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Mientras el frío polar extiende sus garras desde el norte de Europa, en este rincón del globo la vida pasa por una explosión tropical con infinitas playas colmadas de cocoteros, paisajes que se dibujan con todas las gamas del azul y esa dulce cadencia de vuelta y vuelta bajo el sol. Soñemos con estar ahí, ya sea siquiera un instante. Que por algo este país de 7.107 islas es uno de los más tentadores del mundo.

Pocos destinos condensan tal cantidad de atractivos como este archipiélago de los confines de Asia, premiado con naturalezas imposibles. Desde atolones vírgenes hasta arrozales color esmeralda; desde selvas pobladas por tribus hasta metrópolis cargadas de historia; desde volcanes majestuosos hasta fondos alfombrados de coral donde campa a sus anchas el tiburón ballena. Recorremos solo algunos de los tesoros de Filipinas (es cierto, hay muchísimos más). Un buen antídoto para escapar, aunque sea a través de la pantalla, de las gélidas temperaturas que acechan a nuestro hemisferio.

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CORON Y LAS ISLAS CALAMIAN
He aquí unos parajes donde perderse sin intención de ser encontrados, una extraña combinación de tentaciones para amantes del senderismo, el buceo o simplemente el placer fotogénico. Porque en este archipiélago perdido entre Palawán y Mindoro no solo residen las aguas más claras del país (con una visibilidad de 24 metros) sino también la que ha sido elegida, por segundo año consecutivo, la mejor isla del mundo: Coron, agraciada (más allá de sus playas) con bellos lagos de reflejos turquesas y cálidas piscinas de aguas sulfurosas. Rarezas tan adorables como esos barcos japoneses hundidos en la Segunda Guerra Mundial (y que proporcionan zambullidas fascinantes) o incluso una reserva de animales salvajes (Calauit National Wildlife Sanctuary) que fueron traídos de África en 1977: jirafas, antílopes, cebras, gacelas, impalas… en un marco tropical.

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EL NIDO Y SU UNIVERSO SUBMARINO
Lagunas de coral
entre paredes de piedra caliza, cuevas sinuosas de formatos imposibles y playas oníricas como en un salvapantallas. Esto en lo que se refiere a la superficie de este puzzle desbaratado de 45 atolones verdes ribeteados por un anillo de arena blanquísima. Después, en las profundidades del mar, se esconde aquella “jungla submarina” que conquistó al mismísimo Jacques Cousteau. “Es el lugar más increíble de todos los que he explorado”, desveló. Así es El Nido, al norte de la isla de Palawán, donde, por si fuera poco, tres exclusivos resorts en tres deslumbrantes islotes (Lagen, Miniloc y Pangulasian) ponen la guinda al edén.

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BOHOL CON SUS ‘DULCES’ ESCENARIOS
Si por algo se distingue esta isla es por un soberbio atractivo natural que alcanza su máxima expresión en las Colinas de Chocolate. Una cadena de montículos idénticos, suaves y redondeados, que con la estación seca, cuando el sol chamusca la hierba, se tornan amarronados como si fueran de cacao. No es el único escenario de Bohol. El río Loboc, que permite navegar por su cauce mientras se degustan exóticos bocados; y el tarsero, el primate más pequeño del planeta que habita en los bosques de bambú, completan la oferta playera que encontramos en Panglao, a la que está conectada por dos puentes naturales.

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BORACAY, EL SECRETO A VOCES
La que en su día fue el refugio perfecto de los mochileros, hoy no resulta del gusto de todos. Propagado el mapa del tesoro, el hechizo se desvaneció. Una febril competencia sembró esta isla de centros turísticos, allí donde antes se erigían desperdigadas chozas de nipa. Y Boracai se convirtió en un imán para la clase acaudalada, y con ello, en el paradigma de las fiestas playeras, una suerte de Ibiza filipina. Aún así, no hay que subestimar su encanto innato, incluso en la explotada White Beach, su playa de referencia: cuatro kilómetros de inmaculado arenal, un mar quieto como un consomé y espigadas palmeras que se mecen al ritmo de la brisa.

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LUZÓN Y LOS CAMPOS DE ARROZ
Puestos a soñar, qué mejor que las escaleras al cielo. Así es como se conocen las terrazas de arroz de Banaue, que han sido catalogadas como la Octava Maravilla del Mundo. Un paisaje fantástico de agricultura en bancales esculpido en las faldas de las montañas a más de mil metros de altitud. La hazaña se debe a los Ifugao, la tribu que, mano a mano, desafiando el vértigo de la orografía, sigue cultivando estas laderas, tal y como lo hacían sus ancestros hace más de dos mil años.

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CEBÚ Y EL ECO DE LA HISTORIA
Buenas playas gasta también esta isla, así como su apéndice de Mactan, un islote significativo por dar a luz un hecho histórico. Aquí Fernando de Magallanes vino a encontrarse con la muerte a manos de los indígenas capitaneados por Lapu-Lapu. Antes ya había dejado en Cebú la marca de la cristiandad: una enorme cruz que simbolizaba el primer encuentro del archipiélago con occidente y la semilla de una religión que perdura hasta nuestros días. La Cruz de Magallanes puede admirarse en la capital del mismo nombre, que es la ciudad que más crecimiento registra después de la caótica Manila.

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