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Carolina Luisa Margarita Grimaldi, nacida el 23 de enero de 1957, recibió el sacramento del Bautismo el 3 de marzo de aquel mismo año en la Catedral de Mónaco. Una jornada memorable, incluso histórica, pues hasta el nacimiento de un hermano varón, la princesa Carolina sería la Heredera al trono monegasco y su bautizo una cuestión de Estado con el ceremonial pertinente. Así que las 101 salvas de cañón protocolarias, las trompetas y la voz de mando del jefe de la tropa que, con el rutilante uniforme de gala, escoltaba la escalinata de acceso a la basílica, no faltaron el gran día y anunciaron la llegada del cortejo principesco a la basílica. La princesa Carolina entró al templo en brazos de su nurse como es tradición y acompañada de sus padrinos, una graciosa niña de diez años llegada de Filadelfia, sobrina de la princesa Gracia, llamada Margaret Davis, y el príncipe Georges Festetics, primo del príncipe Raniero, que vestía un llamativo uniforme rojo con charreteras de oro y pantalón azul marino. Detrás de ellos, el príncipe Raniero, de uniforme de gala, y la princesa Gracia, haciendo valer una vez más su título de reina de la elegancia con un traje de color marrón claro de muaré y una capita de visón; seguidos por los abuelos maternos de la pequeña gran protagonista, los señores Kelly, y por el resto del acompañamiento.

Fueron recibidos en el pórtico de la Catedral por el obispo de Mónaco, acompañado del canónigo de Saint-Pourtçain, cura de la Catedral y del canónigo Andriieux, archicofrade de la Catedral, donde se celebró la primera ceremonia bautismal, que duró exactamente ocho minutos, después de lo cual se dirigieron por el centro hasta el altar donde se encontraba la pila bautismal con agua de San Vicente Ferrer. Tras la lectura de la bendición papal y la firma del acta del Bautismo, el cortejo salió de la catedral por la puerta principal para dirigirse al Palacio y desde el balcón saludar al pueblo congregado en la plaza que prorrumpió en vítores y felicitaciones nada más verles aparecer.

Fueron recibidos en el pórtico de la Catedral por el obispo de Mónaco, acompañado del canónigo de Saint-Pourtçain, cura de la Catedral y del canónigo Andriieux, archicofrade de la Catedral, donde se celebró la primera ceremonia bautismal, que duró exactamente ocho minutos, después de lo cual se dirigieron por el centro hasta el altar donde se encontraba la pila bautismal con agua de San Vicente Ferrer. Tras la lectura de la bendición papal y la firma del acta del Bautismo, el cortejo salió de la catedral por la puerta principal para dirigirse al Palacio y desde el balcón saludar al pueblo congregado en la plaza. Los vítores y felicitaciones nada más verles aparecer.

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Alberto Alejandro Luis Pierre Grimaldi, nacido el 14 de marzo de 1958, recibió el sacramento del Bautismo el 20 de abril de aquel mismo año. El colorido de las innumerables banderas y escudos que adornaban calles y plazas, la escolta motorizada, la concentración de visitantes y ciudadanos, daban la tónica de la solemnidad de la histórica ocasión: el bautizo del nuevo Príncipe heredero. La primera salva de cañón anunciaba la salida del cortejo principesco del Palacio en dirección a la Catedral del Principado a la que llegó en medio del entusiasmo indescriptible de sus admiradores y el estruendo de las 101 salvas protocolarias. El templo se convirtió para la ocasión en un verdadero jardín de flores. Tapices de hortensias, lilas, lirios y tulipanes y un millar de invitados -ellos, chaqué o uniforme, y ellas, elegantísimos vestidos de ceremonia primaverales- vestían de gala el templo.

Las trompetas de los carabineros anunciaban la llegada de la comitiva: el príncipe Luis de Polignac y la reina Victoria Eugenia de España, los padrinos; el príncipe Pedro de Polignac, padre del príncipe Raniero, con la princesa Antonieta, y la dama de honor de Palacio, la Condesa de Baciocchi; el pequeño gran protagonista, en brazos de su nurse, mademoiselle Stahl y los príncipes Raniero, con el uniforme de soberano y la Orden de San Carlos y sus habituales condecoraciones, y Gracia, haciendo alarde de su elegancia con un vestido de brocard de color maquillaje con sombrero a tono y un abrigo de piel Breitschwanz con cuello de visón.

El arzobispo de Marsella, monseñor Delay, ofició el rito y ungió con el óleo sagrado de los catecúmenos el pecho y entre las espaldas del pequeño niño, en brazos de la reina de España. Luego, en el momento de verter el agua bautismal y pronunciar las palabras sacramentales, todas las miradas se posaron en la princesa Gracia, que no se dio ni cuenta porque tenía los ojos anegados en lágrimas, y el príncipe Raniero a su vez . Finalizada la ceremonia, tras la lectura de la bendición papal al príncipe Alberto y la firma del acta bautismal, la Familia Principesca abandonó el templo a los acordes de la Fanfarra para trompetas, timbales, violines y oboes y al verles aparecer una multitud entusiasta les acogió con un aplauso unánime.

Ya en la Gran Plaza de Palacio, los monegascos esperaban impacientes la aparición de los Príncipes con el protagonista, la princesa Carolina y los padrinos. Cuando por fin consintieron su deseo, al salir a los ventanales del Salón de los Espejos, una salva de aplausos siguió a otra y a otra cada vez más bulliciosa hasta el delirio con el impulsivo abrazo de la pequeña princesa Carolina a su hermano y los besitos al aire al agitado mar de ciudadanos. Final de fiesta de una jornada histórica.

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Estefanía María Isabel Grimaldi, nacida el 1 de febrero de 1965, recibió las aguas bautismales exactamente cuarenta y un días después de su llegada al mundo en la catedral del pequeño Principado y de manos nada menos que del decano del Sacro Colegio Cardenalicio, cardenal Tisserant, venido expresamente de Roma para esta celebración. Mónaco se vistió de gala, y aunque el día no había sido declarado festivo, la población en masa acudió a los alrededores de la catedral para aplaudir y vitorear a la nueva princesita. La pequeña Estefanía llegó al templo a bordo de un impresionante Rolls de color gris, en brazos de su nurse, señorita Hubert, junto a sus padrinos, M. J. Kelly, hermano de la princesa Gracia, y Elisabeth-Ann de Massy, sobrina del príncipe Raniero. Minutos antes hizo su aparición el Cadillac en el que viajaban sus padres, Raniero y Gracia de Mónaco, con sus hijos mayores, la princesa Carolina y el príncipe heredero Alberto y la dama de honor. La pequeña gran protagonista vestía el histórico vestido de cristianar, de organdí y encajes de Valenciennes, que llevaran en su día el príncipe Raniero y su hermana, la princesa Antonieta, y más tarde los príncipes Carolina y Alberto. La comitiva se dirigió por la nave central del templo, adornado con todo tipo de flores blancas y ocupado por 185 invitados de la familia, hasta el altar, en cuyo lado del Evangelio se encontraba la pila bautismal de mármol blanco en la que habían sido bautizado generaciones y generaciones de monegascos, pero que entonces ya estaba reservada exclusivamente a los niños de la Familia Principesca. La princesa Estefanía recibió el rito a los acordes de Bach y de Schubert y, cuando tras la firma del acta de bautismo, se abrieron de nuevo las puertas de la catedral ante los ojos de una enorme multitud, el Principado estalló en vítores, felicitaciones y redobles de campanas. Por la tarde los príncipes Raniero y Gracia brindaron con los monegascos por la princesa Estefanía desde el balconcillo de la amplia escalinata de mármol del Palacio. Un multitudinario brindis con más de mil botellas del champán.

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Andrea Alberto Casiraghi, nacido el 8 de junio de 1984, fue bautizado en la intimidad el 1 de septiembre de aquel mismo año en la capilla del palacio del Principado de Mónaco. Ofició el rito el monseñor Brand, arzobispo de Mónaco; ejercieron de padrinos la princesa Estefanía y Marco Casiraghi, hermano de Stéfano Casiraghi, y asistieron a la ceremonia el príncipe Raniero, el príncipe Alberto y la familia de Stefano Casiraghi. La princesa Carolina tenía la esperanza de que la nulidad de su matrimonio con Junot fuera efectiva para poder contraer matrimonio canónico con Stefano antes de bautizar a su hijo. Pero la pareja decidió no postergar por más tiempo el bautismo del niño ante la lenta marcha del proceso. La "situación irregular" de la pareja a ojos de la Iglesia no obstaba para que su descendencia pudiera ser bautizada en la fe católica. Por todo el bautizo del primer nieto de Raniero de Mónaco contrastaba con el último bautizo real vivido en el Principado 18 años atrás.

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Carlota María Pomeline Casiraghi, segunda hija de la princesa Carolina y Stephano Casiraghi, nacida el 3 de agosto de 1986, fue bautizada el 20 de septiembre de aquel mismo año en la más estricta intimidad familiar. La capilla del palacio de Mónaco se había engalanado para la ceremonia. La princesa Carolina, especialmente elegante con un conjunto azul de la Maison de Christian Dior, llevaba en los brazos a la pequeña gran protagonista del día, también vestida por el mismo diseñador de su madre con el bonito faldón de puntillas y jaretas que lució también su hermano mayor, Andrea Casiraghi, el día de su Bautismo. Ofició la ceremonia el arzobispo del Principado, monseñor Joseph Marie Sardou, y fueron padrinos Albina de Boisrouvray, productora de cine y amiga de la familia, y Massimo Bianchi, cuñado de Stefano. El príncipe Raniero se mostraba contento de ver aumentada la familia, mientras la princesa Estefanía atendía a su sobrino, Andrea, que participaba del júbilo de la ceremonia, a la que asistieron también los señores Casiraghi, los abuelos paternos de la pequeña, junto a otros invitados y familiares allegados. Ni Carlota ni Andrea fueron recibidos como príncipes el día de su nacimiento, ni se tiraron salvas de honor, como se hace con los herederos del trono, y en consonancia fueron sus bautizos. Pero dado que la princesa Carolina atendió las obligaciones de Primera Dama al morir la princesa Graicia, los niños crecieron siendo los principitos de Mónaco en el corazón de los monegascos.

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Pierre Raniero Stefano Casiraghi, tercer hijo de la princesa Carolina y de su esposo, Stefano Casiraghi, nacido el 5 de septiembre de 1987, recibió las aguas bautismales tres meses después, el 19 de diciembre del mismo año, en la más estricta intimidad, al igual que ocurriera con los otros dos hijos del matrimonio Casiraghi. La capilla del palacio de Mónaco fue engalanada y adornada con profusión de flores para la ceremonia. El protagonista lució el mismo faldón de Dior, de gran trabajo artesanal, confeccionado a base de puntillas, encajes y jaretas, que usaron sus hermanos Andrea y Carlota el día de su Bautismo. Ofició la ceremonia religiosa el arzobispo del Principado, monseñor Josep Marie Sardou, acompañado por el capellán de palacio, padre César Penzo. Fueron padrinos del pequeño Pierre, su tío Alberto de Mónaco y su tia Laura Casiraghi, cuñada de Stefano, esposa de su hermano mayor.

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Fue una jornada especialmente jubilosa para todos. Se encontraban entre los asistentes el abuelo materno, el príncipe Raniero; la hermana de éste, la princesa Antonieta, y los abuelos paternos del pequeño Pierre, Giovanni y Fernanda. Estefanía de Mónaco fue la ausencia destacada de la ceremonia, al encontrarse en Los Ángeles, donde pasaba la mayor parte del tiempo, junto a su novio de entonces Mario Oliver. Se comentaba en la prensa de la época que la no presencia de la hija menor de Raniero podría haberse debido a que no fue cursada la invitación a Mario para asistir al bautizo. Tras la ceremonia, la princesa Carolina y su marido posaron con sus tres hijos, Andrea, Carlota y el pequeño Pierre, los padrinos y los abuelos de la criatura en el palacio. La felicidad hecha imagen, a pesar de la espinita de la nulidad de Carolina de Mónaco. En el ánimo de la Princesa, que para el bautizo de su hijo lució una creación de Christian Dior, ribeteada de visón haciendo juego con el gorro, anidaba el íntimo deseo de obtener la anulación eclesiástica, que no acababa de concedérsele -llegó finalmente el 1 de julio de 1992, después de más de diez años de batalla legal en los tribunales de la Rota Romana-, para poder casarse con el hombre de su vida.

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