La reina Victoria, que era una joven apasionada y algo testaruda, había determinado que jamás contraería matrimonio. Sin embargo, todos los argumentos que esgrimía en contra de establecer una familia se disiparon cuando conoció a su primo, el príncipe Alberto de Sajonia Coburgo Gotacasi.
Desde un principio, la pareja congenió a la perfección. El príncipe no sólo supo ganarse el cariño de la Reina también, el del pueblo inglés que, a priori era reacio a que un extranjero le gobernara.
El Príncipe se convirtió en el mejor confidente y consejero de la Reina, asumiendo muchas de sus obligaciones reales. Finalmente, fue aceptado como Príncipe consorte.
El matrimonio fue protagonista de una de las más bellas historias de amor. Así que, cuando el príncipe Alberto falleció, el 14 de diciembre de 1861, la Reina quedó sumida en la tristeza. Desde entonces, nunca más volvió a vivir en Londres, se negó a abandonar el riguroso luto, exigía que sus habitaciones fueran mantenidas tal y como estaban cuando él vivía -armarios incluidos-, abandonó parte de las tareas del Gobierno y jamás volvió a reir. A pesar de todo, conservó su influencia en todo el mundo. La reina Victoria, que desempeñó un brillante papel político, también fue una excelente madre. Por una lado, por su excelente papel político y por otro a través de los matrimonios de sus nueve hijos gracias a los cuales llegó a conquistar tres cuartas partes del planeta y, de alguna manera, estuvo vinculada a los principales jefes de Estado de Europa. Se convirtió, en definitiva, en la Abuela de europa.
