Frente al sobrepeso, ¡apúntate a la dieta mediterránea!

España es uno de los países con un mayor índice de obesidad. Los expertos recomiendan recuperar las costumbres alimenticias de nuestros abuelos

Por hola.com

Dieta mediterránea, muy alabada, plagada de saludables bondades... pero ¿la seguimos como deberíamos? Parece obvio que no es así. En España, al igual que en otros países desarrollados, se confirma que los hábitos alimenticios han empeorado: llevamos dietas poco equilibradas, los adolescentes cada vez consumen más comida rápida, realizamos escasa actividad física y cada vez llevamos una vida más sedentaria. ¿La consecuencia? Nuestro país, con una tasa del 13,9%, ocupa el tercer puesto en prevalencia de obesidad en el mundo, sólo por detrás de Estados Unidos (22,5%%) y Reino Unido (17%).

Parece que la solución sería volver al pasado, en lo que a alimentación se refiere, según aconsejan los médicos de familia. Es decir, tratando de recuperar los hábitos alimenticios y costumbres de nuestros padres y abuelos: por ejemplo comprar productos naturales, frescos y de temporada, preferiblemente en mercados o pequeños comercios y optar por una forma de preparación sencilla como son los asados, guisos y los platos al vapor. “Además es importante saborear las comidas en familia e incluir un plan de ejercicio físico adaptado a las condiciones de cada uno y, si es posible, compartirlo también con el entorno más cercano, sobre todo cuando se tienen niños pequeños”, afirma la doctora Joima Panisello.

Recuperar la dieta mediterránea
Los datos disponibles sobre hábitos dietéticos en España indican que en los últimos años hemos dejado atrás la dieta mediterránea tradicional (rica en verduras; legumbres y fruta; pescado y aceite de oliva; con un consumo ocasional de vino; una ingesta baja de lácteos y azúcares simples y un consumo prácticamente nulo de alimentos preparados) hacia patrones alimenticios propios de otras sociedades occidentales, con un aporte más elevado de grasas de origen animal, en detrimento de los hidratos de carbono complejos y de la fibra vegetal.

De hecho, el mayor consumo de comida rápida o fast food se relaciona directamente con el aumento de las enfermedades cardiovasculares, debido, en parte, a la disminución de antioxidantes que ingerimos en los alimentos. Los antioxidantes, sustancias presentes tanto en la dieta como en el organismo, se encargan de contrarrestar el daño oxidativo generado, fundamentalmente, por los radicales libres. “Al consumo de frutas y verduras debemos añadir alimentos ricos en antioxidantes, como son las nueces, los cereales, la soja, las aceitunas y el aceite de oliva. Si consiguiéramos que toda la población aumentara el consumo de frutas, verduras y hortalizas hasta alcanzar los 600 gramos al día, se reduciría en más de un 30% el riesgo cardiovascular y de desarrollar un tumor”, asegura la doctora Panisello.

“No obstante –continúa-, por muy sano que se coma, si la ingesta calórica supera el gasto energético, se inducirá al sobrepeso u obesidad, que siempre es desaconsejable. Por lo que llevar una dieta equilibrada, realizar ejercicio físico regularmente y evitar el consumo de alcohol y tabaco son claves en la prevención primaria y secundaria de las enfermedades cardiovasculares, una de las principales causas de muerte en nuestro país”.

Prevenir la obesidad
Las cifras son ciertamente desalentadoras: casi el 14% de la población española es obesa y cerca de un 17% de los pacientes que acude al centro de salud presenta este problema. Y todo ello, cuando se trata de una enfermedad que se puede prevenir, pues está directamente relacionada con los estilos de vida y que, según los expertos, es muy difícil de tratar una vez instaurada, por lo que es necesario prevenirla. “Todas las personas obesas”, explica la doctora, “necesitan un programa individualizado que incluya dieta y ejercicio. Últimamente se están llevando a cabo estudios en Estados Unidos sobre los beneficios de hacer pequeños cambios, que se van incorporando a la vida diaria de estas personas, evitando las modificaciones muy drásticas que al final llevan al paciente a abandonar el tratamiento. Por ejemplo, sería andar 2.000 pasos extra al día, utilizar las escaleras en vez el ascensor y sustituir algunos alimentos por otros bajos en calorías como el yogur, los zumos, etc.”.

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