Rania y Abdallah se casaron en Amán, en junio de 1993, tras el visto bueno de la familia y, en especial, del rey Hussein. El Monarca, de hecho, apostó por Rania después de que ésta le fuera presentada en el transcurso de una cena privada. Por un lado, estaba su preparación: diplomada en gestión de empresas y experta en tecnología. Por otro, su belleza, propia de las huríes. Las mujeres de los cuentos de Las mil y una noches . Contaba, por lo tanto, ésta con el mejor pasaporte para pertenecer a la Familia Real hachemí y, también, para erigirse como la mejor representante de una nueva generación de monarcas árabes. De una Jordania moderna, que ha dejado de ser un emirato poblado de agricultores y pastores nómadas y se ha convertido, pese a los conflictos que han alterado la vida del mismo a lo largo de las últimas décadas, en un Estado moderno.
Y el rey Hussein, como casi siempre, no sólo acertó a la hora de apoyar la decisión de su hijo, sino que fue capaz de predecir, con muchos años de antelación, lo que podría llegar a ser la entonces princesa Rania: Embajadora para todo Oriente medio (una causa que le es particularmente costosa) y una apasionada militante social.
"Nunca pensamos que íbamos a Reinar"
Tuvo menos de dos meses para hacerse a la idea. Apenas unas semanas para adaptarse a las condiciones de su nuevo papel. Pero lo hizo. "Estaba -confesó la soberana a un periodista poco después de acceder al trono- en el piso de arriba ordenando fotografías, cuando entró mi marido y me dijo: voy a ser Príncipe Heredero. Muy bien, le respondí, y seguí ordenando fotografías
Nunca pensamos que íbamos a reinar. Nosotros nos casamos por amor".
Ni Rania ni su esposo se imaginaron nunca que una corona fuera a ceñir sus cabezas y, sin embargo, en muy poco tiempo, han hecho de su condición un legado y, de su rango, una actitud de compromiso con los suyos que les ha convertido en verdaderos Soberanos de su pueblo.