María Pía de Saboya habla de los problemas de Victor Manuel con la justicia

Por hola.com

"¡Amor mío, nos han destruido, pero yo permanezco contigo!". Al reencontrarse con su marido, Víctor Manuel de Saboya, el pasado 23 de junio, Marina de Saboya descubrió a un hombre deshecho. «Delgado, irreconocible», diría ella más tarde. Víctor Manuel acababa de llegar a Roma en un todoterreno con los cristales tapados, con bolsas de basura negras, con sus abogados, que habían ido a sacarle de la prisión de Potenza, en el Sur de Nápoles. Víctor Manuel pasó su primer fin de semana en libertad durmiendo y comiendo ligeramente: jamón, mozzarella, pescado. El martes, tras un gran ataque de depresión la víspera, se sometió a una serie de pruebas facultativas por parte de un médico de Roma, para lo que precisó pedir al juez una autorización especial de visita.

Pese haber pasado unas semanas bajo arresto domiciliario, el Tribunal de Potenza revocó el mismo, aunque, Víctor Manuel de Saboya fue privado del pasaporte italiano que logró conseguir en 2003 tras cincuenta y seis años de exilio. Ya no puede volver a su fastuosa villa a orillas del lago Ginebra, en Suiza.
Hoy vive confinado en un apartamento prestado generosamente por unos ricos amigos romanos. El príncipe no tiene derecho a salir, y menos aún a telefonear o recibir llamadas. Las únicas personas autorizadas para estar a su lado son su esposa y la sirvienta polaca Marghuerita. También tiene a su adorado perro labrador «Chinook» (así llamado en recuerdo a un helicóptero bimotor que a él le gustaba mucho pilotar).

Su vida en la cárcel
Para Víctor Manuel, príncipe heredero al Trono de Italia, el infierno comenzó el viernes 16 de junio a las tres de la tarde, cuando unos policías de paisano le interpelaron por sorpresa en Varenna, en el Norte de Italia. Comenzó entonces un viaje de doce horas interrumpido por numerosas pausas para permitirle beber cerveza, a la que el príncipe es muy aficionado. Y luego, la prisión de Potenza. Al principio, estuvo en la celda número 1 del primer piso, con dos de sus presuntos cómplices, Rocco Migliardi y su secretario, Gian Nicolino Narducci. Durante las dos horas del paseo diario, tomaba el sol con el torso desnudo. El jueves por la tarde, contempló un partido ganado por Italia, emocionándose con cada gol.
¿Comprendía entonces lo que le esperaba? Los testimonios hacen pensar lo contrario. Un guardián cuenta estupefacto que le oyó que decía a un policía, durante su interrogatorio con el juez, que duró cinco horas: «¿Sabe usted que está hablando con un príncipe?». Los magistrados, clementes, le autorizaron a caminar con sus otros presuntos cómplices, detenidos en otra celda, para permitirle relajarse un poco. «Era curioso verles hablarle con deferencia», atestigua otro guardián.

Cuando salió de la cárcel, unos minutos antes que Víctor Manuel, Rocco Migliardi relató su actitud muy «real» en prisión: «Era sereno y distinguido. Juntos leíamos el periódico y veíamos la televisión. Bebía cinco litros de agua al día y, por la noche, tomaba un somnífero». Cuando le liberaron, el heredero de la Corona de Italia saludó a su manera al director de la prisión, Francesco Saverio de Martino: «Debería decirle hasta la vista, pero creo que eso sería inoportuno».