De compras por la 5ª Avenida

Es de los hispanos cuando celebran por ella sus desfiles salseros y también de los gays, que una vez al año la copan con su parada; y aunque quizá ni lo piensen, es también de los simples urbanitas estresados que, de haberla recorrido tantas veces, son incapaces de mirar hacia arriba y pasmarse ante todo lo que bulle a su lado.

A la altura de Central Park o a la del Metropolitan, a partir del templo al tesón erigido en Rockefeller Center o desde los rascacielos art déco que se elevan cerca del Midtown... lo cierto es que a la Quinta no hay por donde cogerla.
Nada como dominarla al caer la tarde desde las alturas del Empire State; un tópico, sí, pero debería ser pecado perderse la vista con los haces de luz que la seccionan y el acelerado hormigueo a sus pies en el que a la hora punta no cabe un alfiler. O, unas horas antes, tampoco es mal sitio tomarle el pulso desde la terraza del ático del hotel Península, por donde se deja caer la flor y nata de las oficinas de la zona para tomar una copa –hay un cóctel Fifth Avenue Sunset, aunque sea más neoyorquino el dry martini– viendo caer la noche directamente sobre la Quinta, convertida a estas horas en una nervadura de destellos y ecos urbanos desde que arranca cerca del Soho hasta que se pierde más allá de Harlem. Sí, de Harlem, pero es que ella no tiene la culpa; es que la pintaron así.