Viajes



De Venecia a París en el Orient-Express; un tren de leyenda

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El tren, en la estación espera a los viajeros

Una vista del vagón-restaurante, un lugar de encuentro.

Reyes, multimillonarios, excéntricos y vividores de todo pelaje aliñaron con glamour y extravagancia la hoja de ruta de este tren que en su época dorada de los años 20 y 30 se llegaba de París a Estambul agasajando a su pasaje con todos los lujos a mano del momento. Pero la Guerra Mundial acabó con todo aquello. Aunque al fin del conflicto la línea volvió a abrirse, la Europa en ruinas que asomaba por sus ventanillas había dejado de ser ese escenario despreocupado por el que devanear frivolidades, y la era del coche y el avión acabaron dándole la última puntilla a toda esa época. El Orient-Express, ya una desvencijada ruina, hizo su último viaje en 1977, y poco después sus vagones eran subastados.

El empresario americano James Sherwood, en puja con el rey de Marruecos, se hizo con dos de ellos con la idea de restaurarlos y recuperar su mito para el viajero exquisito. Pero el proyecto fue creciendo y, lejos de conformarse con aquellos dos coches-cama, Sherwood y su esposa dedicaron el lustro siguiente a escudriñar cada rincón de Europa en busca de otros coches con pedigrí que luego pasaban a las manos sabias de Gérard Gallet, el encargado de devolver gloria y lustre a las marqueterías de René Prou, Morison y Nelson, los cristales de Lalique y los paneles de caoba y lacados chinescos que desde su nueva puesta en marcha, en 1982, lucen los elegantísimos vagones del, como llamaban antaño, tren de los reyes y rey de los trenes.

Mientras los operarios se afanan en hacer brillar como un espejo su deslumbrante carrocería azul marino y las azafatas se afanan con la facturación, los elegidos a punto de embarcar no pueden disimular la emoción. Es, casi sin excepción, una ocasión de esas de una vez en la vida: el regalo de una abuela acaudalada a su nieta al cumplir los 18, unas bodas de oro, una pedida de mano sobre raíles... Desde luego no es un viaje más; y el medio millón largo de antiguas pesetas que, bebida y propinas aparte, le cuesta a una pareja la etapa en uno de sus tramos más clásicos insinúa que todos los que se cruzan por sus estrechos pasillos tienen algo muy dulce que celebrar.

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