Tenía que suceder. La industria de la moda es la segunda más contaminante del mundo, solo por detrás del petróleo, por lo que, antes o después, las firmas y los diseñadores se darían cuenta de la importancia de hacer sus producciones más sostenibles. Lo que en 2021 es, al fin, tendencia, lleva décadas gestándose. Ya en 1987, la ONU publicó el informe Brundtland -originariamente llamado Nuestro Futuro Común- en el que establecían los principios de un desarrollo sostenible. Se llamaba a empresarios, políticos e investigadores a trabajar de forma conjunta para lograr un desarrollo duradero, un concepto que "no sólo implica crecimiento. Requiere un cambio en el contenido del crecimiento de manera que sea menos su consumo de materiales y de energía y sean más equitativos sus efectos", escribían.
"Los niveles de vida que trascienden el mínimo básico son duraderos, si los niveles de consumo tienen en cuenta en todas partes la durabilidad a largo plazo. Pero muchos de nosotros vivimos por encima de los medios ecológicamente aceptables", mencionaba también dicho documento. Y aunque existen firmas que desde sus inicios apostaron por una producción responsable -veáse Ecoalf, que acaba de presentar una nueva colección de básicos diseñados junto a la modelo Blanca Padilla-, este importante mensaje ha tardado más de tres décadas en calar en el consumidor medio que, ahora sí, comienza a preocuparse por el origen y el impacto que sus compras de moda y belleza tienen en el planeta. Un movimiento al que no han dudado en sumarse marcas de todo el mundo con nuevos proyectos como los que siguen.
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