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Cuando Cristina Lynch habla de bordado, no se refiere a una moda pasajera ni a una técnica que embellece las telas. Para ella, la palabra evoca un sentimiento de reverencia, donde las telas sirven como un archivo vivo y un lenguaje simbólico tejido con flores, patrones y tradiciones, todo transmitido de generación en generación a través de las manos de artesanos mexicanos.
Criada en Dallas por una madre mexicana de Coahuila, México, Cristina creció rodeada de un profundo amor por su herencia. "Nuestro hogar siempre fue cálido y romántico, lleno de cultura", comentó en una entrevista con ¡HOLA!
© Cortesía“Siempre había una telenovela en la cocina, comíamos comida mexicana y, aunque vivíamos en Dallas, nos sentíamos como si estuviéramos en un pedacito de México”.
La casa estaba decorada con bordados de tehuana de Oaxaca, textiles enmarcados y cerámica, objetos que su madre coleccionaba desde su adolescencia. Más que los objetos en sí, Cristina recuerda las historias que compartía su familia. Su madre se aseguró de que Cristina conociera a artistas cuya obra estaba arraigada en el significado, como el pintor oaxaqueño Damián Lescas, conocido por fusionar la gastronomía con su arte, o Guillermo Olguín, quien crea arte a través de diversos medios. Estos encuentros despertaron en Cristina la fascinación por las narrativas detrás de cada pieza artesanal.
Los veranos pasados viajando por carretera a través de Chiapas y Oaxaca sólo profundizaron la conexión que existía entre Cristina y México, viendo al país como una fuente de inspiración creativa inagotable.
Mientras estudiaba economía y teatro en la Universidad de Nueva York, Cristina se labró su propio camino, sumergiéndose en el mundo del lujo a través de prácticas y su primer trabajo en Oscar de la Renta. En esos talleres, vio bordados de la India y otras regiones, admirados por su complejidad y maestría. Sin embargo, una pregunta la asaltaba: ¿Por qué el bordado mexicano, igualmente exquisito, no se presentaba con el mismo prestigio?
© CortesíaUna visita a ABC Home, el icónico mercado de diseño neoyorquino, subrayó la brecha. Rodeada de textiles internacionales, Cristina notó la ausencia de tradiciones latinoamericanas. "México tiene esta riqueza, estas tradiciones, este increíble lujo en bordados", dijo. "¿Por qué no se exhibe a ese nivel?".
Esa constatación plantó la semilla de lo que se convertiría en Mi Golondrina. En 2023, Cristina lanzó su primera colección a los 23 años. Entre las piezas se encontraban vestidos bordados a mano, obras que encarnaban su herencia y su visión de un nuevo tipo de marca de lujo. Lo que otros consideraban "demasiado complicado" por su naturaleza artesanal se convirtió en la base de su movimiento.
Mi Golondrina es más que moda; es una filosofía. Fundada con la convicción de que la belleza requiere tiempo, la marca representa lo opuesto a la moda rápida, creando piezas hechas a mano con intención. Para los artesanos con los que colabora Cristina, este trabajo les brinda estabilidad y visibilidad, a la vez que fomenta el orgullo por su oficio. Cada puntada refleja la destreza de generaciones, y cada prenda cuenta una historia que va mucho más allá de las tendencias de temporada.
"Al reconocer y dar espacio a su arte, estamos transformando la narrativa de cómo puede ser la moda de diseñador".
© CortesíaDiez años después, Mi Golondrina se ha convertido en una marca querida con una clientela fiel. Pero, en esencia, la marca sigue arraigada en la misma visión que Cristina tuvo al principio: mostrar el arte de las mujeres mexicanas y demostrar que sus bordados pertenecen al mismo panorama de lujo que cualquier taller de París o Milán.
A medida que Cristina continúa expandiendo su marca, su misión sigue siendo honrar las historias, el arte y las mujeres cuyo trabajo transforma el hilo en belleza atemporal. Porque para ella, el bordado es lenguaje, legado y lujo a la vez.
