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Carolina Herrera es sinónimo de elegancia. Cuando se cumplen 36 años de su estreno en el mundo de la moda, la diseñadora de origen venezolano se ha convertido en una imprescindible en los armarios de las grandes damas de la sociedad internacional. Reinas, princesas o actrices han caído rendidas a sus diseños sobrios, elegantes y modernos para deslumbrar sobre las alfombras rojas o eventos de toda índole.

Pero esta 'reina' de la moda y la sofisticación esconde una historia fascinante llena de datos que que tal vez no conocías. 

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Aunque desde su juventud fue considerada como una de las mujeres mejor vestidas de Venezuela y, posteriormente, de Nueva York, Carolina se inició en el mundo del diseño en plena madurez, a los 41 años, animada por su amiga y editora de moda Diana Vreeland. Aunque su intención inicial fue la de montar una empresa de tejidos, la venezolana presentó su primera colección en 1941, durante un evento privado en el Metropolitan Club de Nueva York.

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Su abuela fue la que le inculcó su afición por la moda y el buen gusto en el vestir. Cuando apenas era una adolescente, viajaban juntas a París para asistir a los desfiles de Balenciaga, maestro que influenció su posterior carrera como creadora. Acostumbra a vestir Alta costura desde su juventud, su abuela le solía regalar exclusivas prendas de Lanvin.

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Se mudó a Nueva York a mediados de los años 70 debido al trabajo de su marido, Reinaldo Herrera, como jefe de proyectos de la revista Vanity Fair América. El aristócrata venezolano, del que Carolina tomó su apellido, es uno de los editores de moda más veteranos e influyentes de la ciudad de los rascacielos, y el encargado de elaborar la lista de las mejores vestidas de la famosa publicación.

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En apenas un mes de su llegada a Nueva York, entró a formar parte del exclusivo círculo de Andy Warhol frecuentando con asiduidad el mítico Studio 54. De hecho, influenciada por aquella época -llegó a afirmar que el local fue “el sitio con más glamour del mundo”-, el año pasado lanzó una colección de sandalias de tiras, tipo ‘t-strap’, en brillantes tonos o llamativos estampados ‘animal print’ que recuerdan el estilo de la década de los setenta.

En la imagen junto a algunas de las modelos españolas más influyentes en los 80, Cristina Piaget y Judith Mascó.

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El pintor que encabezó la vanguardia del ‘pop art’ fue uno de sus grandes amigos. Carolina cuenta con el privilegio de tener su propio retrato pintado por Warhol presidiendo su despacho neoyorquino. La leyenda dice que fue producto de un curioso intercambio: el artista se encaprichó de un lujoso bolso de pedrería de Van Clef & Arpels de la diseñadora, que accedió a entregárselo a cambio de un cuadro.

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Jackie Jennedy fue otra de sus grandes amistades, llegando a convertiste en su modista de cabecera en los años 80. Incluso, en 1986, hizo el vestido de novia de su hija Caroline. Se trataba de una de sus primeras incursiones en el mundo de la moda nupcial y que le valió el reconocimiento internacional.

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Carolina, de 78 años, tiene una especial fijación por las mangas. Su planteamiento es que, si estás sentada en una fiesta, no se ven ni la falda ni los zapatos, por lo que las piezas que visten los brazos cobran una gran importancia. Su pulcro cuidado por los detalles hace que cada una de sus prendas se conviertan en únicas.

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Las impolutas y exclusivas camisas blancas son una de las señas identidad de su firma y uno de los imprescindibles en todas sus colecciones. Su imagen siempre va asociada a esta prenda que tanto le gusta vestir y que se ha convertido en símbolo de elegancia, comodidad y naturalidad. Clásica y moderna a la vez, para la diseñadora se trata de una pieza que combina con todo y constituye un acierto seguro.

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