El otro día, en mitad de una conversación con amigas en la que planeábamos qué nos vamos a llevar en nuestra maleta para la semana que pasaremos juntas en la playa, llegamos a una conclusión interesante: todas guardamos una prenda especial o nos hemos comprado un accesorio concreto para estrenar durante estas vacaciones. En mi caso se trata de una falda con un llamativo estampado de Zara que, de momento, no me ha animado a ponerme en Madrid.
Pero mis amigas también estaban deseando lucir otras piezas, como un vestido de abalorios o probar con peinados que incluyan pañuelos en la cabeza. Lo que nos hizo preguntarnos: ¿por qué esperamos a salir de nuestra ciudad para lucir estas piezas? Una teoría a la que se nos ocurrió bautizar como 'el armario paralelo' y que, en realidad, tiene una explicación.
"Además de cambiar físicamente de lugar, cuando viajamos desaparece nuestro entorno social y laboral: al no existir la presión de estos dos contextos, nos sentimos mucho más libres y desinhibidas, dispuestas a probar o arriesgar con prendas impensables en nuestro día a día", explica a FASHION Rosa Moreno Laorga, analista de tendencias, consultora de moda y docente de IED Madrid, donde es profesora de Arte y Moda y Sociología de la moda.
"Aunque cambiemos de manera de vestir, hay un estilo común que funciona como hilo conductor. Es decir: alguien con una estética minimalista, por ejemplo, puede atreverse con un estampado si está fuera, por salir de su zona de confort", apunta la también autora de Hacer de lo cotidiano un ritual contemporáneo, ensayo sobre el origen de las tendencias. "Pero este estampado será probablemente esquemático, con no más de tres colores, pues jugamos con la variación, pero también con la coherencia.
Y esto último no puede definir mejor mi caso: en mi día a día suelo apostar por básicos para ir a la oficina, piezas en tonos neutros y de líneas sencillas. Pero no pude resistirme a esa falda que gritaba a mi mente 'vacaciones de verano'.
La influencia del miedo al qué dirán
En entornos laborales o incluso en nuestros círculos sociales, vestimos de una determinada manera que no solo responde a nuestros gustos personales, también a una necesidad de encajar. "Con el auge de las redes sociales, este miedo al juicio y ese deseo de pertenencia al grupo a través de la estética, se ha acrecentado de una forma muy significativa, incluso preocupante", advierte la analista.
"Y es que corremos el peligro de convertirnos en avatares de nosotros mismos, sin una estética propia, creando outfits directamente dictados por el algoritmo. La idea de creer que imitando la forma de vestir de las personas de referencia (prescriptores de tendencias, influencers...) alcanzaremos éxito y reconocimiento social, huyendo así del rechazo ajeno, está totalmente aceptada".
Una forma de expresión
La moda, al igual que el maquillaje o el arte, es también una forma no verbal de expresión. Y este 'armario paralelo' con prendas que solo nos atrevemos a llevar en ciertas ocasiones, puede ser una herramienta liberadora. Es decir, ponerme esa falda en vacaciones o que mi amiga se enfunde en su precioso vestido de abalorios que nunca la he visto llevar, responde a nuestra necesidad de expresarnos libremente.
"Si nos sentimos metafóricamente encorsetados por nuestros círculos sociales o laborales, tal vez un poco de animal print o una camisa hawaiana nos ayuden a 'performar' estéticas con las que nunca hemos experimentado", nos cuenta Laorga. "La moda como juego, e incluso como disfraz, puede resultar una herramienta realmente liberadora y divertida para explorar diversas facetas de nuestra personalidad".