UN EDÉN NATURAL

Arrozales de cine en la provincia de Sevilla

Entre paisajes de marismas, a las puertas del Parque Nacional de Doñana y al amparo de la inconfundible luz del sur, tiene lugar una explosión de naturaleza que sorprende y seduce a partes iguales. Nos zambullimos en Isla Mayor, uno de los territorios más fascinantes de la provincia sevillana, dispuestos a descubrir todos y cada uno de sus atractivos.

Por CRISTINA FERNÁNDEZ

Ya nos conquistó a todos cuando sus cinematográficos paisajes se convirtieron en escenario de la película La Isla Mínima, del sevillano Alberto Rodríguez, y era de esperar, aquellos planos aéreos de las marismas del Guadalquivir nos mostraban, como nunca antes se había hecho, el tesoro que escondían estas tierras hispalenses. Nos referimos a Isla Mayor, la enorme extensión de terreno que queda delimitada por las aguas del Guadalquivir y las del Guadiamar, su afluente, convirtiéndola, como su propio nombre indica, en una isla.

Isla Mayor no es una isla cualquiera, para nada. Hablamos de que las 38 mil hectáreas por las que se extienden sus cultivos —si contamos también los de Isla Menor, al otro lado del río—, conforman el mayor arrozal de toda Europa. Y sí, para sorpresa de muchos, se halla en Andalucía.

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Para entender los orígenes de este edén natural, se hace necesario retroceder en el tiempo nada menos que dos mil años, cuando las marismas que hoy contemplamos no eran más que una enorme entrada de mar que daba lugar a un imponente lago salado, el Ligur. El paso de los siglos, el cierre natural debido a la formación de las dunas de Doñana y la sedimentación de los materiales arrastrados por el Guadalquivir hicieron el resto, aquel paisaje pasó a transformarse en un inmenso humedal.

Mucho después, ya llegados los años 30 del siglo XX, los propietarios de las tierras se percataron de que estas guardaban cierto parecido con las de la Albufera, en Valencia, y se plantearon imitar el negocio. Toda una comunidad de colonos valencianos aterrizó entonces en tierras sevillanas y se puso manos a la obra. Fue así como no solo los cultivos de arroz echaron raíces, también lo hicieron sus impulsores. De hecho, no es extraño escuchar aún por la zona a más de un paisano hablando valencià. 

Una vez conocida la historia, lo más acertado es disfrutar de cerca de la belleza de este entorno. Para llegar lo más práctico es ponerse al volante y dejar atrás localidades como Coria del Río o La Puebla del Río, cuyos habitantes viven, en su mayoría, de todo lo que las tierras les ofrecen, para perderse por el laberinto de arrozales de figuras imposibles. Flanqueados por cientos de tablas, como se denomina a las parcelas en las que se cultiva el cereal, nos sumergiremos en un paisaje único, casi onírico, para conocer las particularidades de un ecosistema en constante cambio, a veces anegado y otras desecado, cuyas tonalidades y aspecto dependerán siempre de la época del año en la que se visite.

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Pequeños poblados como el de Alfonso XIII invitan a visitar su iglesia de Nuestra Señora Virgen del Carmen, desde cuyo campanario se obtiene una panorámica impactante del entorno. En el poblado de Colinas, en el término municipal de La Puebla del Río, aún se conservan algunas de las llamadas casitas de los ingleses, donde habitaron los trabajadores de la compañía Islas del Guadalquivir, una empresa de capital británico que se asentó en la zona en los años 20 del pasado siglo.

Es, sin embargo, al alcanzar las calles de la diminuta localidad de Isla Mayor, cuando descubrimos que, además de las empresas dedicadas al arroz –la cooperativa Arrozúa (arrozua.com), que permite visitas, es una de ellas–, existe otro motor económico en la zona: el turismo ornitológico. Y lo comprobamos al contemplar algunos de los murales que decoran las fachadas de sus edificios públicos, donde han quedado plasmadas las especies más habituales en la zona. Un detalle que nos recuerda que nos encontramos a las puertas del Parque Nacional de Doñana. En otras palabras, son estos terrenos lugar de paso de más de 150 especies de aves a lo largo de todo el año, y las marismas de Doñana, donde se produce la mayor concentración de toda Europa. Cigüeñas negras, garzas imperiales, flamencos o zampullines son solo algunas de las que se pueden contemplar en los terrenos de Isla Mayor.

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En el placer gastronómico también se han vuelto unos expertos en la zona, y no escasean los restaurantes y ventas en los que parar a degustar el exquisito producto local. Uno de ellos es Casa Maruja, en el ya mencionado poblado de Colinas. También se encuentra allí otro negocio tradicional: Casa Paco. En ambos casos, no hay duda: unas buenas croquetas y el arroz con pato, un clásico, harán las delicias de todo tipo de paladares.

Una opción alternativa será acercarnos hasta la Dehesa de Abajo (dehesadeabajo.es), ya en el término municipal de La Puebla del Río. Esta Reserva Natural Concertada cuenta con 654 hectáreas de uso público que son pura explosión natural, donde lo mismo podemos continuar disfrutando de los sabores autóctonos, que dar un paseo por cualquiera de sus senderos entre acebuches. Frente a ella, por cierto, las lluvias dan vida cada invierno a una laguna que hace las delicias de los amantes de la ornitología, pues la inmensa diversidad de aves que se concentra en ella es apabullante.

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Aunque para actividades, las que se ofrecen en otro de los escenarios de la laureada La Isla Mínima: ponemos rumbo a la finca que le dio nombre (islaminima.com) decididos a explorar sus diferentes espacios. Se halla de cara al Guadalquivir, en el mismo lugar donde en el pasado se levantó el pequeño poblado de Escobar. Actualmente se encuentra en manos privadas y es uno de los escasos alojamientos ofertados en la zona. Un caserío típico andaluz que es ejemplo de arquitectura rural andaluza y cuyas acogedoras habitaciones se pueden alquilar, aunque también se ofrecen sus salones, patios e incluso su plaza de tientas para todo tipo de celebraciones. Como colofón, también organizan espectáculos ecuestres en los que empaparse de la cultura más auténtica de Andalucía.

El mejor final a la experiencia lo encontramos en el pantalán de la finca. Junto a la antigua caseta del barquero, cara a cara con el Guadalquivir, y al amparo de los omnipresentes arrozales, llegará el momento de despedirse de Isla Mayor y decir adiós, no cabe duda, a un paisaje de película.

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