Chita Rivera pertenece a una generación de latinas que no tuvo otra opción más que forjarse su propio camino para convertirse en una pionera. Como toda verdadera leyenda, como toda artista que trabajó sin descanso para dejar huella, la vida de Rivera está llena de historias simplemente extraordinarias.
Deja a las nuevas generaciones un legado que no solo inspira, sino que también quedará grabado en mayúsculas en los libros de la historia del teatro. Es una de las actrices con más nominaciones en los premios Tony, con diez a lo largo de su carrera. Ganó tres veces aquel galardón y recibió la Medalla Presidencial de la Libertad. Y sí, fue la primera latina en ser reconocida por el Kennedy Center en 2002, a los 69 años.
Antes de su partida en 2004, a los 91 años, nos regaló sus anécdotas y hermosa vida bellamente plasmada en sus memorias, "Chita". Página a página, los lectores descubren a una mujer con una enorme sensibilidad y humanidad, alguien que enfrentó la vida con valentía, humor y un espíritu indomable. El libro fue escrito junto a Patrick Pacheco, el respetado periodista, dramaturgo y narrador cultural, que ha dedicado su carrera a capturar la magia del teatro y de quienes lo hacen eterno.
De niña, Chita era juguetona. Al romper el centro de mesa de su casa, en lugar de castigarla, su madre decidió buscar una distracción y la inscribió en clases de ballet en la prestigiosa escuela Jones-Haywood School of Dance. Aquel inocente percance en su hogar cambiaría su destino.
“Era una 'tomboy'. Trepaba árboles, montaba mi bicicleta con los pies en el manubrio. Me encantaba saltar del sofá a la silla, de la silla a la mesa de centro y luego a otra silla”.
Rivera reconoció que escribir sus memorias le tomó tiempo. “He pensado durante años en escribir mis memorias, pero nunca he sido de mirar atrás… hasta ahora”, confesó. Después de tantos años bajo los reflectores, quiso compartir su historia. “No podría estar más feliz de poder transmitir mi experiencia a una nueva generación".
De ser una niña inquieta a una bailarina prodigiosa, y de las noches de salsa en el Palladium de Nueva York a las luces deslumbrantes de Broadway, su vida fue una clase magistral sobre cómo liderar a través del arte. Es el relato de una mujer cuya brillantez no solo iluminó el escenario, sino que definió una era. “No creo que uno sepa de lo que es capaz hasta que lo intenta”, dijo alguna vez Rivera.
Su historia comenzó en Washington D.C., en 1933, donde nació una estrella con un nombre tan grande como su destino: Dolores Conchita Figueroa del Rivero Montestuco Florentina Carnemacaral del Fuente, un nombre que solo podía pertenecer a una persona nacida con estrella.
La música corría por sus venas. Su padre, Pedro Julio Figueroa del Rivero, era un clarinetista y saxofonista puertorriqueño que tocaba en la banda de la Marina de Estados Unidos. Su madre, Katherine Anderson, una mujer estadounidense de ascendencia escocesa e irlandesa, cuidaba de sus cinco hijos. Cuando Chita tenía apenas siete años, su padre falleció, dejando a su madre al frente de la familia.
El destino intervino más de una vez en su carrera. Los tres papeles de Broadway que hizo completamente suyos —Anita en "West Side Story", Rosie en "Bye Bye Birdie" y Velma Kelly en "Chicago"— no llegaron a sus manos en la pantalla grande.
"Muchos de los espectáculos en los que bailé no existen en el cine, pero sí existen en la memoria de quienes estuvieron en el teatro en ese instante. Y nada puede reemplazar eso".
En el cine, esos personajes fueron interpretados por Rita Moreno, Janet Leigh y Catherine Zeta-Jones. Ante eso, Chita nunca guardó rencor. Ya había hecho suyos esos roles donde realmente le importaba estar: sobre el escenario. Para cuando "Chicago" llegó al cine, ella aplaudía desde las gradas. Cuando le preguntaron por Zeta-Jones, sonrió y respondió: “Es la elección perfecta”. Así era Rivera: elegante y segura.
En uno de esos altibajos que toda estrella enfrenta, la vida puso a prueba su fortaleza. Mientras brillaba en el escenario, su carrera se detuvo abruptamente en 1986 tras un accidente automovilístico en Nueva York que le provocó una grave lesión en la pierna durante la obra "Jerry’s Girls". Los médicos tuvieron que colocarle varios clavos para su recuperación. “Como en las películas, me dijeron que nunca volvería a bailar”, comenta en sus memorias. “Y como en las películas, aquí estoy, no sé cuántas funciones después".
Poco después llegó la oportunidad que marcaría su renacimiento: "Kiss of the Spider Woman". Chita interpretó a Aurora, la misteriosa y fascinante "Mujer Araña". El papel, inquietante y poderoso, se convirtió en una de sus actuaciones más aclamadas, de esas que recordaban al mundo por qué era —y siempre será— una leyenda de Broadway.
En sus memorias, Rivera revela una de sus verdades más profundas: su visión sobre la vida, la transformación y la muerte. A través de ese personaje, comprendió la belleza que puede existir incluso en los momentos más frágiles de la existencia.
“Siempre pensé que deberíamos tener dos vidas: una para probar y otra para saber lo que viene”, escribió. En ella habitaban dos mujeres: Chita, la luz, la sonrisa que saluda al mundo con gracia y fuego. Y Dolores, la sombra bajo el reflector, la voz interior que pregunta: “¿Qué es lo que quieres?”
“Chita es, ‘Hola, ¿cómo estás? Qué gusto estar aquí.’ Dolores es, ‘¿Qué es lo que quieres?’ Es un lado más oscuro. Creo que Dolores es la responsable de que tenga una carrera. Ella es el coraje. Ella es la valentía." Lo cierto es que juntas bailan en la eternidad, una alimentando a la otra: Chita, la estrella que el mundo adoró; Dolores, la fuerza que la hizo imparable.
Rivera nos recuerda cómo es la extensión del verdadero poder. Fue un movimiento en sí misma, un modelo de excelencia que seguirá guiando a generaciones de latinas que se atreven a soñar más grande, trabajar más duro y brillar con más fuerza.
Chita Rivera falleció el 30 de enero de 2024 en la ciudad de Nueva York, pocos días después de cumplir 91 años. En una entrevista con CBS Mornings, en 2023, habló sobre la vida después de la muerte y la posibilidad de la reencarnación.
"Si regreso, quiero regresar como bailarina. Esa será mi segunda vida".
Le sobrevive su hija, la actriz y bailarina Lisa Mordente, fruto de su matrimonio con Tony Mordente, que duró de 1957 a 1966.