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Por hola.com

Última revisión: 2010-03-12 por José Ignacio Baile Ayensa

Los hijos, unos afectados sin culpa

En los últimos años ha existido un incremento importante en el número de separaciones y divorcios en los países occidentales, incluido España.

Estas rupturas familiares tienen diversas consecuencias. Evidentemente suponen un cambio, a veces drástico y dramático para la persona que rompe su relación de pareja, aunque la decisión de la separación haya sido la solución más oportuna para la situación en la que se encontraba dicha pareja. Pero en los casos en los que existen hijos, aparecen otros inocentes afectados por la situación.

En este artículo nos centraremos en cómo puede afectar a los hijos que su padre o su madre formen una nueva familia. Los hijos se ven implicados en la destrucción de la unidad familiar que ellos conocían y en la creación de una nueva en la que nuevos adultos pueden entrar en sus vidas. Todos los adultos participantes en estas situaciones deben tener presente que los hijos no han sido quienes han buscado estos cambios. Para ellos se trata de cambios impuestos.

Minimizar el impacto de la ruptura de la familia

Conseguir que la nueva familia no suponga para el niño un trauma empieza en el propio proceso de extinción de la anterior familia.

Aunque sean niños, tienen derecho a saber qué es lo que ha ocurrido. Evidentemente no se les puede informar y hablar como si fueran adultos, pero los padres deberán buscar el tiempo y la forma para explicar a sus hijos por qué se separan, y lo que es más importante, cómo eso no significa que no les quieran a ellos. Hay que aceptar inicialmente las emociones negativas que van a surgir en los niños, comprender sus conductas de evitación, la irritabilidad, etc. que son la respuesta a la incomprensión, y constituyen parte del proceso de aceptación.

Cuanto menos traumático sea el proceso de separación para los hijos, en mejor disposición estarán de aceptar la nueva situación familiar.

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¿Qué sentimientos tienen los hijos respecto a sus padrastros?

Cuando uno de los padres muere o se va tras un divorcio, el hijo se siente abandonado y le cuesta volver a confiar en una persona nueva. Después del divorcio, muchos hijos viven durante un tiempo con su madre o con su padre.

Luego, todo vuelve a cambiar cuando uno de ellos encuentra una nueva pareja. Para los adultos todo parece arreglarse en cuanto conocen a un nuevo compañero, se sienten contentos y aliviados pensando que sus hijos tienen ahora un nuevo padre o una nueva madre, pero los hijos pueden verlo como una traición hacia su otro progenitor.

Por todas esta razones, muchos niños se comportan mal durante este periodo. Mientras, el progenitor que vive con ellos se entrega a su nuevo compañero y no les presta la suficiente atención. Así que no es de extrañar que, en estas situaciones, el progenitor que se queda con los hijos (generalmente la madre) y los propios hijos tengan problemas entre sí. Los padres han de esforzarse en no mostrarse irritados con sus hijos, y no deben olvidar que ellos no han buscado esta nueva situación.

Los buenos padres intentan hacerse cargo de la confusión de sus hijos y comprender que necesitan grandes dosis de reafirmación.

Algunas recomendaciones en este momento son:

  • Dar información continua a los niños de lo que está ocurriendo. aa
  • Hacerles ver que no es intención sustituir a su madre o padre, sino que se encuentran en una nueva familia que también les va a querer. aa
  • Comprender sus reacciones emocionales y sus comportamientos raros, que pueden ir desde la agresividad a la pasividad total. Consentirlos durante un tiempo prudencial, pero que deberá ir reduciéndose. aa
  • Los sentimientos se adquieren con el tiempo, no se puede obligar a querer a nadie. aa
  • Saber que se debe exigir respeto hacia su padrastro o madrastra y acordar formas de comportamiento y convivencia. aa
  • Si los comportamientos negativos de los hijos son excesivos, o el impacto emocional que ha sufrido es muy fuerte y no se observa un evolución progresiva de recuperación, habrá que plantearse la intervención de un profesional de la psicología. aa
¿Cómo pueden sentirse los nuevos padres?

Las mujeres que se convierten en madrastras de los hijos de otro hombre pueden pensar que "el amor lo puede todo". Para ello, intentarán acabar con el mito de la madrastra malvada, queriendo a estos niños como si fueran sus propios hijos.

Pero estos niños no siempre querrán corresponder el amor recibido, pensando que así traicionan a la madre que ya no vive con ellos.

Nadie puede ser obligado a querer a otra persona; los sentimientos necesitan tiempo para desarrollarse. Los nuevos padres tienen que ganarse el corazón de los hijos de su compañero. Por ello, no deberían mostrarse demasiado estrictos ni exigentes. Los niños pueden asustarse y el padrastro o la madrastra se sentirán decepcionados y tristes cuando no reciban señales de respuesta a su afecto.

Con frecuencia, los hijos no suelen considerar que el nuevo padre o madre se vaya a quedar para siempre, y como consecuencia, se comportan con cierto distanciamiento. No hay que precipitarse en estas nuevas relaciones. Lo único que pueden hacer los nuevos padres es transmitir a los hijos de su pareja su interés por ellos y su deseo de tener la oportunidad de quererlos. Después, hay que pasar a un segundo plano y esperar que los niños les acepten progresivamente y les den su confianza. El proceso puede durar años y no hay que darse por vencido. Los nuevos padres tampoco deben pensar que no son normales si esto sucede con demasiada lentitud.

¿Qué ocurre cuando no resulta fácil querer a los otros niños igual que a los propios hijos?

En las nuevas familias con hijos de ambos padres, es normal que acaben formándose dos grupos: el hombre con sus hijos y la mujer con los suyos. Todos nos mostramos protectores con nuestros hijos y eso puede traer problemas.

Es importante que los nuevos padres tengan muy claro que quizá nunca lleguen a querer de igual forma a sus hijos que a los de su pareja. Después de todo, los hijos propios son de nuestra misma sangre y los conocemos desde su nacimiento. Los hijos del compañero ya vienen formados, con sus cosas buenas y sus cosas malas. Además de realista, resulta muy útil admitir que es imposible querer a todos los hijos por igual, como pasa con los adultos.

También puede resultar duro para uno de los padres ver cómo su nueva pareja riñe a sus hijos y critica su comportamiento. La reacción natural es saltar en defensa de sus propios hijos y ponerse de su parte. Al criticar a los hijos, indirectamente se critica al padre o a la madre. Muchos padres sienten que mientras ellos pueden reñir y criticar a sus hijos, nadie más tiene el derecho de hacerlo.

¿Cómo aceptan los hijos a sus hermanastros?

Cuando los dos componentes de la nueva pareja aportan hijos a la relación, éstos tendrán acaso que enfrentarse no sólo a un nuevo padre o madre, sino también a hermanastros. Es importante esforzarse en ver las cosas desde el punto de vista de los niños; son los adultos quienes decidieron vivir juntos, no sus hijos. En situaciones así, el humor y la tolerancia ayudan a suavizar las cosas.

¿Y si los hijos no quieren vivir con el progenitor que se queda con su custodia?

No sirve de nada oponerse cuando un hijo insiste en amenazar con marcharse a vivir con el otro progenitor. Quizá hay que dejar que lo haga; podría salir bien y volvería a estar feliz y contento. Si, por el contrario, no funciona y el hijo vuelve con su nueva familia, al menos habrá tenido la experiencia y posiblemente se porte mejor y se encuentre más asentado.

A nadie se le educa para ser padrastro o madrastra, un papel que puede resultar muy duro. Por esta razón, no hay que tener reparo en leer libros sobre estos temas, ni de hablar con otros padrastros para escuchar sus consejos.

En España existen asociaciones de padres y madres separados y divorciados que pueden ayudar a los que de repente se ven en esta situación, se pueden compartir experiencias y aprender formas de comportarse.

Hoy en día ya no es inusual formar familias con hermanastros y padrastros. Por otra parte, pertenecer a una de estas familias puede ser una gran oportunidad para dar y recibir cariño, y una experiencia reconfortante. Sin embargo, los resultados satisfactorios suelen necesitar grandes dosis de paciencia, sensibilidad y diplomacia por todas las partes.

Finalmente, cuando la vida se hace difícil, los padrastros y madrastras deben recordar que ellos son adultos, y que por muy complicada que se vuelva la situación, siempre deben comportarse con más madurez que la que esperan de sus hijastros.

Christine Webber, psicoterapeuta; Dr. David Devlin, médico general