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El Papa demostró una vez más que no hace falta ocultar sus escasas fuerzas, su debilidad y su cansancio porque, por encima de la "vieja envoltura de su cuerpo", siempre estará presente un corazón de enorme fortaleza y una fuerza espiritual desconocida.
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El Pontífice llegó ayer a la plaza de San Pedro saludando a los presentes con su mano en alto, rezando entre labios, porque es la oración, dicen sus colaboradores más cercanos, la medicina milagrosa que le permite superar una y otra vez sus altibajos de salud.
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