¿Quién fue la Princesa de los ojos tristes?

Por hola.com
Soraya pesaba cuarenta kilos, su vestido de novia, ochenta
Cuando el avión aterrizó en Teherán, la niña asustada se quedó acurrucada en su asiento contando los quince escalones que la conducirían a una nueva vida... Esa noche, el Emperador vestido con su uniforme de general de los ejércitos y Soraya cenaron mirándose a los ojos admirados de ver en persona a quien sólo conocían a través de unas fotos. Ella tenía dieciséis años, el treinta y dos.
El doce de febrero de 1951 amaneció nevando. Soraya tiritaba de frío bajo su vestido de novia. Ella pesaba cuarenta kilos. El traje ochenta. Sobre su cabeza, un collar de esmeraldas y diamantes... y el azúcar derramado para que su unión fuera dulce.
Pasan los años... en la Corte, animados por la Reina madre, se cuchichea en los pasillos, se la espía, se le vigila la cintura, se calcula, se mide. Y aquélla, insidiosa, le pregunta: "¿Cuándo esperas poder dar un niño a mi hijo?" El Sha, sin embargo, se muestra más apasionado que nunca y la abrazaba tiernamente… Como si luchase contra el destino, empeñado en aplazar sus posibilidades de traer al mundo un príncipe heredero.

La decisión de los siete sabios
La decisión tomada por los siete sabios de la corona tenía carácter irrevocable. Soraya, la Emperatriz que había conquistado al mundo con su belleza, pero que no había podido dar el indispensable heredero a la dinastía de los Pahlavi, tenía que ser condenada al repudio.... Y el Rey de Reyes debía tomar otra esposa.
El repudio fue pues inevitable y el Sha confió al senador bakhtiary la difícil misión de anunciar a la soberana que, después de reinar siete años, los iraníes la condenaban al ostracismo.

"Puede ser que no vuelva"
"Ya no tenía 24 años. Tenía cientos, miles. Tenía la edad de la historia de mi país… Los meses pasaban y con ellos se deslizaba en mi interior la certidumbre de haber llegado al término de mi vida de Emperatriz"…
"Él puso un disco y bailamos sin decirnos nada. Tiernamente. Como si quisiéramos encerrar el tiempo entre nuestros brazos… ¡No nos queda más remedio que separarnos!" -dijo Soraya- e hizo un esfuerzo por tragar la tristeza que la abrasaba.
"Nieva sobre Saint-Moritz, donde debo hacer como si nada ocurriese. Había abandonado la ciudad el 13 de febrero de 1958, a los siete años justos de nuestra boda. Con una extraña calma había ordenado mi casa, mirando si todo quedaba en su lugar… había quemado cientos de cartas, reunido fotos, observado todo para guardarlo en mi memoria… ‘Volveréis enseguida’, me dijo sonriente en el momento de mi partida… Puede ser que no vuelva nunca más, le respondí… El 14 de marzo anunció oficialmente nuestro divorcio en la radio. Patética alocución entre temblores de voz y sollozos".