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La princesa Beatriz se convertía nada más pronunciar sus votos en flamante esposa de Edo y en segunda madre de su hijo, Christopher ‘Wolfie’ Woolf. 

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La pareja se habría apresurado a formalizar su relación en feliz matrimonio, según algunas teorías de la prensa, para no tardar en darle un hermanito a Wolfie.  

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Varios días después de la boda se fueron de luna de miel a algún lugar del sur de Francia.

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Todos brindaron por la felicidad de los recién casados en un pequeño banquete de bodas en una carpa al aire libre adornada como el más bello cuento.

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La nieta de Isabel II reinó en su gran día con un vestido y una tiara de su augusta abuela, que en el retrato oficial de la boda real no cabe en sí de orgullo.

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Para la princesa Beatriz era trascendental compartir su gran día con su abuela, así que adaptó su boda a la agenda de la reina Isabel y se preocupó de hacer los ajustes necesarios de ubicación, número de invitados y fecha para garantizar no solo su presencia, sino también su seguridad.

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La princesa Beatriz sigue los pasos de su queridísima abuela, la reina Isabel, no solo vistiéndose de ella en sus nupcias, sino asumiendo su misma fortaleza.

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Beatriz de York no estaba dispuesta a arriesgar la emocionante marcha nupcial del brazo de su padre, el príncipe Andrés, y no esperó a casarse cuanto todo pasara.

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