El primer amor de Giorgio Armani (1934-2025) no fue la moda, sino el cine. Y es que a su nombre están los vestuarios de más de 250 películas, desde Gigoló Americano hasta El lobo de Wall Street, pasando por el icónico Batman encarnado por Christian Bale. Cautivado en su niñez por las comedias de "teléfono blanco" que daban algo de alivio al pueblo frente a las penurias de la posguerra, el modisto italiano fantaseaba con la elegancia de las estrellas sin saber que, unas décadas más tarde, él mismo se encargaría de dar un giro de 180 grados a esta industria multimillonaria con su sastrería moderna.
El "Nuevo Hollywood" de Giorgio Armani
A medida que Armani cosechaba éxitos a escala local, en el Milán de los 70, la sociedad experimentaba una profunda metamorfosis al otro lado del Atlántico. En la fábrica de los sueños, buscaban desesperadamente una forma renovada de contar historias que, sin abandonar la fantasía, resonaran con el estilo de vida contemporáneo. Las estrellas de cine dejaron de ser deidades distantes e inaccesibles para mostrarse cercanas al espectador. El modisto estaba fascinado por este cambio.
Las historias del "Nuevo Hollywood" eran realistas, dinámicas y necesitaban un vestuario acorde con los tiempos. Por suerte, allí estaba Armani, listo para asumir la responsabilidad. En el verano de 1979, recibió una visita inesperada del director Paul Schrader, acompañado por John Travolta, que en ese momento estaba previsto como protagonista de American Gigolo; finalmente, como ya sabes, fue Richard Gere quien asumió el papel de Julian Kaye. Durante aquel encuentro, Armani mostró algunos bocetos de su colección Primavera/Verano. Era exactamente lo que Schrader había imaginado para el personaje.
Contrario a lo que se piensa, los impecables trajes del actor no fueron creados especialmente para la gran pantalla, sino que pertenecían al propio repertorio que el diseñador tenía en tienda. Gere, que por aquel entonces era un desconocido para las masas, encarnaba al hombre moderno de los años 80 y cualquier espectador que se identificara con él podía vestirse igual que el protagonista, directamente con prendas Armani. La idea fue sencilla, pero revolucionaria: vestir a la estrella como si fuese un cliente más, que acudía a la boutique en busca de un armario elevado.
Richard Gere, el gigoló americano que comenzó todo
Como amante de la anatomía -estudió medicina en su juventud- y cinéfilo por partes iguales, Armani entendía la relación que la ropa tenía con el cuerpo, que más que oculto estaba siempre presente y en movimiento. Los marrones, rojos y grises verdosos de sus trajes atrapaban al espectador, no como los habituales azul marino o gris antracita que dominaban en el vestuario masculino.
Roberta Armani, su sobrina, confesó una vez que American Gigolo jamás se entendió como una estrategia de marketing, a pesar de que acabó siendo precisamente eso, la mejor campaña publicitaria para un diseñador que apenas se estaba dando a conocer entre la élite estadounidense con una boutique en el elegantísimo Rodeo Drive de Los Ángeles, su Milla de Oro. "A partir de ese momento, la firma comenzó a asociarse con las películas y ya hemos diseñado el vestuario para más de 250 proyectos", explicaba.
De Kevin Costner a Leonardo Dicaprio: vistió con sus trajes a los galanes del cine
Modestia aparte, no estamos hablando de pequeñas producciones independientes en la mayoría de los casos, sino de algunos de los éxitos de taquilla más memorables de la historia. Wanda McDaniel, adinerada empresaria y exesposa de un magnate del cine, fue su consejera durante esta etapa y, gracias a las conexiones que tenía en el mundo del espectáculo, el nombre de Giorgio Armani sonaba más y más.
En 1987, Armani suministró varios trajes de tres piezas a un policía idealista, interpretado por Kevin Costner, que se enfrentaba al Al Capone de Robert De Niro en Los intocables de Eliot Ness, dirigida por Brian De Palma. Las líneas puras y los colores sobrios de estas prendas contrastan marcadamente con las chaquetas de corte holgado y extravagantes corbatas que lucía el mafioso, invitando al público a tomar partido por el incorruptible galán de la película.
Volvería a reunirse con De Niro en 1990 para grabar Goodfellas, de Martin Scorsese, la primera de sus muchas colaboraciones con el artífice neoyorquino (aunque de origen italiano) a lo largo de tres décadas. De hecho, hasta le ofreció a Armani ser protagonista del cortometraje documental Made in Milan, que examinaba los procesos creativos del diseñador y rendía homenaje a su obra. Otra de sus alianzas más sonadas (y galardonadas) fue El lobo de Wall Street, en la que Leonardo Dicaprio hace del infame corredor de bolsa Jordan Belfort.
Con el tiempo, Armani fue forjando amistades con estos actores y directores, que para todos sus eventos querían vestir uno de sus trajes italianos. La moda masculina en la alfombra roja estaba sujeta a un sinfín de reglas rígidas que no se correspondían con la realidad del hombre moderno. Y un proceso similar ocurrió con las chicas, que se alejaban de la ostentosidad que veíamos a Elizabeth Taylor o Rita Hayworth para dar paso a un estilo más natural y espontáneo, sin ataduras ni excesos.
En los años 80, las entregas de premios no imponían tendencias. Nolan Miller, Arnold Scaasi o Bob Mackie eran los encargados de vestir a Hollywood, junto con otros diseñadores de vestuario que venían del Broadway más teatral, del Carnaval de Río o que directamente eran enviados por los estudios cinematográficos.
Las mujeres también quieren sastrería: su influencia en la alfombra roja
La gran revolución llegó con un gesto aparentemente sencillo y a la vez, decisivo. En 1977, Armani quedó fascinado con el estilo de Diane Keaton interpretando a Annie Hall. Se dice que vistió en pantalla lo que ella realmente quería llevar. No dudó en llamar a la actriz diseñarle el traje con el que se subiría al escenario para recoger el Oscar a la Mejor Actriz, marcando un antes y un después en la moda: ninguna intérprete se había vestido así en la gran gala del cine.
Giorgio Armani aseguraría después que aquello fue algo espontáneo, casi accidental. Sin embargo, junto al impacto de American Gigolo, le hizo comprender el enorme poder del cine para alimentar el imaginario colectivo y despertar en la gente el deseo de identificarse con un estilo propio. A partir de ahí, comenzó a estructurar un plan con objetivos comerciales claros, en el que cine y moda caminarían de la mano.
En 1990, Julia Roberts recibió su Globo de Oro como Mejor Actriz de Reparto por Magnolias de acero, solo meses antes de despegar definitivamente con su papel en Pretty Woman. Este conjunto de sastrería extragrande al más puro estilo de Annie Hall, con una corbata psicodélica, su sonrisa incandescente y esos magníficos rizos cobrizos, pasó inmediatamente a la historia y puso en el radar de las revistas de moda a la futura 'novia de América'.