"Dejad que se ponga lo que quiera", dijo Woody Allen durante las pruebas de vestuario de Annie Hall, cuando Diane Keaton quiso rodar la película con su propia ropa. La cinta se estrenó en 1977, y aunque la intérprete ya era reconocida por su papel de Kay Adams en El padrino, fue esta comedia romántica la que definió buena parte de su carrera y también su estilo. Keaton llegó al rodaje vistiendo como lo hacía en la vida real: con una combinación de prendas cómodas, de aires masculinos y alguna pieza de segunda mano.
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Una elección que al principio no convencía al equipo de producción, pues la consideraban poco femenina, demasiado casual. "Hice lo que Woody dijo. Me puse lo que quise, o mejor dicho, robé lo que quise de las mujeres más estilosas que veía por las calles de Nueva York", llegó a admitir en sus memorias, Then Again (2011). De hecho, tomó prestado un sombrero bombín de la actriz francesa Aurore Clément para la película. "A menudo se me acredita haber vestido a Diane en su papel de Annie Hall. No es así. El estilo de Annie era el estilo de Diane", aseguró Ralph Lauren, cuyas creaciones, solían poblar su armario.
Ligeramente excéntrica y andrógina, Diane Keaton hizo del traje de chaqueta, de las camisas abotonadas, las americanas oversize, las corbatas o los sombreros, sello incuestionable de su estilo. Era este último accesorio uno de sus favoritos, pues llegó a poseer una colección de más de 40 sombreros. "Mi favorito es un bombín negro liso de la firma Baron. Lo tengo desde hace muchísimo tiempo", admitía hace dos años en una entrevista a la edición americana de Vogue. Pero también tenía fedoras, pamelas, boinas... "He guardado cada sombrero que he tenido la oportunidad de colocar en mi estúpida cabeza", bromeaba.
La actriz no se inspiró en el armario masculino para vestir, sino que lo hizo naturalmente suyo. Mientras que el traje oversize constituía una elección puntual para algunas estrellas (como hizo Julia Roberts en los Globos de Oro de 1990), Diane Keaton lo llevó al terreno cotidiano.
Mantuvo una estética fiel e inmutable, con sus jerséis de cuello alto —también llegarían a colarse en Cuando nadie te lo esperas como parte de su personaje—, sus chalecos entallados, abrigos largos o faldas amplias. "Me gusta cualquier cosa que oculte mi cuerpo o mi cara", solía decir con ese humor ácido que a veces le caracterizaba.
Hacía cada aparición genuinamente suya, como aquella vez que posó en los Oscar de 2004 con un frac negro, clavel blanco, corbata de lunares y guantes de cuero. O en 2023, durante el desfile de Thom Browne, al que llevó un original bolso con forma de perro salchicha, a juego con su sombrero.
Hacía de la moda una forma de expresión, sin caer nunca en las tendencias ni forzar su forma de vestir. Simplemente, se ponía lo que quería, con lo que más a gusto se sentía. "Dejadla, es un genio", decía Woody Allen y razón no le faltaba. Diane Keaton no solo fue una actriz extraordinaria, sino una mujer que transformó la forma en que entendemos la elegancia: desde la autenticidad, el humor y la libertad. Su estilo era una declaración de independencia, una manera de decir que la moda también puede ser refugio, ironía y carácter.