Un viaje en imágenes para enamorarse de Lisboa

La región que lleva el nombre de la capital portuguesa es una delicia que está muy a mano. Una delicia accesible para hilar una ruta sembrada de alicientes de primera magnitud. No hace falta encontrar excusas.

by hola.com
Subir al castillo de San Jorge, escuchar un fado en el barrio de Alfama, viajar en tranvía, visitar el Monasterio de San Jerónimo y la Torre de Belén, ir de compras por el elegante barrio de Chiado, contemplar el río al caer la tarde desde el Terreiro do Paço, cenar en el Bairro Alto. Para un fin de semana en Lisboa, el listado de imprescindibles podría estar más o menos completo. Pero para quienes quieran reincidir, un motivo añadido es conocer sus alrededores, ya que Lisboa es el centro de una región polifacética llena de joyas naturales y monumentales en cada rincón. Ahí esperan el suntuoso escenario teatral de Sintra y la boscosa sierra que la rodea, la medieval Óbidos, los aristocráticosy animados centros playeros de Estoril y Cascais, los evocadores palacios de Queluz y Mafra, el castillo de Palmela… Esta fotogalería es un resumen perfecto.
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La ciudad de Sintra está toda engalanada de mansiones y palacios -como el de Pena- edificados por los muchos reyes, aristócratas, millonarios y artistas que a lo largo de su historia cayeron rendidos ante la belleza de este paraje natural, descolgado por una frondosa sierra de granito surcada de precipicios y manantiales. Retiro predilecto de los monarcas portugueses, el conjunto de Sintra, ciudad, sierra y paisajes está declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco / © Jose Manuel. 
Al norte de cabo da Roca, la costa se abre a la joya de Azenhas do Mar, con sus casitas blancas agarradas a los acantilados que se asoman a unas piscinas naturales en roca viva / © Jose Manuel. 
El Palacio da Pena es un delirio de eclecticismo arquitectónico cuyas torres despuntan sobre las colinas. Construido en el siglo XIX es un monumento imprescindible por su belleza sin paliativos, en la que se funden entre un laberinto onírico de patios y escaleras de caracol, miradores y escondites de estilo barroco, manuelino, renacentista, gótico o arabesco / © Jose Manuel. 
Considerado el Versalles portugués, el Palacio Nacional de Queluz pasó de ser un pabellón de caza a palacio rococó por mandato del príncipe Pedro, hijo de Joao V, que se lo encargó al arquitecto francés Jean Baptiste Robillion. Desde fuera, es una sucesión de melodiosas balconadas pintadas en tonos pastel / © Junta de Turismo da Costa do Estoril. 
Todo en Sintra guarda una exacta proporción: la ciudadela vieja con sus calles intrincadas y sus casonas dieciochescas; las quintas de la nobleza, con sus enigmáticas fachadas; los senderos sinuosos que se pierden en la espesura de la montaña. La historia de Sinta parece de cuento. 
El monasterio de Santa Maria de Alcobaça, Patrimonio de la Unesco, fue fruto de una promesa. Afonso Henriques, el primer rey portugués, juró alzar un templo para la Orden del Císter si lograma tomar Santarém a los musulmanes. Lo consiguió en 1147 y el monsaterio fue terminado en 1223. Su iglesia, la más grande Portugal, corta la respiración por su verticalidad infinita / © John Copland. 
Los aristocráticos centros playeros de Estoril y Cascais (en la imagen), prácticamente unidos por un paseo marítimo de tres kilómetros, son dos animadísimos lugares de veraneo de los lisboetas adinerados / © Junta de Turismo da Costa do Estoril. 
Puede que sean esa inmensa luz marítima, el romanticismo de sus palacios desvencijados o el ambiente popular de sus barrios, pero una vez que se ha visitado Lisboa es difícil desprenderse de su magia que lo invade todo / © Jose Manuel. 
Un paseo desde el puerto, a espaldas de la plaza del Comercio, que exhibe uno de los empedrados más característicos de la ciudad, lleva hasta el Rossio, centro neurálgico de la Baixa, y permite apreciar la reconstrucción de Lisboa tras el terremoto de 1755, con calles rectas en contraste con los serpenteantes barrios medievales / © Jose Manuel. 
La Torre de Bélem es una joya del gótico manuelino y es, junto al Monasterio de los Jerónimos, los monumentos más significativos de la edad de oro de Portugal / © Antonio Sacchetti. 
El elevador de Santa Justa ofrece unas vistas envidiables sobre la parte antigua de Lisboa, además de ser un privilegio viajar en este ascensor de más de cien años diseñado por Ponsard, discípulo del gran maestro de las obras de hierro, Gustave Eiffel. 
Puente 25 de Abril, Lisboa / © Antonio Sacchetti. 
El imponente Monasterio dos Jerónimos está considerada para muchos la visita turística mas importante de la ciudad. Declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco es del siglo XVI, de estilo predominantemente manuelino y se construyó para celebrar el regreso de la India de Vasco de Gama. En la iglesia se encuentra su tumba, así como la de Luis de Camões. Su claustro es una maravilla por su dimensión y por su perfección y en la parte superior se encuentra la tumba del escritor Fernando Pessoa / © Antonio Sacchetti. 
La Torre de Belém y la catedral, dos visitas imprescindibles en la capital portuguesa. 
Nada más franquear la preciosa Porta da Vila y caminar por su laberinto de cuidadísimas callejuelas hasta llegar al castillo, Óbidos rezuma encanto medieval / © Jose Manuel. 
Viñedos de Santarém, en los alrededores de Lisboa / © John Copland. 
Casa del Fado y la Guitarra Portuguesa / © Jose Manuel. 
El Monasterio de Batalha es un delicadísimo encaje tejido en la piedra, una obra maestra del gótico y el manuelino, levantada tras la promesa de Joao de Avis, hermano bastardo del futuro Joao I, a la Virgen si lograba la victoria de Aljubarrota / © Antonio Sacchetti. 
No hay plaza, fuente, iglesia, palacio o mercado que no guarden en sus paredes o esquinas un poco del arte de la cerámica que hace tan popular este país / © Jose Manuel.