ALBARRACÍN
De color rojizo, Albarracín es el pueblo que más suena de todos los turolenses. Lo embellecen sus murallas y sus calles empinadas que trepan por el peñón sobre el que se asienta. Desde la plaza mayor, da un poco igual qué camino tomar, porque todos resultan deliciosos para perderse. A su paso, van apareciendo sus joyas monumentales: la catedral, el Palacio Episcopal, el convento de San Esteban, las iglesias de Santiago y Santa María, además de algunas casas singulares, como la de la Julianeta, la del Chorro y la de la calle Azagra. Después de ver el pueblo, hay que conducir una docena de kilómetros para llegar a los Pinares de Rodeno un roquedal de arenisca roja desfigurado por miles de grietas, cárcavas, hoces y barrancos y tapizado de pinos resineros o rodenos que alberga excepcionales muestras de arte rupestre levantino.