El regreso de la 'tiara de pavo real' a las galas de Holanda

La princesa Máxima volvió a lucirla después de permanecer 30 años en los joyeros reales

Por hola.com

Ningún miembro de la [Familia Real de Holanda] había vuelto a llevar la tiara de pavo real desde hace 30 años. Tres décadas de ausencia en las galas de los Orange y, en este tiempo, un signo de interrogación sobre su paradero. Algunos pensaron que no volveríamos a ver jamás esta pieza de rubíes y diamantes, que perteneció a la reina Guillermina, pero se equivocaban. La diadema ha despertado por fin de su profundo letargo en los joyeros reales. La princesa Máxima la rescató de su reposo con ocasión de la pasada visita de los Reyes de Suecia a Holanda.

El regreso de la joya perdida a la vida pública tuvo lugar en la cena de agradecimiento de los soberanos suecos a sus anfitriones. Una cita de gala, de largo y tiara, que se convirtió en toda una explosión joyas: la [reina Beatriz] lució la tiara de diamantes de su bisabuela, la reina Emma; su hermana, la princesa Margarita, una diadema de diamantes estilo Art-dèco y grandes aguamarinas, creada en 1927 por el 18º cumpleaños de la futura reina Juliana, y la princesa Máxima, envuelta en un vestido fucsia, con los aderezos más espectaculares. Al cuello, un collar de diamantes de tres vueltas, modelo conocido como alambre de cuchillo, muy de moda a finales del siglo XIX. Este tipo de montaje consiste en poner cada diamante entre dos hijos de metal, de oro blanco o platino, para minimizar el aspecto general de una joya. A sus orejas, pendientes de rubíes y diamantes a juego y, en cada una de sus muñecas, un brazalete con las mismas piedras. Sobre su espumoso recogido, chispeaba la pieza reina.

La tiara durmiente
La corona de plumas de pavo real, el tesoro desaparecido durante 28 años de los Orange, es una espectacular joya conocida por todos los expertos e historiadores. Data de 1897. Momento en el que, la reina Guillermina, de apenas 17 años, sucedió a su padre el rey Guillermo III. Como soberana reinante, debía lucir las pesadas joyas de la Familia Real en las cenas oficiales. Aderezos excesivamente grandes para una joven de su edad, aunque por su espectacularidad y adaptabilidad -el joyero real Schürmann hizo que las piedras del motivo central de la tiara fueran convertibles en colgante- figuraron entre sus preferidos. A su muerte, en 1962, legó la apreciada pieza a la princesa Irene, esposa del Duque de Parma. Brilló en infinidad de galas más hasta el divorcio de la Princesa en 1981. Desapareció entonces de la vida oficial. Dormía en secreto en el Palacio Real de Amsterdam a la espera de un desencantamiento; de una Princesa que la pusiera de nuevo en circulación. Máxima de Holanda rompió el hechizo.