Teresita Gómez se ha ganado a pulso el cariño del público. La colombiana es una de las pianistas más reconocidas y admiradas del país, destacándose además como docente de música clásica. Su historia de vida no solo es un referente cultural, sino un ejemplo de resiliencia y superación ante la discriminación racial en Colombia.
María Teresa Gómez Arteaga, nombre completo de la pianista, nació el 9 de mayo de 1943, en Medellín, Colombia. Poco después de nacer, fue adoptada por Valerio Gómez y María Teresa Arteaga, porteros del Palacio de Bellas Artes de Medellín.
Teresita Gómez vio marcada su vida debido a la discriminación. De niña, no podía jugar con sus vecinos de la calle, tampoco la invitaban a las fiestas de cumpleaños. A los 15 años, incluso le prohibieron el acceso a un colegio de monjas.
Pero esas circunstancias no apagaron su luz. Siendo tan solo una niña, el piano la cautivó. Con solo fijarse como dictaban las clases y escuchar las lecciones, Teresita aprendió a tocar de oído. A los cuatro años, inició su formación en piano de la mano de profesoras como Marta Agudelo de Maya y Anna María Penella, en el Instituto de Bellas Artes. A los 10 años, cuando ya era toda una prodigio del piano dio su primer concierto como solista.
"A mí me quieren, pero no es porque sea una gran pianista. Es porque le pongo todo el alma. Como cantaba Chavela (Vargas). Yo toco la música clásica 'chavelosamente'", dijo la artista a El País en 2024.
Al crecer, se especializó en piano y cursó sus estudios profesionales en la Universidad Nacional de Colombia con la pianista rusa Tatiana Goncharova y la alemana Hilde Adler, entre 1959 y 1962. También se formó en la Universidad de Antioquía, donde estudió con el colombo-holandés Harold Martina. En 1966, se graduó como Concertista Maestra de piano summa cum laude.
Teresita fue integrante del Conjunto Colombiano de Música Contemporánea, del Trío Frank Preuss, y del Quinteto de Bogotá; ha sido pianista de la Ópera de Medellín y de la Ópera de Colombia. Como solista de la Orquesta Sinfónica de Colombia, estuvo a cargo del estreno mundial del segundo concierto para piano y orquesta, dedicado a a su país por el compositor italiano Carlo Jachino.
En la década de los 80, el expresidente colombiano Belisario Betancur la nombró agregada cultural de la Embajada de Colombia en la República Democrática Alemana, donde promovió la música colombiana en Europa. Estando como agregada cultural no faltaron los atropellos, como la ocasión en la que el embajador le preguntó su sabía leer y escribir.
"El problema del racismo lo acrecienta uno mismo, porque uno puede desbaratarle el racismo al otro. Yo lo he hecho mil veces", indicó sobre el racismo y los desafíos que ha enfrentado en el camino.
Sobre esa situación, Teresita reveló que ella prefiere no entrar en controversia, guiada por su temperamento tranquilo, "Es que si uno entra a bregar con la persona, va por el camino que no es. El silencio es una de las defensas más grandes que hay. Ante estas cosas tan fuertes, te debes quedar callado para desarmar al otro".
Teresita no solo es una apasionada del piano, también lo es del budismo, una filosofía en la que encontró paz en los momentos más oscuros, como el fallecimiento de su hijo menor, Vladimir, en la década de los noventas o su cirugía de manos. "Tuve que volver a aprender a mover mis dedos. La fuerza se fue, la velocidad mermó un poco, me dolía mucho, confundía la izquierda con la derecha; eso fue una pesadilla", dijo en una entrevista para el sitio Matacandelas.
Su arrolladora personalidad, su talento para el piano y su calidez la han convertido en una de las estrellas de la música clásica más queridas y admiradas en Colombia, convirtiéndose en toda un ejemplo de fortaleza.
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