Serán soberanos de un continente sin apenas fronteras, con la misma moneda, la misma política. Serán europeístas y ejercerán, desde sus tronos, como Jefes de Estado de un nuevo milenio a sabiendas de que el legado de la Monarquía no es ningún regalo; trabajarán duramente y pondrán al servicio de sus conciudadanos la esmeradísima educación y formación que todos han recibido porque nacieron para ser reyes en Europa... Un "reinado" en el que ya no están solos.
Por encima de toda tradición monárquica, defendieron la ley del corazón y apostaron, sin excepción, por ‘el amor’ a la hora de elegir esposa. Como príncipes herederos del siglo XXI, sabían que ‘cupido’ siempre tiene la última palabra y lucharon por sus reinas como caballeros medievales con la esperanza de convertirlas en esposas.
Conseguido el reto, se enfrentan ahora a la difícil tarea de demostrar la importancia de sus funciones, así cómo el ser útiles a sus reinos. Para ello trabajan sin descanso porque entienden que el futuro de las instituciones que representan dependerá única y exclusivamente de su conducta y trabajo, de la dignidad con la que asuman sus obligaciones como miembros de la Familia real y futuros titulares de la Corona. De una corona que sólo permanece donde resulta útil.
Los futuros reyes de Europa son conscientes, también, de que han de ganarse, en el día a día, un hueco en los corazones de sus conciudadanos y del mundo. De ese mundo al que han empezado a viajar, cogidos de la mano, para promocionar, como embajadores permanentes de su nación, la gloria y el poder de sus reinos. Encuentros con los que se preparan para asumir las riendas de su destino y para ser un vínculo nacional entre el pasado y el futuro porque la teoría, en esta nueva era, de nada sirve. Príncipes herederos en prácticas, pero también príncipes enamorados que imponen con cada una de sus apariciones un estilo diferente a la hora de ejercer como guardianes de la historia.
