Niños testigos de malos tratos. Consecuencias de la violencia de género.©AdobeStock

Psicología

Los niños que son testigos de un maltrato deben ser considerados como víctimas

Los niños, en pleno desarrollo de su personalidad, pueden sufrir graves consecuencias en su desarrollo y madurez por “hacerlos invisibles”, nos dicen los expertos

Los estudios y artículos publicados por la Organización de las Naciones Unidas (ONU) define la violencia contra los niños y niñas como “un uso deliberado de la fuerza o el poder, real o en forma de amenaza que tenga o pueda tener como resultado lesiones, daño psicológico, un desarrollo deficiente, privaciones e, incluso, la muerte”. Por tanto, la exposición a la violencia de género, por el mero hecho de ser testigos, origina efectos negativos en la infancia, independientemente de su edad.

Consecuencias que van desde el plano físico (con alteraciones en el sueño o la alimentación, por ejemplo) hasta el plano emocional (ansiedad, ira, depresión o baja autoestima), el plano cognitivo (afectación en el rendimiento escolar, por ejemplo) o en la conducta (con agresividad, episodios delictivos o hábitos tóxico dependientes). Por tanto, aún a pesar de ser meros testigos, deben ser considerados víctimas.

Y es que, durante mucho tiempo, se ha creído que interviniendo con la mujer y madre, víctima mayoritariamente de este tipo de agresiones, se intervenía también en los hijos e hijas. Sin embargo, este planteamiento, centrado únicamente en ella, invisibiliza las posibles secuelas que presentan los niños y las niñas que están expuestos a la violencia de género. Así nos lo confirma la psicóloga Juvenal Ornelas, de MundoPsicólogos, quien señala “la importancia de poner a los niños y niñas testigos de un maltrato junto a la madre a la hora de ofrecerles apoyo”.

Todos los niños y niñas que han vivido situaciones de violencia de género, tarde o temprano, manifiestan una sintomatología variada, según la edad, el tipo de violencia sufrida, la situación familiar e, incluso, su sexo. Por ello, la atención a las víctimas de violencia de género han de intervenir teniendo en cuenta también las consecuencias sufridas por estos niños y niñas. Crecen con baja autoestima, con miedos, llenos de inseguridades y desconfiados. En muchos casos, se inclinan incluso por imitar este tipo de comportamientos. Para entenderlo, hemos querido hablar con Juvenal Ornelas, quien nos explica cómo esas consecuencias pueden manifestarse desde un primer momento y mantenerse en el tiempo.

Si un niño o niña es testigo de maltrato en casa, ¿cómo lo percibe, cómo lo sufre?

Para poder responder bien a esta pregunta, de entrada debemos saber que los niños cuando nacen tiene su nivel mental a cero, “virgen” y todas las experiencias que van viviendo desde su tierna infancia hasta la etapa adulta, para ellos, son normales; porque no las pueden comparar con nada. Si un niño, por ejemplo, aprende que la forma de comunicación más adecuada es gritando, comprenderá que se debe hablar con voces. Esto mismo ocurre con los maltratos. Para ellos, que uno de los progenitores ejerza algún tipo de daño, ya sea físico o psicológico en el otro, se puede convertir en ”lo normal”.

Por eso, es importante que, desde las escuelas o los entornos sociales en los que se mueven estos niños, se insista en diferenciar lo que está bien hecho de lo que está mal hecho y, si en sus casas están ocurriendo cosas inadecuadas (mal hechas), se debe de decir y hacerles ver para que todo cambie. Porque todos ellos lo perciben como parte de la rutina diaria de casa, no tienen con qué compararlo ni existe otro referente, para ellos es lo normal y, con el tiempo, se acaban acostumbrando a estos comportamientos.

¿Es diferente cómo percibe ese maltrato un niño y una niña?

Sí, es verdad que el maltrato no afecta de la misma manera si el que lo observa es una niña o un niño. En el caso de las niñas, la mayoría de las ocasiones termina relacionándose como sumisión, porque entiende que si no te vigilan, no te controlan, etc. no te quieren. En el caso de los niños, sin embargo, el aspecto que destacamos suele ser el de dominador, reforzado el uso de la fuerza como fórmula de relación “amorosa”; es lo que les quedaría de su aprendizaje infantil. Y es lógico pensar que un chico que de pequeño sufrió o vivió un maltrato por parte de un adulto, será un maltratador con bastante seguridad.

Y, por edad, ¿existen diferencias si, por ejemplo, el niño es testigo de ese maltrato desde pequeño o ya de adolescente?

Más que la edad en sí, la diferencia más evidente son los años que han estado expuestos a este comportamiento inadecuado, porque los niños pueden cambiar con mayor facilidad, cuando dejan de estar en presencia de los malos hábitos. La plasticidad mental y la adaptabilidad en los niños es elevada, por lo que las secuelas pueden ser casi inexistentes si el tiempo es corto.

Sin embargo, en el caso de los adolescentes, la cosa varía, ya que no solo se observa el tiempo de exposición al evento, sino cómo fue gestionado por ambas partes. Es decir, si un adolescente comprende que su madre, por ejemplo, debía hacerlo para salvarles a ellos, tendrán un comportamiento más de aceptación. Por otro lado, si un adolescentes observa que es preferible un comportamiento pasivo antes del daño, lo más seguro es que surja algún tipo de rebeldía en su etapa adulta. Por ejemplo, en el caso de una chica, que piense “a mi esto no me lo va hacer ningún tío”.

La afectación, por tanto, está clara. ¿Qué tipo de secuelas les puede dejar a corto, medio y largo plazo?

En el caso de los niños pequeños, las secuelas son casi inexistentes si conseguimos que termine su fase de crecimiento en un entorno de armonía y amor totalmente equilibrado para ellos.

Si hablamos de adolescentes, las secuelas son más a medio plazo, ya que las interacciones que establezcan entre iguales pueden hacer que comprendan que hay otros tipos de familia, de relaciones entre progenitores y lo sucedido puede tener menos calado.

Sin embargo, en todo caso, es necesario romper lo antes posible el maltrato, desde el primer momento, porque, al final, quien deja pasar la primera , tendrá difícil parar las demás. Y es así. La tolerancia a estos comportamientos debe ser cero, con respecto al maltrato físico, pero también desde el silencioso o el psicológico, donde se va minando lentamente (pero más profundamente) a la persona, incapacitándole como individuo.

Entonces, para evitar estas secuelas y exigir esa tolerancia cero, ¿qué medidas hay que tomar con respecto a los más pequeños que son testigos de este maltrato?

Desde el primer minuto, como he dicho antes, no se debe convivir con los insultos, las manipulaciones, y no solo desde el plano físico, sino también desde el psicológico. Por eso, el esfuerzo llega desde el primer momento en casa. Desde que tu pareja comienza a ser un problema más que una solución. En este caso, hay que parar, tomar la decisión de terminar de convivir y compartir tu vida con esa persona, no dar segundas oportunidades nunca a quien te ha dañado en el sentido que sea. Esta es la primera medida y la más importante. Si hay que pedir ayuda, se pide.

Pero, en este caso, el niño o adolescente necesitará atención psicológica, ¿ya de por vida?

Sí, todos necesitarán un periodo de reeducación de valores y de relaciones. Los profesionales debemos ofrecerles las herramientas básicas para que comprendan que lo que han tenido que soportar nunca más debe ser así. Y, además, que existen otras formas de relación en la sociedad donde ni el daño físico ni el psicológico son necesarios.

¿Qué puntos básicos debe englobar esta reeducación en valores y relaciones?

Siempre lo digo desde el punto profesional, el paso más difícil es denunciar. Ese es el primer paso y el punto básico por el que comenzar. Y es complicado, porque el miedo te incapacita para hacerlo. El pensar que será después de dar el paso hace que muchas personas que sufren en casa no se atrevan a darlo. Sin embargo, hacerlo aumenta la seguridad, la autoestima, y es ahí donde comienza realmente una nueva vida, donde lo vivido puede y debe quedar enterrado en lo más profundo. Donde comienza nuestro trabajo. Uno puede haber sufrido un maltrato en un momento de su vida, pero esto no te incapacita para darlo, para volver a caer con otro que te maltrate, ni a ti ni a tus familiares.

A partir de aquí, lo siguiente es crear una red de apoyo y orientación lo más próxima posible para que el contacto sea constante, durante mucho tiempo. Para esto, además, también es necesario el apoyo del gobierno, que nos ofrezca las herramientas necesarias para cambiar esta lacra social porque, muchas veces, la mujer maltratada, para dejar de serlo, necesita ayuda económica, para ella y para sus hijos. Y, por supuesto, que la mujer se vea respaldada por la sociedad, que vea que dar el paso es lo valiente y que se puede ser digna como mujer y como persona.

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