Ser actriz no era algo que entrase en sus planes, pero terminó convirtiéndose en una gran estrella del cine italiano. Y eso que al principio tuvo dificultades con el idioma, pues aunque era hija de inmigrantes sicilianos, Claudia Cardinale se crio en Túnez hablando francés. Ganó un concurso de belleza, y con él, un viaje al Festival de Venecia, lo que propulsó su carrera en la pantalla. Terminó apareciendo en más de 180 películas a lo largo de su vida, con títulos tan populares como Rufufú (1958), seguida de Fellini 8½ o El gatopardo (1963).
Este 24 de septiembre ha fallecido la que es una de las últimas grandes damas del cine italiano, aquella generación de actrices convertidas en iconos de la época dorada que esta industria vivió en los sesenta, junto a nombres como Sofía Loren o Monica Vitti. Muy cercana a Brigitte Bardot, idolatraba a la que fue su coprotagonista en el western Las petroleras (1971), a pesar de los intentos de la prensa por enemistarlas. Y aunque con un estilo muy diferente al de la francesa, Claudia Cardinale también dejó su huella en la moda, de una manera peculiar.
Una de sus relaciones más longevas, además de con el director Pasquale Squitieri (su gran amor), fue con Nina Ricci. La firma convirtió a la intérprete en su musa y se encargó de confeccionar para ella fabulosos vestidos de Alta Costura que lucía en estrenos y festivales. "Me ofrecía elegancia y ligereza. Es un sello clásico y, al mismo tiempo, refrescante. Además, siempre consideré sus creaciones muy femeninas", aseguró la actriz en 2019 durante una entrevista con la casa de subastas Sotheby's,
Aquel mismo año, la propia Claudia Cardinale cedió hasta 130 diseños para aquella subasta, prendas de su armario que guardaba desde la década de los sesenta, entre las que destacaron el icónico Nina Ricci cubierto de lentejuelas negras y flores rosas que llevó a los Oscar de 1965, o un elegante modelo de organza fucsia, de su primera aparición en Cannes, en 1961.
Pero también diversas piezas pertenecientes al vestuario de las películas que había protagonizado. Y es que la franco-italiana tenía la costumbre de llevarse siempre ropa o accesorios como recuerdo, cada vez que finalizaba un rodaje: "Me gustaba coleccionar piezas de las películas en las que actuaba. También adoraba llevarme a casa trajes tradicionales de los países que visitaba", confesó.
Y gracias a aquella costumbre, Claudia Cardinale terminó convirtiéndose en la guardiana de uno de los vestidos más icónicos del cine. Se dice que mantuvo en su posesión el famoso diseño con el que aparece en El gatopardo, una espectacular creación ideada por el diseñador de vestuario Piero Tossi y confeccionada en Roma por el sastre Umberto Tirelli. Un modelo en organza de marfil que a la actriz le quedaba extremadamente ajustado, como llegó a admitir años después, inspirado en los archivos de Dior. El original se deterioró y la propia casa de modas Tirelli creó una réplica en 2001.
"No era una mujer caprichosa ni una estrella distante", la recuerda su hija, Claudia Squitieri. "Siempre humilde, siempre cercana a la gente, siempre agradecida por su suerte". Fue, demás, una defensora incansable de la libertad, especialmente de la que les faltaba a las mujeres en aquella época. Luchó por su independencia frente a contratos abusivos y el control de los productores, y en el año 2000, fue nombrada embajadora de buena voluntad de la UNESCO por su compromiso con los derechos de las mujeres y la educación.
Esa libertad la encontró también en la moda, especialmente de la mano de Armani y sus trajes. "Una de mis épocas de estilo favoritas fue junto a Armani, con él llegó el desarrollo de un estilo más de 'mujer trabajadora'. Ese momento en que hombres y mujeres empezaron a intercambiarse la ropa", contó a Sotheby's. "Creo que hice todo lo posible por sentirme libre y vestir lo que me resultaba cómodo. La elegancia es una gran forma de evitar la presión de la sensualidad".