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Después de un año difícil, en el cual nos volcamos a los beneficios del chándal y las deportivas, los últimos desfiles en París y Milán indican que volveremos a celebrar bañadas en lentejuelas y presumiendo de nuestra sensualidad. 

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La historia está condenada a repetirse, incluso en términos de moda. El estallido de la burbuja en 2008 provocó una corriente de tendencias minimalistas de manera similar a lo que ocurrió años más tarde, cuando llegó la pandemia del coronavirus. 

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Los consumidores buscaron comodidad y protección en los últimos meses de 2020. La demanda seguía enfocada en moda casual o deportiva con ventas in crescendo de sudaderas y abrigos plumas. Esto, sin embargo, no tardaría en cambiar. 

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El giro llegó con el nuevo año 2021. Las marcas de lujo se adelantaron a nuestras ganas de fiesta y celebración al traer de vuelta la logomanía, los maxicomplementos, el power dressing y la sensualidad de la minifalda.

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Así como en la década de los ochenta las mujeres exigieron y asumieron su ingreso definitivo al campo laboral, -plasmado en la moda con la reinvención del traje de Giorgio Armani o Yves Saint Laurent, siluetas volumétricas, la ostentosidad de los logos y joyería de impacto- las mujeres de esta generación volverán a una supuesta normalidad enfundadas en maximalismo puro.

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Aún está por verse si este empoderamiento pospandémico es compatible con una forma de consumo responsable, en la que sepamos incorporar estas prendas especiales y únicas, de confección artesanal, a nuestros armarios para pasar de generación en generación.

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