en cuya parte más alta, sobre un promontorio asomado al mar, se alzan sus grandes joyas: el castillo-faro, la ermita de Santa Ana y la iglesia de Santa María de la Asunción que, además de un impresionante templo-fortaleza que custodia las aguas del Cantábrico, es el mejor ejemplo gótico de la región. Hasta aquí llegan los peregrinos, desde hace más de 800 años, para subir sus escalones y admirar los imponentes arbotantes y los ventanales policromados. Después hay que deambular por el barrio modernista en busca de unas ricas anchoas.

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SANTANDER

La playa del Sardinero, antaño favorita de la familia real; el Palacio de la Magdalena con su perfil imponente; el llamado Anillo Cultural, capitaneado por el rompedor Centro Botín, de Renzo Piano. Estas son solo algunas de las maravillas que se esconden en la capital cántabra. Luego están los miradores sobre el mar, los pinchos en el casco histórico, el bautizado Soho santanderino en el Mercado del Este, la vida nocturna del barrio de Puertochico. La magia de esta ciudad atrapa al caminante para despertarle las ganas de volver.

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SANTILLANA DE MAR

Pese a su nombre, hay que desplazarse un poco de la costa para acceder a este hermoso pueblo edificado alrededor de la colegiata románica de Santa Juliana, que es el monumento más importante de Cantabria, declarado Patrimonio de la Humanidad. Aquí encontramos casonas de floridos balcones, torreones medievales y elegantes palacios señoriales de estilo barroco y renacentista. Por si fuera poco, Santillana de Mar, a la que se conoce como la Villa de las Tres Mentiras (ni es santa, ni es llana, ni tiene mar), alberga la famosa Cueva de Altamira, considerada la Capilla Sixtina del Paleolítico.

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COMILLAS

Una aldea de pescadores trasformada en un paraje de cuento gracias al sueño modernista de un marqués. Así es esta peculiar parada del Camino de Santiago, un auténtico museo al aire libre repleto de edificios firmados por arquitectos de la talla de Lluís Domènech i Montaner, Joan Martorell o el mismísimo Gaudí. Al paso de esta villa playera, los peregrinos podrán ver las olas golpear contra los acantilados.

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LLANES

Los prados de un verde arrebatador anticipan la entrada a Asturias, concretamente al concejo que atesora el más largo litoral: nada menos que 48 kilómetros moldeados en 32 magníficas playas, cada una con su personalidad. El Cantábrico impetuoso marca el horizonte de esta parte de la ruta que en Llanes se completa con un intricando centro histórico, un bullicioso puerto, un impresionante conjunto de casas de indianos y los coloreados Cubos de la Memoria, ideados por Agustín Ibarrola, que en los días de fuerte oleaje parecen fundirse con el mar.   

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RIBADESELLA

El mar y la montaña ponen el marco a esta villa que es la reina del verano gracias a su famoso evento lúdico-deportivo, el Descenso Internacional del Sella. Este río –que a su paso por el pueblo se convierte en ría– divide el entramado en dos partes, unidas por un enorme puente. Hay que subir a la ermita de la Virgen de Guía, patrona de los marineros, para contemplar las vistas espectaculares que se vierten sobre la playa de Santa Marina y, de fondo, el monte Mofrechu y las sierras de La Escapa-Santianes y el Sueve.

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GIJÓN

Largos arenales para adictos a las olas, vanguardia urbana y entorno rural, cultura y ocio por un tubo, refinados templos gastronómicos y sidrerías de siempre donde apurar la tarde. La más cosmopolita de las ciudades asturianas lo tiene todo. Elegantes paseos marítimos flanqueados de palacios señoriales, museos interesantes como el del Ferrocarril, centros culturales como la Universidad Laboral, una red de sendas verdes para recorrer a pie o en bicicleta y los dos grandes iconos: la playa de San Lorenzo, con su famosa escalerona, y Cimavilla, el barrio marinero plagado de casas de pescadores mordidas por el salitre.

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CADAVEDO

El pueblo que una vez se llevó el título del más bonito de Asturias ocupa lo que antaño fuera el puerto medieval de Vallenarán, dedicado a la caza de ballenas. Un laberinto de callejuelas que serpentean entre hórreos superpuestos, casinas con esmerados jardines y suntuosas villas indianas. Los peregrinos reservan fuerzas para subir al promontorio de la Atalaya donde, colgada sobre los abruptos barrancos y la playa de La Riberona, se asienta una pequeña ermita con la venerada imagen de la Virgen de la Regla, conocida como La Regalina.

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LUARCA

Acurrucada alrededor de su puerto pesquero y flanqueada por dos miradores desde los que se domina la ensenada, Ḷuarca es una villa tan blanca que no parece atlántica. Apacible y orgullosa, esta localidad no solo se jacta de su belleza incuestionable sino también de ser la cuna de Severo Ochoa y el hogar de la Fonte Baixa, uno de los jardines botánicos más extensos de Europa. En el barrio de El Chano, desde donde se dominan las playas y el caserío inmaculado, los caminantes darán la última mirada antes de continuar la senda en dirección a Navia.

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RIBADEO

El Camino de Santiago del Norte irrumpe en Galicia a través de esta villa de la Mariña lucense, que cuenta con un pintoresco casco histórico presidido por el barrio de San Roque y sus elegantes palacios y casonas. Y, sobre todo, con el monumento natural de la playa de las Catedrales, con su prodigio de arcos, grutas y pasadizos esculpidos por el embate de las olas.

Ribadeo supone la despedida de la costa y la entrada hacia el interior montañoso. Todavía 190 kilómetros aguardan hasta llegar a Santiago de Compostela, al paso de un territorio rural escasamente poblado. Mondoñedo, Abadín, Bahamonde, Arzúa… y joyas como el monasterio de Sobrado dos Monxes o la capilla de San Alberte marcan el fin de la ruta.

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