La historia de los bautizos reales en Dinamarca

Por hola.com

Hace varios siglos, los bautizos de la Casa Real danesa se celebraban en las capillas de los propios palacios -la capilla del palacio de Christiansborg se consagró en 1740 y allí se celebraron dos ceremonias de este tipo- o incluso en los aposentos de la Reina, donde se disponía una fuente y un jarro con agua. En época más reciente, se ha trasladado la celebración a otros templos: iglesias como la de Holmens Kirke de Copenhague, donde recibieron el sacramento la reina Margarita, sus hermanas y el príncipe Federico, la catedral de Aarhus, que acogió la celebración del príncipe Joaquín, la capilla de Fredensborg, la del príncipe Nicolás, o la iglesia de Møgeltønder, donde se bautizó al príncipe Felix.

Bautizados a los pocos días
Los príncipes eran bautizados inmediatamente después de su nacimiento por el confesor real, a menudo el mismo día, puesto que era difícil predecir si el niño sobreviviría. Mientras tenía lugar el bautizo, repicaban todas las campanas de la ciudad, y una vez concluido se celebraba con música de timbales y trompetas. Después, los músicos tocaban en el patio de armas del palacio y los niños cantaban salmos. Al principio, los Príncipes recibían pocos nombres, pero ya a finales del siglo XVII comenzaron a tener dos o tres, y a lo largo del siglo XIX la cifra fue en aumento. La hija de Christian IX, que fue reina de Inglaterra, fue bautizada como Alexandra Caroline Marie Charlotte Louise Julie. A mediados del siglo XIX se pusieron de moda los nombres históricos y los niños comenzaron a llamarse Dagmar, Thyra, Valdemar, Harald, Ingeborg, Margrethe, Knud, Erik, Gorm y Oluf. El sábado 21 de enero se sabrá si los príncipes Federico y Mary siguen con la tradición de alternar los nombres de Christian y Frederik para el heredero al Trono, algo que se viene haciendo en los últimos siglos.

Cuestión de estado
Durante la época del absolutismo el nacimiento y bautizo de un heredero pasaron a ser una cuestión de estado y los bebés reales se convirtieron en el blanco de todas las miradas. Cuando en 1749 la reina Louise dio a luz al príncipe Christian (VII), el niño fue colocado de inmediato en una aparatosa cuna con dosel y presentado a un grupo selecto de hombres de Estado. Pocas horas después, se le bautizó en los aposentos de la Reina, donde sólo había espacio para los invitados más distinguidos, que fueron agasajados con dulces, té, café y vino, que se dispusieron en una alfombra turca.