Érase una vez... un príncipe y un pañuelo

Federico de Dinamarca volvió a emocionarse hasta las lágrimas en el bautizo de su hija, la princesa Isabella

Por hola.com

Federico llora de felicidad y de emoción y eso es, según la medicina moderna, todo un síntoma de salud. De hecho, para los daneses, después de descubrir a Federico bañado en un mar de lágrimas en las últimas ceremonias, llorar no solo no es cosa de hombres, sino que uno demuestra serlo de verdad cuando se atreve a hacerlo.
Y como ejemplo perfecto, el futuro Rey de Dinamarca, que, desde que se anunció su compromiso, no ha dejado de dar rienda suelta a sus sentimientos sin importarle que algunos le tachen de blando o que otros hayan cambiado el mote del príncipe-macho -rudo submarinista, hábil piloto, resistente corredor de maratones, y aventurero expedicionero de los mares helados de las costas danesas- por el de "príncipe Llorón".
El Príncipe Federico lloró por primera vez -de una forma contenida- cuando, el mismo día de su compromiso, salió con Mary Donaldson al balcón de Amalienborg. La segunda vez, el mismo día de su boda. En el mismo altar de la catedral donde esperaba la llegada de la novia, Federico sacó su pañuelo para secarse las lágrimas y, extrañamente, el mundo sonrió complacido ante su romántico gesto. El gesto de un valiente y romántico empedernido que no esconde sus emociones y defiende con su actitud el hecho de que el hombre del siglo XXI necesita, más que nunca, amor y protección.

"Pensé: A la porra con la fachada. Este es un gran momento"
"Sentía que Mary estaba en camino. La multitud que aguardaba fuera había comenzado a aplaudir y vitorearla, y sabía que había llegado el momento. Dentro de mí sentí el peso de los sentimientos reprimidos con los que había cargado durante años. De pronto no pude contenerlos por más tiempo. Pensé: A la porra con la fachada. Este es un gran momento". (Así contó Federico lo que vivió en la iglesia como si sólo él y Mary estuvieran presentes, meses después de haber contraído matrimonio) .
La puesta en escena de "sus terceras lágrimas públicas" tuvo lugar durante su reencuentro con sus amigos groenlandeses en la ciudad de Qaanaaq, punto de partida de la expedición Sirius 2000 -la aventura a la que siempre se refiere como una de las más importantes de su vida-. Federico empezó a llorar y sus compañeros, considerados al igual que él como los hombres más fuertes de Dinamarca, no sólo trataron de consolarle contándole el último chiste, sino que siguieron tranquilamente uniéndose con sus lágrimas a la emoción del Príncipe.
Para las cuartas lagrimas de Federico -tenían razón los entendidos en sicología humana- había que esperar la llegada de la paternidad. Lo dijo el psicoterapeuta y escritor Martin Østergaard, quien se adelantó a los tiempos al comentar que no estaba sorprendido por las continuas reacciones emotivas del futuro Rey de Dinamarca ya que, aunque "es posible que esas lágrimas no se correspondan con la imagen que todos teníamos de él, ya sabíamos que es un hombre tierno y extremadamente sensible. Un tipo al que apetece dar un abrazo y decir: ‘Sabemos que es difícil, pero lo harás estupendamente’".
"Sus llantos de los últimos tiempos -continúa- son una reacción típica en un hombre de su edad, una reacción normal y sana. Federico lleva años expuesto a grandes presiones sin poder expresar sus verdaderos sentimientos. Ahora que ha vivido experiencias importantísimas, todo eso tiene que salir. Lo que había permanecido oculto durante tantos años aflora en el momento en el que el Príncipe se siente absolutamente feliz".
En este sentido, el de la felicidad y la llegada de la paternidad, todo parece haber salido a pedir de boca. Con el nacimiento de Christian y el bautizo de éste, las lágrimas de Federico fueron de nuevo las invitadas de honor en una cálida ceremonia. Y, el pasado domingo cuando su hija, la princesa Isabella -demostró tener unos pulmones de hierro- recibió las aguas bautismales, ahí volvía a estar el futuro Rey de Dinamarca con un gran pañuelo blanco despachándose a gusto como ser humano.